Durante su segunda visita a Latinoamérica en 2015, el Papa Francisco dio un discurso frente a movimientos sociales en Bolivia donde declaró la importancia de “las tres T”: tierra, techo y trabajo. Pero muchos años antes, cuando solamente era Jorge Bergoglio y no el jefe máximo de la Iglesia Católica, había otras tres palabras que también impulsaba a rajatabla. Las “tres C”: colegio, capilla y club.
Hay una parte no tan conocida en la historia de Francisco, que tiene que ver con su formación pastoral. Su carrera comenzó en el Colegio Máximo de San Miguel cuando se ordenó como sacerdote en 1969. Apenas cuatro años después, le dieron el rango de provincial y quedó a cargo de la orden de los jesuitas en Argentina y Uruguay. Un hecho inédito, ya que tenía 36 años y ningún cura tan joven había ocupado un lugar así.
¿Por qué lo eligieron? “Porque era Jorge Bergoglio, ahí está la cosa”, responde el sacerdote Julio Merediz (86), compañero del Papa en esos años, mientras cuenta que quien decidió que Bergoglio tenga ese rol fue el padre Pedro Arrupe, un famoso general de la Compañía de Jesús que había sido testigo de la bomba de Hiroshima en Japón. “Todos los capos de la compañía eran mayores que él y él era el capo de todos ellos”, agrega.
El Rubicón de Jorge Bergoglio en el barrio
Como provincial, tomó dos lugares clave para expandir la misión: San José de Boquerón en el monte santiagueño y las zonas aledañas al Colegio Máximo, en San Miguel, donde hoy es la región de Santa María, lugar que le tocó a Merediz para trabajar. “Se había entusiasmado mucho con mi barrialidad. Era todo campo, no había nada”, recuerda.

Bergoglio tenía claro su objetivo: formar jóvenes no solo a nivel espiritual, sino también cultural. Él quería lograr la idea de equiparar la calidad con la cantidad, y esa fue la indicación hacia su compañero: “Se puede tener mil alumnos y no 500. Podemos tener colegios populares y a la vez darles lo mejor”. En los lugares que formó, las «tres C» siempre estuvieron presentes.
Así como Julio César cruzó el río Rubicón en la guerra romana para expandir el imperio, Bergoglio delimitó su zona a partir de la avenida Gaspar Campos, para el lado contrario del centro de la ciudad. O al menos así lo veían los curas que iban a visitarlo: “Pasar esa avenida, era como cruzar el Rubicón”.

Primero, armó la parroquia del Patriarca San José y luego, le siguieron las capillas de los Santos Mártires, San Pedro Clavel, entre otras, y, llegando a Trujui, unas 20 más, con varios colegios y clubes del partido de San Miguel.
Los grandes gestos maternales y la operación que lo marcó
Cuando el padre Julio habla sobre Francisco en aquellos años, recuerda sus “gestos” por sobre las “gestas” y cita a la Madre Teresa de Calcuta: “No podemos hacer grandes cosas, solo pequeñas con mucho amor”. Bergoglio vivía teniendo detalles con él. Por ejemplo, repentinamente fue a visitarlo de imprevisto a la parroquia donde vivía y se dio cuenta que estaba pasando frío por dormir en uno de los salones. “Al día siguiente apareció con una estufa”, dice.

No solo eso, también le festejaba los cumpleaños (y le hacía la torta) o aparecía para revisar si la heladera tenía comida suficiente para la semana. Merediz recalca la sencillez de Bergoglio, que mantuvo hasta su Pontificado. Siempre recuerda cuando a una señora le habían negado la comunión en la iglesia de su barrio por estar divorciada y Francisco la llamó unos días después: “No te preocupes, ¿tenés otra iglesia cerca? Listo, ahora vas a esa”.
Francisco tuvo una juventud muy dura. Lo operaron a los 20 y le sacaron medio pulmón. Su mamá estaba muy enferma y él se encargaba de sus hermanos. “Eso le formó el aspecto tan humano que tenía. Sus gestos hacia el dolor y los enfermos le salían del alma. No es que los inventó”, opina Merediz y reflexiona: “A Dios lo representan barbudo pero el rostro se lo ponés vos. Es padre y madre. Los gestos de Bergoglio eran maternales y para mi generación, que nos formamos en una cultura machista, esos gestos nos costaban mucho”.
El día a día de Francisco en el Colegio Máximo
Cuando terminó su mandato como provincial en 1979, Bergoglio fue nombrado rector del Colegio Máximo de San Miguel y quedó a cargo de la formación de los jesuitas y de las carreras de filosofía y teología que dictaban allí. Siempre estuvo acostumbrado a ocupar lugares importantes dentro de la Iglesia. “Cuando tenía que actuar y ponerse firme, lo hacía. Por eso fue un gran conductor”, considera Merediz.

La imágen que daba era de gran autoridad. Así lo veía el cura Rafael Velasco (58), que también fue provincial pero de 2018 a 2024 y en la época donde Bergoglio era rector, recién transitaba sus primeros años en el noviciado. “Jorge también era el párroco de la capilla del Patriarca San José. Recuerdo el primer fin de semana que me mandaron al barrio. Nos reunió a todos los jesuitas y nos dio un mensaje pastoral. El florecimiento vocacional de ese entonces se lo asociaban a él”, dice.
En el verano del 86, Velasco fue enviado al Colegio Máximo. Allí había una chanchería y una huerta, que Bergoglio ponía a trabajar. Se lo veía como una persona cercana, a pesar de ser muy severo con el cumplimiento de las normas y los horarios. “Los que llegaban diez minutos tarde, se quedaban sin cenar. Aunque tampoco podían llegar demasiado temprano, porque ahí ya eran unos vagos. Tenía una personalidad dura y hacía cumplir sus normas. Eso también lo convirtió en Papa más adelante”, menciona.

Velasco recuerda que “Jorge siempre estaba bien y tenía buen sentido del humor”. Sus días arrancaban a las cuatro de la mañana para tener un rato largo de oración. En el Máximo, atendía a los estudiantes pero también a enfermos y vecinos. Criaba las vacas y los cerdos y mantenía la huerta con sus propias manos. También trabajaba en la lavandería y colgaba la ropa. Cocinaba y comía con los estudiantes. “Todo el mundo decía que era como Dios, estaba en todos lados”, suma
El legado de Bergoglio en los barrios
Su cargo como rector lo dejó en 1989. Tuvo sus opositores, porque creían que no le daba tanta importancia a la formación académica de los jesuitas. Velasco se distanció de Bergoglio en ese entonces pero lo supieron resolver en cuestión de minutos apenas volvieron a verse en 2020, cuando fue a visitarlo al Vaticano. “Jorge era un tipo de lo popular. Los que le hacían esa crítica se presentaban como progresistas. Pero en la actualidad, él fue el Papa progresista y ellos no sé dónde están”, analiza.

Velasco repitió su viaje al Vaticano varias veces y el Sumo Pontífice siempre lo recibió. Además, se copaba en grabar algún saludo para los vecinos del barrio o las capillas donde había estado. Merediz volvió a tener contacto con Francisco cuando cumplió 50 años como cura en Santa María y le agradeció por carta. Este le respondió pidiéndole que «no perdiera el fervor«.
Hoy el Colegio Máximo tiene varios usos. Por un lado, “funciona como un geriátrico de jesuitas”. Allí viven algunos curas que necesitan un cuidado especial. También se usa como sede de retiros espirituales y encuentros de colegios. Por otro lado, hay una parte destinada a una “usina tecnológica” donde se forman jóvenes en distintas disciplinas: «Es una buena influencia para nuestro barrio, que allí puedan estudiar enfermería y algunos profesorados”.
Todos los vecinos de antaño tienen un recuerdo de Jorge Bergoglio, de sus gestos o su simpleza. Algunos más jóvenes no conocen que los colegios a los que fueron o las canchitas donde jugaron en su niñez, fueron impulsadas por el Papa Francisco. Su legado es importante porque marcó un estilo de ser jesuita. Siempre les pidió a los sacerdotes que estuvieran «cerca del pueblo», que escucharan a la gente y aprendieran mucho de ella.
MG