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miércoles, mayo 7, 2025

La nueva historia de Marcelo Birmajer: Milagro

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El profesor Kop comenzó su conferencia sobre El Milagro sintiéndose un farsante. Los jóvenes y los ancianos que habían concurrido a escucharlo en esa sala universitaria aguardaban una revelación o una verdad. Kop descubrió que sólo les estaba ofreciendo vagas reflexiones. Una vez más se había equivocado al aceptar disertar en un evento.

Había escrito y publicado en un diario de gran tirada su ensayo sobre El Milagro. Pero su experticia se limitaba a la ciencia médica, en la que recientemente había destacado dando a conocer un exitoso medicamento contra el Mal de Alzheimer. Ya circulaba por todas las farmacias del país y los resultados eran sorprendentes.

Se había convertido en una suerte de héroe de incógnito. Rehuía a las cámaras, se había negado a dar notas a los periódicos, y pocos sabían de su patente. Se hablaba del medicamento como un resultado corporativo. A Kop le alcanzaba con que lo supieran sus íntimos. Griselda lo había abandonado y no le contó. A los 80 años, poco le importaban los motivos por los que se alejaran de él. Las mujeres lo miraban como a un mueble viejo: pensando si arrojarlo o dejarlo como adorno. Literalmente nadie se le acercaba. Los jóvenes lo observaban como si la vejez fuera una enfermedad de la que pudiera contagiarlos.

Kop había especulado con marcharse a vivir a Israel, encerrarse en una pequeña ciudad, y comunicarse con el resto del mundo, incluyendo sus vecinos, sólo virtualmente. Que nadie lo viera en persona. Poseía, como Steve Austin en su confección, seis millones de dólares. Lo suficiente como para vivir y morir en silencio el resto de su existencia.

¿Qué era un milagro?, regresó a su exposición el profesor. Una casualidad vista por un creyente, repitió. Pero lo irritaban intensamente los individuos que manifestaban haberse salvado de milagro de algún tipo de catástrofe: una tragedia aérea, una guerra, un terremoto. ¿Y todos los demás? ¿Cómo podía ser un milagro la salvación de una persona, si tantos otros inocentes habían fallecido o perdido a sus seres queridos? La sola idea de considerar un milagro la salvación personal en el contexto de una tragedia colectiva le resultaba a Kop la negación de esta definición.

No obstante, el propio Kop había asumido como milagros una cierta cantidad de eventos de su vida: en el amor, en la profesión, en la supervivencia. El descubrimiento de la droga contra el Alzheimer, la improbabilidad de las coincidencias ocurridas, no podían ser etiquetadas de otro modo. Pero ese mismo día… ¿cuántos niños habían muerto en condiciones espantosas?¿Y cómo quedaba el corazón de tantos igualmente inocentes padres? Incluso muchos de ellos preferirían el Alzheimer a la transición del duelo. Escupirían su pastilla en caso de recibirla: preferían simplemente no haber perdido lo más sagrado, que no bajara el telón de la tragedia humana.

Los milagros que habían acompañado el Éxodo del pueblo judío, de la esclavitud en Egipto a la redención en la Tierra de Israel, eran masivos. Podía perecer un individuo o un conjunto de individuos, pero el milagro acompañaba a la tribu en su devenir.

Los padres de Kop habían sido judíos practicantes. Kop había sido circuncidado y cumplido su Bar Mitzvá. Pero en la juventud dejó de concurrir al templo, excepto invitaciones muy precisas. Mantenía una permanente reflexión íntima respecto de la existencia de una divinidad. Pero estaba seguro de no asesinar, no mentir y no robar. Y también de ser judío. Qué pintaba en todo aquello estar dando una conferencia sobre El Milagro en una universidad pública a la que asistía una concurrencia especializada, no lograba resolverlo. Sin embargo lo aplaudieron copiosamente al concluir. Se pusieron de pie. Le dolía la espalda y la cabeza.

En la farmacia de enfrente compró un analgésico. La empleada debía andar por los cincuenta años. “Usted salvó a mi madre del Alzheimer”, le dijo.

-¿Cómo lo sabe? -preguntó ambiguamente Kop-.

-Lo sé -refrendó ella-.

Había algo de agresivo y gratitud a la vez, en aquella sentencia. Alguno de sus íntimos debió habérselo contado, quizá con más suerte que él. Pero la mujer insistió: ya terminaba su turno. Si la esperaba en el bar de la esquina, le gustaría llevarlo a casa, donde vivía con su madre, y mostrarle el milagro en vivo. Kop no encontró palabras para negarse. Además, le había quedado la garganta seca del discurso. Y ella le regaló ambos analgésicos.

Mientras aguardaba a la mujer en el bar, con un agua tónica bebió ambas pastillas, hicieron simultáneamente efecto. Diana, como se llamaba la empleada, llegó a la hora anunciada. Lo llevó en auto. Vivía en un PH con su recuperada madre.

La anciana -tan anciana como Kop-, portaba en el rostro la mueca apacible de quien lo ha olvidado todo. Pero hablaba con la misma lucidez que sus dos visitantes. Un televisor encendido repetía noticias intrascendentes, transmitía en loop el video de un limpia ventanas, al que le había ocurrido algún percance no fatal.

Fanny los invitó con tarta de manzana, café, agua helada. Kop rechazó con igual amabilidad cada ítem. Pidió permiso para pasar al toilet.

Cuando salió, la anciana dormía en su cuarto, con la puerta cerrada. O eso dijo Diana. La propia Diana lo esperaba en deshabillé. Le tomó la mano. Lo llevó hacia su cuarto.

-No necesita agradecerme de este modo…- musitó, sin creer en los actos ni en sus palabras-.

-Yo hago lo que quiero -determinó Diana, con la misma osadía-.

Aquello sólo podía ser definido como un milagro, se dijo Kop. De hecho, las píldoras recién insumidas eran relajantes. A no ser que la mujer lo hubiera engañado y dispensado otra clase de sustancia.

Tocó partir, pero Diana interpuso que primero debían despedirse de su madre.

-No, no. Déjela dormir -sugirió Kop-.

Diana ni siquiera lo escuchó. Abrió la puerta. La anciana mantenía la mueca apacible. Pero hierática. No hacía falta acercar una pluma a su boca, como hubieran hecho sus abuelos. La madre de Diana, Fanny, no respiraba. Kop murmuró automáticamente el kadish que le habían enseñado sus padres. En el televisor, bajo el letrero de urgente, se anunciaba que la medicación para el Alzheimer estaba siendo revisada, con algunas víctimas fatales en curso y otras por confirmar.

Redacción

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