El 27 de abril de 1979 la sociedad argentina se conmovió al saber de la detención de una mujer llamada María de la Mercedes Bolla Aponte Murano, pero para la crónica policial se la conoció como Yiya Murano, “la envenenadora de Monserrat”.
La asesina, nacida en Corrientes el 20 de mayo de 1930, fue hallada culpable de las muertes de unas amigas: Nilda Gamba, Leila Formisano de Ayala y Carmen Zulema del Giorgio Venturini, quien para colmo era su prima. Los hechos sucedieron entre febrero y marzo de 1979. El móvil del delito fue una cuestión de dinero, pero llamó la atención la forma de cometer los crímenes. Yiya primero las invitaba a sus víctimas a tomar el té con masitas a su casa en el barrio porteño de Monserrat. Antes de recibirlas, rociaba con cianuro las masitas que serviría después con té. Detalles sutiles.
Según la historia, Yiya era una estafadora y estaba apremiada por las deudas. Las víctimas le habían dado plata para invertir en una mesa de dinero que ella promocionaba con intereses altísimos, pero la rueda de la fortuna se detuvo de golpe y vinieron los problemas. Yiya estuvo presa desde el momento de su detención hasta el 20 de noviembre de 1995 cuando salió en libertad por “buena conducta” y el beneficio del “2 por uno”.

La carga de ser “el hijo de”
“Yo las quería a las tres”, cuenta Martín Murano, el hijo de Yiya, al referirse a las amigas asesinadas por su madre. Iban a pasear todos juntos cuando él era chiquito. Martín, que tenía 12 años cuando detuvieron a su madre, habló en el programa de Hernán Garciarena, “Lo primero que escuchás”, por Radio Universidad.
Los chistes suelen aparecer pronto cuando se habla de crímenes seriales y señoras tomando té. Pero las bromas ligeras son bloques de cemento pesado para quien haya padecido de cerca aquel drama. Si lo sabrá Martín.
El experto en artes marciales y doble de riesgo del actor Carlín Calvo afirma que nunca consideró que esa mujer fuera su madre. Reconoce como tal a la persona que lo crio de nombre Ignacia, la empleada de la casa. Si bien no disimula el rechazo a su madre biológica a quien define como “un vector” que lo trajo a la vida, valora a su padre Antonio, y por él está orgulloso de su apellido. Aunque Martín tiene dudas sobre quien fue su padre biológico. Sospecha de un hombre que solía frecuentar el hogar. Porque la vida de Yiya, según el hijo, estaba llena de amantes, lujos, contactos y poder.
Como si le faltara algo, Martín vuelve a cuando tenía diez años y afirma que Yiya lo quiso matar. “Había sobre la mesa una torta y cuando me estaba llevando la porción a la boca, ella me la sacó y la tiró por el incinerador del edificio”. Años después, Martín interpeló a Yiya, ya presa, y le contestó que “no fue idea mía”. El hijo sospecha del amante.
Consultado si recuerda algún gesto amable de su madre o un momento de felicidad, Martin es contundente: “¿Alguna vez recibiste un gesto generoso de una yarará?”. Quedó claro, por cierto.