Una de las noticias más leídas estos últimos días en la web de La Vanguardia ha sido, con permiso del apagón, la tremenda historia que publicó el jueves Luis Benvenuty sobre un parking del barrio de Hostafrancs de Barcelona ocupado por un número indeterminado de personas que malvive sobre colchones hediondos, trapichea con droga y donde se practica la prostitución.
Los usuarios de ese parking de 280 plazas viven un calvario desde hace año y medio. Sus coches han sido objeto de robos y no pueden bajar solos a buscar sus vehículos por miedo a tener un susto o, en el caso de las usuarias, a sufrir agresiones sexuales. Precisamente, ese argumento les valió ante un juez para que dictara una orden de alejamiento para uno de los ocupas. Pero este se fue y entraron otros.

Enseres personales en una de las escaleras del parking
Mane Espinosa
A pesar de que han llamado infinidad de veces al 112 y la policía ha acudido otras tantas, el problema no se resolvía porque, según el Ayuntamiento, debe ser el propietario del parking quien se haga cargo del mantenimiento del espacio. Y así, los afectados estaban en una especie de bucle sin solución.
Ha sido a partir de la publicación de esta noticia que las cosas se han empezado a mover. El Ayuntamiento, ahora sí, ha abierto un expediente por insalubridad y ha instado a la propiedad a que lleve a cabo las actuaciones necesarias para evitar que personas ajenas al parking accedan, pernocten o realicen actividades distintas al aparcamiento. Y la propiedad ha contestado que hoy lunes procederá a limpiar y a poner vigilancia para evitar nuevas ocupaciones.
Seguiremos esta historia para ver si acaba bien, aunque la ocupación de trasteros y aparcamientos no es ninguna novedad. La misma Agència Catalana de l’Habitatge de la Generalitat ha tenido que clausurar espacios comunes de edificios de su propiedad destinados a alquiler social que se habían subarrendado fraudulentamente y donde malvivían personas en condiciones absolutamente insalubres. Se trata de un submundo de precariedad que está presente en nuestra sociedad y que, en el caso de Barcelona, representa la cruz de la moneda de una ciudad que crece económicamente por encima de la media española y catalana, como explica hoy Ramon Suñé en la sección Vivir.