SALTA – (Diego Nofal).- A partir de mayo, los niños salteños tendrán una hora menos de clases. No se trata de una decisión pedagógica ni de una reestructuración educativa: es una consecuencia directa de la decisión del gobierno nacional de Javier Milei de eliminar los fondos destinados a la “hora focalizada”, una herramienta que brindaba a miles de chicos una hora más de aprendizaje por día. Con esa decisión, se golpea directamente a los sectores más vulnerables del sistema educativo. Pero lo más grave es el silencio cómplice y la sumisión del gobierno provincial, encabezado por Gustavo Sáenz, frente a esta nueva afrenta.
Sáenz ha sido, sin duda, uno de los gobernadores más obedientes, y serviles, ante el presidente Milei. En cada votación clave, sus diputados nacionales actuaron como engranajes del aparato libertario, levantando la mano a favor de proyectos que dañaban a las provincias. En cada crisis política de Javier Milei, ahí estuvo Gustavo Sáenz, con una foto, una declaración o una palmada en la espalda, apoyando sin condiciones. El Gobernador salteño se convirtió en uno de los principales sostenes del Gobierno nacional, aún cuando eso implicaba contradecir los intereses de su propia provincia.
El colmo del destrato llegó con las promesas de obras públicas. No una, sino dos veces, la administración de Milei comprometió el envío de fondos a Salta para avanzar con infraestructura esencial. Ambas promesas fueron ignoradas. Nada llegó. Pero incluso frente a ese abandono, Sáenz no solo no alzó la voz, sino que siguió mendigando atención en Buenos Aires, como si no entendiera que lo usan y lo descartan a voluntad.
El 1 de marzo, Gustavo Sáenz prometió pelear “por lo que le corresponde a Salta”. Fue una promesa envalentonada, cargada de retórica federalista. Pero han pasado dos meses desde entonces, y lejos de pelear, el gobernador se ha mantenido en silencio, mirando cómo se desmoronan políticas claves como la hora adicional de clases, sin presentar resistencia. Hoy, su imagen no es la de un líder comprometido con su pueblo, sino la de un perrito faldero que espera alguna migaja que Milei decida tirar desde la Casa Rosada.
Como si todo esto no fuera suficiente, el gobierno nacional transfirió casi en secreto 12 mil millones de pesos a Salta en concepto de Aportes del Tesoro Nacional. ¿No se podría haber utilizado parte de ese dinero para sostener la hora focalizada y garantizar la continuidad educativa de los niños? La respuesta es obvia. Pero los salteños, hasta ahora, no han visto un solo peso de esos fondos. Nada se ha invertido en educación, ni en salud, ni en infraestructura. Todo queda en las sombras, mientras las necesidades crecen.
La decisión de quitar una hora de clases a los niños no solo representa un retroceso educativo, sino también un símbolo de la decadencia política de una dirigencia que ya no defiende a su gente. Gustavo Sáenz ha elegido su lugar: el de la obediencia ciega. Mientras tanto, los salteños siguen perdiendo. Pierden oportunidades, pierden servicios, y ahora, pierden educación. ¿Hasta cuándo?
