Un contratiempo que cualquiera afrontaría enarcando las cejas, transforma al cronista en un híbrido de demonio de Tasmania y niña del exorcista hiperventilada. Así que imagínense. La jefa, seguramente para evitar que contagiara el pánico a la redacción, le rogó que se fuera a la calle a hacer un mirador. Y nada más pisar la calle, para tranquilizarse, el enviado especial pensó en Einstein y en la Tercera Guerra Mundial.
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