El Presidente encara esta campaña como todas las anteriores, movilizando el resentimiento. Ahora contra los periodistas, pero pronto será contra otros. Su experiencia le dice que funciona, pero no siempre es así: ahí lo tiene al mandatario norteamericano, enredado cada vez más en su propio veneno.

El Gobierno podría verse afectado por abrazar el trumpismo. (Foto: Presidencia argentina)
Desde un principio estuvo bastante claro que la elección de Donald Trump para un segundo mandato presidencial en EEUU iba a traer beneficios y perjuicios para la gestión de Javier Milei en particular y para la Argentina más en general.
Los beneficios estaban en boca del propio Milei desde el comienzo: con ayuda de su amigo republicano, iba a conseguir recursos para sacar al país de la crisis. En concreto, un acuerdo con el FMI que financiara generosamente la salida del cepo, para que tuviera el menor costo posible. Y fue así nomás: lo logró, bastante rápido y, al menos hasta ahora, con buena recepción de los actores locales.
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Pero también habría perjuicios. Algunos de ellos inescapables, como las esquirlas de la guerra comercial, que impactarían en nuestras exportaciones. Y otros que el propio Milei podría agrandar o minimizar según sus cálculos y preferencias. Porque podría ser que no los considerara problemas, sino oportunidades para sacar más ventaja aún, tanto en el plano externo como en la escena local.
Este último fue el caso con la polarización ideológica y política que el regreso de Trump al poder se esperaba generara. Y efectivamente provocó con una intensidad en algunos aspectos incluso superior a la prevista.
Pero desde un principio pudimos ver que nuestro Presidente no le hacía asco a nada: al contrario, se abrazó con fervor al menú, los tonos y sobre todo los odios con que el norteamericano regresó al poder, queriendo ser su mejor discípulo, y por qué no, su guía, esperando sacar de ello también un buen rédito, no solo financiero sino sobre todo ideológico, de liderazgo.
A pesar del apoyo de Donald Trump al gobierno argentino, las esquirlas de la guerra comercial impactaron a nuestra economía. (Foto: AP)
¿Está sacando las ventajas esperadas? Durante el verano que pasó tuvimos varias muestras de lo mal que puede irle a nuestro gobierno abrazado a un trumpismo triunfante y lanzado a concretar su revolución restauradora de un pasado de ensueño. Mientras se cerraba la puerta a buena parte de nuestras exportaciones industriales y se derrumbaban los precios del resto de nuestra producción, nos quedamos solos en el abandono de la OMS y muy mal acompañados en la negativa a solidarizarnos en la ONU con Ucrania. Después vino la presión para liquidar el swap chino como condición del apoyo recibido de Washington. ¿No terminará siendo mal negocio alinearse tanto con un gobierno que se lleva pésimo con todo el mundo?
Desde la elección de noviembre pasado en EE.UU. hasta el inicio “arrasador” de la segunda presidencia de Trump, además, Milei aprovechó lo que creyó era un clima internacional inclinado duraderamente a favor de la radicalización ideológica y las derechas duras para redoblar sus ataques contra los que considera sus “enemigos internos”, alimentando el odio contra los “zurdos”, los “tibios”, los economistas y periodistas independientes y demás contrincantes reales o fantaseados de su “batalla cultural”.
Una batalla que, ya sabemos, está decidido a impulsar a como dé lugar, y aunque internamente ni las instituciones ni la sociedad le den ni apoyo ni calce para hacerlo.

Milei aprovechó lo que creyó era un clima internacional inclinado duraderamente a favor de la radicalización ideológica y las derechas duras para redoblar sus ataques contra los que considera sus “enemigos internos”. (Foto AP/Rodrigo Abd)
Estos últimos días lo está mostrando en particular con su convocatoria a “odiar más a los periodistas” justo después de que su asesor estrella maltratara públicamente a un joven fotógrafo, y pese a la casi universal repulsa que esa patoteada despertara: para dejar bien en claro que no piensa ceder ni mucho menos retroceder, que su idea de las cosas no va a cambiar y en serio entiende que quienes se le pongan delante y lo critiquen no merecen más que agresión de su parte y, eventualmente, que el poder del Estado les caiga encima.
Las nuevas derechas suelen hacer este tipo de cosas en todos lados, y en ocasiones les funciona. Primero y fundamental porque mucha gente está enojada y esa pasión suele ser políticamente más eficaz para movilizar adhesiones que otras inclinaciones. Además, porque la polarización les sirve al objetivo de presentarse como la única alternativa a lo conocido, y sacar de la cancha a sus competidores más desafiantes, los viejos partidos moderados y centristas. Y por último, porque la reacción escandalizada de los agredidos suele jugarles a favor: las víctimas que se victimizan pierden credibilidad y se debilitan, se vuelven un complemento de la voluntad del macho alfa, no sus contrincantes.
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Claro que no tiene la misma eficacia patotear a Facundo Manes, una expresión de la casta mal que le pese, que hacerlo contra un fotógrafo de 23 años que está haciendo su trabajo. Y tampoco es lo mismo que el llamado a odiar lo haga un líder de opinión desde el llano, frente a un gobierno en aprietos, que provenga de un presidente en ejercicio, que está lidiando con mil problemas concretos y urgentes que no terminan de resolverse. Milei no entiende muy bien esas diferencias, y por eso puede que esté yéndose de mambo con su apuesta al odio.
Pero hay aún otro problema, mucho más serio, dando vueltas: y es que el trumpismo que él creyó triunfante, y dio por supuesto que siguiera siéndolo por mucho tiempo, parece estar quedándose sin nafta bastante rápido. Y entonces quedar pegado a él, a sus ideas, sus consignas y sus odios, cuando están perdiendo atractivo en todos lados, tal vez no sea la mejor idea.

Santiago Caputo, el asesor estrella, maltrató públicamente a un joven fotógrafo. (Foto: Claudio Fanchi/NA).
Porque lo cierto es que lo que hace un par de meses parecía un proyecto incontenible, que iba a cambiar de raíz la política, la economía y la cultura del mundo entero, se está revelando como un descomunal bluff, una farsa torpe y descabellada que no puede terminar sino en un enorme fracaso, y cuyos costos mayormente pagarán quienes apoyaron a Trump y sus delirios: los trabajadores, los consumidores y los empresarios norteamericanos. ¿Es en ese barco escorado en el que Milei cree le conviene lo ubiquen tanto los observadores externos como el público local?
El presidente superpoderoso que prometió una nueva época dorada para su país ha dado en poco tiempo tantas muestras de torpeza, autoritarismo y brutalidad, en su cruzada contra el libre comercio y las instituciones que lo protegen, contra la justicia independiente, los inmigrantes, la prensa, las universidades y contra sus críticos en general, contra Zelensky y a favor de Putin, contra Canadá y la Unión Europea y a favor de Bukele, detrás de causas tan delirantes como anexarse pedazos de otros países, o países enteros, y renombrar cachos del planeta a voluntad, que el riesgo de esterilidad reformista y peligrosidad para la democracia y el propio capitalismo de las llamadas “nuevas derechas”, sobre todo cuando se les da rienda suelta para hacer lo que les plazca, ha quedado bastante a la vista para todo el mundo.
Esta autoinmolación cual bonzo del trumpismo está ya teniendo repercusiones en muchos lugares. Algunas buenas, otras malas, muchas inciertas. En Canadá le dio aire a un hasta hace poco desahuciado partido liberal para ganar cómodo las elecciones del lunes pasado y fortalecer sus lazos con la Unión Europea, que está en medio del despelote resultante por fin tomando conciencia de la necesidad de tener una política exterior y de defensa más seria y eficaz. A Putin y Netanyahu, en cambio, parece solo los alienta a seguir bombardeando a sus vecinos y negarse a sellar cualquier acuerdo con ellos, incluso unos muy convenientes para sus ambiciones. Mientras que a Xi y los comunistas chinos los volvió a legitimar como socios serios y previsibles, administradores responsables y racionales de un magnífico negocio mutuamente beneficioso para todos, del que nos conviene participar haciendo la vista gorda al hecho de que su expansionismo y autoritarismo van mucho más en serio que las boutades trumpistas.
Donald Trump, el presidente superpoderoso que prometió una nueva época dorada para su país, ha dado en poco tiempo tantas muestras de torpeza, autoritarismo y brutalidad. (Foto de archivo: Reuters)
Y mientras todo esto sucede, ¿Milei y su gente no piensan revisar su diagnóstico sobre el curso que seguirán las cosas, o sobre el papel que podría corresponderle al país, y a su gobierno, en el mundo que viene?
Pareciera que no, que van a insistir. Tal vez porque piensan que lo que hasta aquí les funcionó va a seguir funcionándoles. Si movilizando el odio ganaron en poco tiempo tantos votos, ¿por qué no va a servirles para ganar más?
Pero les convendría estar atentos a la velocidad con que Trump ha venido perdiendo tres recursos fundamentales, que hicieron posible su éxito en noviembre pasado, simplemente porque siguió haciendo las mismas cosas que hasta entonces.
Primero, y muy visiblemente, ha perdido popularidad: es el presidente peor evaluado por la opinión pública tras sus primeros 100 días en el cargo desde que se empezaron a hacer este tipo de encuestas, superando la anterior peor marca, que fue la suya en el mandato anterior.
Segundo, perdió buena parte de su capacidad de amedrentar y acorralar a sus contrincantes con sus amenazas y patoteadas: desde que Zelensky sobrevivió bastante indemne a la encerrona para destituirlo de su cargo montada en la Casa Blanca cada vez menos actores internos y externos parecen inclinados a ceder y evitar confrontar con el presidente y sus fanáticos, sobre todo en los casos en que, de no resistirse se siguen costos inmediatos y difíciles de reparar.
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Y tercero, y tal vez lo más importante, ha declinado sensiblemente su capacidad de presentar sus ataques contra la democracia como recursos legítimos, destinados supuestamente a defender y mejorar la democracia: el “deep state”, la “conspiración woke”, las fake news supuestamente difundidas por los medios y los periodistas en connivencia con el Partido Demócrata y demás enemigos que el líder republicano prometió combatir con miras a “revitalizar la democracia norteamericana”, y volver a poner el gobierno a trabajar en favor de la “gente común”, se han revelado en poco tiempo como fantasías paranoides, pergeñadas por un líder de indiscutibles inclinaciones autoritarias, y que no reconoce límite alguno en sus esfuerzos por manipular a los ciudadanos.
¿Y si de tanto ir el cántaro de Milei a la fuente del odio para alimentar su popularidad termina descubriendo tarde que esa fuente se secó, y el odio se ha convertido en hartazgo y decepción? Dirán los economistas que todo depende de la inflación y el crecimiento: Trump los tiene en contra y por eso su popularidad cae y sus recursos manipulatorios pierden eficacia. En cambio, a Milei la economía parece le va a sonreír, así que tendrá chances de seguir agrediendo a quien quiera sin pagar las consecuencias. Pero hay que ver si está haciendo bien las cuentas: para que se haga la vista gorda a su autoritarismo, mientras más evidente y grosero este sea, van a tener que ser más amplios e indiscutibles los beneficios pecuniarios que ofrece, y es difícil que este sea el caso. Sobre todo si sigue mandando a Santiago Caputo a actuar su papel de James Bond pedorro donde nadie lo llamó, pone al otro Caputo, a su candidato estrella y al resto del gobierno a justificar esas matoneadas, los ingresos apenas se mueven, el consumo masivo no repunta y la inflación sigue rondando el 3%.