Acaba de llegar desde la Feria del Libro de Bogotá, enérgica, predispuesta a encontrarse con el público. Rosa Montero se siente como una vieja conocida: dice que conoce Buenos Aires casi como la palma de su mano, con viejos y nuevos amigos, cuenta como cincuenta visitas y, en algún momento, hasta vino tres veces en un año. De los escritores que la han marcado menciona, cuándo no, a Borges, pero también a Claudia Piñeiro –“El tiempo de las moscas me parece una obra genial”–, Guillermo Martínez, Samanta Schweblin. En las referencias de su último libro, el que viene a presentar en la 49.ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, Anímales difíciles, incluso cita lecturas como la del neurocientífico Mariano Sigman.
“No creo en los géneros. Ya es una discusión saldada en el siglo XXI, nuestros padres y madres literarios rompieron los moldes y nos dieron la posibilidad de escribir libremente”, dice de entrada, locuaz y simpática, sentada en el bar de un hotel céntrico.
“Mis novelas de la detective Bruna Husky parten desde la ciencia ficción, porque son novelas futuristas, pero son un híbrido donde hay thriller, metafísica, con tintes existenciales y sociales –desarrolla, sin preámbulos–. Ella, un clon humano que trabaja como detective, está contando el tiempo que le queda para morir, y hay incluso una trama psicológica. Sigue existiendo un enorme prejuicio con la ciencia ficción, se sigue diciendo que es un género menor que trata sobre temas técnicos, fríos o esotéricos. Inmenso error. Mis novelas de Bruna son lo más realista que escribí, y Animales difíciles, aunque esté situada en el Madrid de 2111, habla del mundo de hoy”.
Nacida en Madrid en 1951, la escritora y periodista, cuya obra está traducida a cerca de treinta idiomas, ganadora del Premio Nacional de Periodismo y Premio Nacional de las Letras en España, se ríe de cuando el mundillo literario español consideraba que lo suyo no era literatura “seria”, tal vez por encasillarla prejuiciosamente como ciencia ficción, tal vez por su trabajo con el periodismo. Rosa Montero tenía 29 años cuando en 1980 recibió el Premio Nacional de Periodismo. Entonces ya trabajaba en el diario El País, en el que llegó a ser jefa del suplemento y hoy sigue escribiendo una columna semanal.
“Desde que salieron las novelas donde Bruna Husky es protagonista –desde 2011 hasta acá con las novelas Lágrimas en la lluvia, El peso del corazón y Los tiempos del odio–, siento algo espeluznante porque mucho de lo que escribí en la ficción se ha cumplido en nuestra realidad. El apagón de hace unos días en Madrid y Portugal es un tema principal en Los tiempos del odio, en ese caso por un atentado terrorista disimulado por una radiación electromagnética. Me da miedo escribir lo que escribo porque vamos a terminar desapareciendo”, bromea la autora de La loca de la casa, Historia del rey Transparente, La ridícula idea de no volver a verte y El peso del corazón, entre otros libros.
–En Animales difíciles asistimos a la despedida de Bruna. No a su muerte, pero sí a su largo adiós.
–Desde su primera novela dije que jamás la iría a matar y cumplí. No es una saga, porque no es algo que continúa, la de Bruna Husky es una serie con un mundo propio, que es la ambición de todo escritor, con personajes estables y que pude visitar cuando se me dio la gana. Se pueden leer autónomamente, aunque si las lees en serie tienes un plus. A Bruna no la iba a matar porque es un personaje obsesionado con la muerte, y es algo que me une. Me siento cerca de ella, he sentido mucha intimidad, diría que es el personaje preferido de toda mi obra. La despedida fue casual. Cuando empecé a escribir Animales difíciles en los cuadernos a mano antes de pasarlos a la computadora, no sabía que iba a ser la última, aunque sí lo intuí en el desarrollo. Siempre hay un caso criminal que ella debe resolver, y este es el más oscuro, asfixiante. Y además existe otro frente de guerra brutal. Bruna es una tecnohumana de combate que medía dos metros y a finales de Los tiempos del odio, para salvarse, entra en un experimento donde los ingenieros cambian sus memorias a otro cuerpo de cálculo, un cuerpo débil y pequeño. Renacer en un cuerpo distinto fue una lucha de reconocimiento que agotó sus energías.
–El tema de la identidad atraviesa todas tus novelas, y aquí se potencia notablemente, algo que se sale de control pese a las tecnologías y las superinteligencias.
–En esta novela la identidad ocupa un centro gravitatorio. El esfuerzo sobrehumano de Bruna en la búsqueda de la trama criminal y, por otro lado, el de llegar a ponerse en una nueva piel. Todo tiene una dimensión épica. Entonces, ahí me di cuenta que no iba a ser capaz de escribir una nueva novela con ella como protagonista. Cuando escribo una nueva novela tengo la ambición de hacerlo algo mejor, contar una trama y explicarla de una forma más bella, profunda, distinta a la anterior. Y me dije que se acabó ahí, con ese final crepuscular de Animales difíciles, que me ha consolado y me ha ayudado a perder miedo al sinsentido del mundo, en este confuso catastrofismo en el que vivimos. Terminar la novela me produjo un cierto alivio. Una amiga mía argentina, Susana Pedroza, que es astrofísica, me dijo que ella en el final sintió como una caricia.

Como en Blade Runner –la adaptación cinematográfica de su admirado Philip K. Dick–, en el cual existen seres robóticos llamados Replicantes, Bruna Husky habita un cuerpo prestado con su personalidad de rep de cálculo. En Animales difíciles, Bruna es contratada, en el Madrid de 2111, para investigar un supuesto atentado en las instalaciones de Eternal, un gigante tecnológico. En una especie de monólogo interior, se define: “Soy única en el mundo. Una solitaria rareza. Aunque ya era rara antes. Ser diferente es mi destino. La antigua Bruna tenía una memoria artificial mucho más extensa y verdadera que la de los otros tecnohumanos; mi poco recomendable memorista, Pablo Nopal, me implantó ilegalmente su propio pasado. Todo eso sigue estando aquí, dentro de esta cabeza alborotada”. Y más adelante, cuando asume tener dentro de ella demasiadas vidas en conflicto, exclama: “Malditos humanos, que me clonaron y me criaron en un tanque de acero. Quién les dio derecho a hacer de mí una criatura condenada a una pena de muerte tan rápida y tan cruel, por conocida”.
Se dice en Animales difíciles que lo verdaderamente problemático, lo que hizo que saltaran todas las alarmas, fue el comienzo de los experimentos para implantar nanotecnología en la médula espinal y en el cerebro. “Una mente modificada por la Inteligencia Artificial, ¿es biológica o robótica? Entonces apareció la Ley de Integridad Humana, que establece una complicada y bastante absurda tabla de porcentajes de humanidad medida en puntos Bío, dependiendo del órgano que va a ser modificado o sustituido”, escribe Rosa Montero.
–En la novela surge Mircea, un personaje periodista. Y su reporteo es un eslabón clave de la trama, cuando hoy la investigación periodística es anunciada una y otra vez en vías de extinción….
–El periodismo no puede morir, sería el apocalipsis. Llevamos veinte años haciendo la travesía del desierto, un mal aspecto. En principio hubo un cambio de mercado, con una crisis económica que culminó en la desaparición del 90 por ciento de todos los periódicos del mundo, un hecho catastrófico para la democracia. No es casual que la caída libre de legitimidad y prestigio de la democracia vaya en paralelo con la agonía de los medios. Pero no debemos permitirlo. La Inteligencia Artificial ayuda a ese caos, que no se sepa que es verdad o mentira, y la realidad aterradora de que más del 60 por ciento de los jóvenes menores a veinte años se informan sólo por las redes sociales. Eso puede implicar que mañana un amigo les cuente algo que vio allí y se los creen sin dudarlo. Estamos en el mundo de las hordas, hordas de enfrentamiento y odio. Nadie ha hablado de terraplanismo hasta el siglo XXI. Un personaje de mi novela dice que hay momentos donde los pueblos eligen el suicidio por la vía de la ignorancia. Pero el periodismo no puede morir.
–¿Y qué hacer para que no muera?
–Sostenernos en los digitales, porque los periódicos de papel ya han desaparecido. El País tiene 400 mil suscriptores, hay que buscar nuevas comunidades e insistir en comprender el mundo. El sentido de escribir es el sentido de la existencia. El sentido de poner un poco de luz a las obsesiones, a las oscuridades. Uno escribe no para dar lecciones, sino para aprender.
En otro fragmento de Animales difíciles, se lee: “El mundo, se dijo una vez más, era un lugar de mierda. No ganaba el más valiente ni el que se esforzaba más, sino el que tenía más dinero y más medios”. Contrasta con una nota de opinión de Montero cuando hace poco visitó Valencia y encontró una ciudad reconstruida después de la inundación, con gente animada a salir a flote.
“La capacidad del ser humano de sobreponerse es infinita, hay que poner el hombro –reflexiona–. No podemos sentarnos a ver Netflix mientras el mundo se desmorona, tenemos que combatir la desesperanza, la abulia depresiva. El ser humano es esencialmente bueno. Existe un porcentaje menor de las personas que son psicópatas, que por lo general son los presidentes o los CEO de las grandes compañías. Por miedo, inseguridad o inmadurez no podemos dejarnos arrastrar por abismos de violencia y de odio. Tengo esperanza en la humanidad, siempre encontramos nuevos modos de supervivencia y existen estrategias de cooperación por encima de las de depredación. Soy muy animalista y creo que podemos aprender mucho estudiando el comportamiento de ciertas especies. La falta de conciencia que tiene el ser humano de ser un animal es algo sintomático, muchos dijeron que en la tapa del libro no había una animal de portada como en los anteriores de Bruna. ¡Oye, estamos nosotros, los animales más difíciles, más depredadores de todos! Kant con su imperativo moral categórico nos hablaba de que un soldado hambriento en una tierra asolada se resistía a matar a viejos y jóvenes para robarse su comida y eso que estaba en una lógica de guerra. Venimos con un imperativo moral muy fuerte desde que nacemos. Ahora bien, eso no significa dejar de asumir un presente estallado. No tengo hijos y me alegro porque son tiempos muy difíciles».

En una columna que publicó en El País el 20 de abril y cuyo título fue “La mayoría de los escritores”, Rosa Montero habló del maltrato que suelen sufrir los escritores a manos de un sistema cruel, y desmitificó, una vez más, la idea romántica de creer que los que escriben viven una realidad maravillosa, encapsulados en una suerte de sensibilidad única y especial. “Que no te publiquen. Que te publiquen y tu propia editorial no te haga ni caso. Que te saquen críticas horrendas. Que no te saquen ninguna crítica. O que te pidan una novela de 600 páginas y luego te dejen tirada”, escribió.
–Aunque en tu caso viajes por festivales, publiques en editoriales grandes y tengas tus agentes literarios, es una realidad dura para la mayoría.
–Eso ahora, pero es algo que siempre me ha ocurrido, más siendo mujer. El sistema es durísimo para los escritores que quieren publicar, hay pasos a cumplir muy humillantes. Todo el mundo se llena con la palabra cultura. Y después los que toman decisiones reducen presupuestos, los suplementos culturales se reducen. Una vez alguien al que objeté que descargara los textos gratis, me respondió: “Encima que te diviertes trabajando, me quieres cobrar”.
–Hace poco salió un libro que compiló tus reportajes periodísticos, Cuentos verdaderos. ¿Recordás cuál fue el más difícil de todos?
–Fueron reportajes de la transición española, siento que el que más me costó fue la matanza de los abogados de Atocha, en 1977, dos años después de la muerte de Franco. Cuando releía aquellas crónicas, me daba una puntada de lo mucho que olvidamos, de lo frágil de nuestra memoria. Conocía a esos abogados, pero quise entender a esos asesinos, cómo llegaron a hacer eso. Me costó mucho por la carga emocional, hablar con los asesinos en la cárcel, sus amigos de extrema derecha, pasé mucho miedo. Y darle una narrativa que pareciera una novela, algo que conmoviera al lector desde el arranque.
–Hoy parece que la memoria sigue refugiada en el olvido…
–Es el momento de los ultras. El dogmatismo llegando a sus extremos.

–¿Cómo llegamos a eso?
–Por muchas razones. Estamos como en el República de Weimar. Salimos de la crisis del 2008 con un empobrecimiento mundial, pero los causantes de la crisis se hicieron cada vez más ricos. Según el índice de Gini, hoy tenemos a los pobres cada vez más pobres, los ricos cada vez más ricos. Se rompió el acuerdo social y el breve sueño del Estado de Bienestar que había surgido después de la Segunda Guerra Mundial. La democracia no nos cuidó, no nos defendió, no generó las condiciones para el acceso y la permanencia de los derechos sociales, y entonces surgieron unos antisistema tremendos. Es lo mismo que pasó en Weimar, más antisistema que Hitler no había, él que salía de la cárcel después de haber dado un golpe, y luego el crack del 29, que lo condujo directamente al poder. Hoy vivimos en un mundo de amenazas y desconciertos al por mayor.
–Los tiempos del odio, como titulaste premonitoriamente en tu novela.
–No sabemos qué nos puede pasar, si un apagón, si una pandemia, si una catástrofe ambiental, estamos como asfixiados. Hay una suerte de retroutopismo, con la gente inventándose un pasado más sencillo y menos pesadillesco. Eso no es verdad, pero no soportamos más este mundo y necesitamos respirar aire fresco. La democracia exige un esfuerzo de solidaridad muy grande, es sofisticado ser un demócrata. Destinar más dinero para que los pobres vayan más al colegio, por ejemplo, pero eso hoy no sucede. Los pobres y los marginados son los culpables, los enemigos del sistema. Y todo incrementado por el pensamiento único y la locura que vivimos en las redes sociales.
–¿Qué opinión tenés sobre Javier Milei?
–Parece alguien que ha tomado LSD. Es algo muy de este clima de época: los líderes están en ácido.

Rosa Montero básico
- Nació en Madrid. Estudió Periodismo y Psicología.
- Es autora de las novelas Crónica del desamor (1979), La función Delta (1981), Te trataré como a una reina (1983), Amado amo (1988), La hija del caníbal (1997, Premio Primavera), El corazón del Tártaro (2001), La loca de la casa (2003, Premio Qué Leer y Premio Grinzane Cavour), Historia del Rey Transparente (2005, Premio Qué Leer), La ridícula idea de no volver a verte (2013), La buena suerte (2021), El peligro de estar cuerda (2022), entre muchas otras.
- Además, escribió el libro de relatos Amantes y enemigos, de varias obras periodísticas, como Cuentos verdaderos (2024), y de los libros infantiles El nido de los sueños y la serie protagonizada por Bárbara.
- En 2017 recibió el Premio Nacional de las Letras. Su trayectoria periodística ha sido reconocida, entre otros, con el Premio Nacional de Periodismo, el Rodríguez Santamaría y el Premio de Periodismo El Mundo.
- Su obra está traducida a más de veinte idiomas y colabora en el diario El País.
Rosa Montero presentará este sábado a las 17:30 Animales difícles, el esperado cierre de la serie de Bruna Husky en diálogo con Hinde Pomeraniec. Será en la sala Victoria Ocampo.
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Juan Manuel Mannarino
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