¿Cómo recordar a alguien que recién acaba de irse? Está por cumplirse un año de la muerte del inclasificable Edgardo Cozarinsky (1939-2024) y sus amigos decidieron armar ayer una mesa en la sala Alejandra Pizarnik (alguien de quien Cozarinsky fue amigo) de la Feria del Libro de Buenos Aires para recordarlo. Escritor, cineasta, guionista y figura de la cultura nocturna porteña, Cozarinsky dejó su huella en distintos espacios, personas de diversos ámbitos artísticos y países, y ahora llega el momento de hacer algo que él detestaba: mirar su recorrido, su pasado, ver su legado.
¿Por dónde entrarle a una vida tan rica en experiencias, obras y amistades notables como la de Cozarinsky? El Homenaje, moderado por el escritor y periodista Matías Capelli, incluyó a la directora y dramaturga Vivi Tellas, al actor Rafa Ferro, al cineasta y escritor Andrés Di Tella y al albacea, traductor e investigador Ernesto Montequín.
Así es como se planteaba la diversidad de intereses del autor de libros como Vudú Urbano, Museo del chisme y Blues, entre otros, alguien que fue, sobre todo, un explorador de la existencia en su cine y en su literatura. Y eso queda claro porque podría decirse que tuvo varias vidas.
Primera etapa
En principio, se puede visualizar una primera etapa cuando ingresó, gracias a una reseña finamente editada por José Bianco (lo que significó para Cozarinsky un aprendizaje indeleble), a los 22 años a la mítica revista Sur. Y empezó a orbitar ese universo que tenía en su centro a Borges, las hermanas Ocampo y Bioy Casares, entre otro tótems.
Luego está su viaje a Francia donde se instaló y empieza su despegue como cineasta con películas como Les Apprentis-sorciers (1976), La Guerre d’un seul homme (1981), Autoportrait d’un inconnu (1983), Haute Mer (1984), Pour Memoire – Les Klarsfeld, une famille dans l’Histoire (1985), entre otras.

Y hay una tercera vida (ya repartida entre Francia y Argentina) que tiene que ver con retomar la escritura y hacer un camino propio en la literatura argentina (mientras seguía haciendo películas). Se suma el Cozarinsky escritor con su propio universo de ficción donde están la ciudad, la noche, los viajes (y los viajeros impenitentes) y los destinos exóticos como marcas de fábrica en una prosa que tendía a la exquisitez.
Es en este contexto de una vida tremenda y expansiva que Vivi Tellas lo recordó como “una persona teatral, actuaba un personaje fuerte y al final era un niño frágil, una combinación impresionante de matices. Era muy inocente, se le veía en los ojos, en la risa. Me fascinaba”, dijo.
También recordó otras de sus particularidades: «Era un maestro en irse, un dandy clásico». Su frase antes de fugarse era: «Se me acabó la cuerda». Tellas lo dirigió en su obra, enmarcada en su proyecto de biodramas, llamada Cozarinsky y su médico y que trataba sobre este vínculo donde el cáncer aparece como batalla y secreto. ¿Cómo era el Cozarinsky actor? “Era todo maña”, aseguró Tellas con una sonrisa.

Ernesto Montequín quedó como albacea de Cozarinsky. Se conocieron a mediados de los 90. Contó: “Leí sus inéditos desde entonces. Eso generó una complicidad”. Dijo que Cozarinsky no quería ser visto “como alguien solo con pasado, incluso era pudoroso con eso. Quería ser valorado por su presente y su escritura actual, fue muy vital con eso”.
También anticipó que hay un libro listo para publicar, que hay textos dispersos a reunir, y que hay otro libro que es una crónica de viaje que se puede entregar a imprenta. Además “hay cuadernos, anotaciones, etc. Hay un trabajo de recopilación pendiente con todo su material periodístico.
La voz de un padre
El director Andrés Di Tella trabajó con Cozarinsky al pedirle que le pusiera la voz a las cartas de su padre en el documenta Ficción privada, donde aborda la historia de amor entre su papá y su mamá.
Luego de pasar un fragmento de ese trabajo, recordó cuando, dirigiendo el BAFICI, hizo una retrospectiva sobre el cine de Cozarinsky y las funciones se llenaban, lo que sorprendió al homenajeado ya que estuvo reticente al repaso de sus películas porque consideraba que ya “no le interesaban a nadie”. Y ahí se equivocó.
El actor Rafa Ferro recordó al Cozarinsky “más atorrante”. ¿A qué se refería? Se conocieron en el casting para la película Ronda nocturna y quedaron amigos. Y desde ahí recorrieron juntos la noche porteña, cenaban juntos (“creo que fue con la persona con la que más veces cené en mi vida”) y viajaron juntos. ¿Y lo “atorrante”?
Dijo Ferro: “Robábamos cosas de los restoranes”. También esta relación se nutría de los inéditos que siempre le mandaba Cozarinsky para que los leyera Ferro: “Leí la mayoría, aunque tengo que ser sincero y le dije que algunos estaban impecables sin abrir el paquete que me mandaba.”

Recordar es un acto que ocurre en el tiempo. Y eso, lo sabemos, hace que los recuerdos fluctúen, entren en movimiento e incluso, vayan cambiando. Para todos los que conocieron a Cozarinsky su recuerdo va oscilando entre distintas estampas y huellas que dejó. Para quienes no lo conocieron, les queda el lujo de disfrutar de una gran obra nutrida de libros y películas y entrevistas y piezas desperdigadas por todos lados. No es poco. Más bien todo lo contrario.