A simple vista, los “carroceros” son gente común. Una señora está disfrazada como Nora, el personaje de Betiana Blum. Dice llamarse Mónica Flolli. “¿Cuántas veces la vi? 998 veces”. Esperando la carroza debe ser la única película argentina con club de fans y tradición bizarra. Hay otro grupo: “Asociación de Enfermitos de Diálogos de Esperando la carroza”. Gente que va a las locaciones del mítico filme, se viste como los protagonistas, arma tours temáticos y se saca fotos para publicar en redes sociales.
No pasan inadvertidos los carroceros. Hasta tienen documental propio sobre el fenómeno de culto que provoca la película emblema del humor local. “Esperando la carroza es un legado, algo que va pasando de generación en generación”, dicen.

Se cumplen 40 años y la noticia es que la película vuelve a los cines como la primera vez, en 1985. El documentalista Diego Recalde nos acerca un dato: “Increíblemente, cuando se estrenó, fue ‘Destrozando la carroza’. La crítica la asesinó”.
Leemos material de archivo: “No es una comedia de costumbres, es una farsa con visos de esperpento”. Firmado, Rómulo Berruti, aquel de Función privada, ciclo que conducía con Carlos Morelli. Otros medios gráficos: “Un clima que la presencia de Andrea Tenuta y Luis Brandoni no contribuyó a enriquecer”.
“Película con altibajos”. “La pieza teatral de Jacobo Langsner era mucho mejor que el film de Alejandro Doria”. “Es eficaz, pero no es buena”. “Haber confiado a un hombre el papel de Mamá Cora está indicando una elección estilística muy determinada, que no es, a todas luces lo que más conviene al texto”. “Chabacanería y una ordinariez un tanto abusivas”.
Cuarenta años más tarde, y en un 2025 especial por la muerte de Antonio Gasalla, hay una cola que da vuelta la esquina. En un rato el hall Alfredo Alcón del Teatro San Martín va a estar repleto para un encuentro abierto al público con los protagonistas del éxito menos pensado del cine nacional.

Qué noche la de anoche
Hay «carroceros” por todos lados. Son como los cascarudos de El Eternauta. De la nada atacan con pedazos de guión: “Yo hago ravioles. Ella hace ravioles. Yo hago puchero, ella hace puchero. ¡Qué país!”.
Luis Brandoni, Mónica Villa, Betiana Blum. Parte de aquel elenco. También Diana Frey, productora del filme. Del otro lado del mostrador, una multitud. Avisan que a las nueve de la noche -con entrada libre y gratuita- se proyectará, una vez más, la peli, y que el jueves 8 habrá reestreno-tributo en, atenti, ¡67 salas comerciales!
Brandoni se cruza con los otros protagonistas invitados. Saluda a Betiana Blum sin dar la impresión de que ande sobrando afecto. Mónica Villa, menudita, es un encanto. Siempre como un poco despistada. Se encienden las cámaras y por unos minutos serán tres leyendas.
Todo esto podría ser una parodia. Decenas de mujeres y hombres que tal vez marcharon en la última protesta de jubilados, ahora llenan el hall del San Martín para celebrar un aniversario y -por qué no- sus años de clase no pasiva.
Atentos: “¡Ahí lo tenés al pelotudo!”. Los carroceros van y vienen por ahí repitiendo las frases populares de la película. Suponen que todos las sabemos de memoria.

Luis Brandoni, la crítica y la popularidad
-Hola, Beto.
-Hola querido -saluda Brandoni-.
-¿Qué película es más querida por vos? ¿Esperando la carroza o La patagonia rebelde?
-Dos cosas muy distintas. En un ranking, La Patagonia… fue elegida como la segunda más importante del cine argentino.
-¿Y la primera?
-Mmmmm, una de Mario Soffici.
-¿Viste que la crítica la mató en el estreno?
-¿A cuál?
-A «Esperando la carroza».
-Ah, seeee, una locura. Después Rómulo Berruti se arrepintió.

No debe poder creerlo Brandoni. Él, que toda su vida tuvo un genio bárbaro, acá parece domado por la popularidad. ¿Qué hace? Saluda como el Papa, con un rostro monacal de estampita. Lo de “¡Tres empanadas!” tiene su historia, dice. “No, no fue una idea mía. Tampoco hay improvisación. Estaba escrito en el texto y no le causaba gracia a nadie…”.
Se escucha que Esperando la carroza es un clásico del cine argentino. «Hace reír, pero también reflexionar”. La charla está moderada por la periodista Graciela Guiñazu. Frey –productora de la peli- cuenta que primero se pensó en Niní Marshall, pero que “Dios” la iluminó.

El nombre de Gasalla para el papel de abuela hizo que Alejandro Doria (el genial director) se quedara congelado. “Mejor hablemos con Jacobo Langsner”, propuso en relación al creador de la obra. Cuando se lo contaron Jacobo, él estalló de risa.
Brandoni pide un aplauso para Doria. “Sin él nada hubiera sido igual. Es el personaje definitivo de la película», remarca categórico. «Supo llevar adelante el grotesco, un género que nos representa, y lo hizo con una convicción absoluta”.
Villa recuerda al director como alguien que constantemente se reía detrás de cámara. “Disfrutaba como loco”. Betiana es, como dirían las abuelas, de una sola pieza. Da muestras de una memoria colosal y traduce su personaje, Nora, como una “hipócrita”. Estábamos tan bien, dice, nos sentíamos tan a gusto haciendo la película, que «grabábamos una escena y quedaba».

En el escenario se puede ver un vestido original de Mamá Cora y una foto inédita de Gasalla durante la filmación.
Sobre el final, Mónica Villa aprovecha para contar esta anécdota: “Antonio, con un maquillaje de cuatro horas y media, me dijo: ‘¿Te gustaría improvisar?’. Le dije sí y empezamos. Había mucho ruido en el set, pero en un momento se hizo silencio. Los técnicos empezaron a caminar en puntas de pie. Cuando terminamos me miró: ‘¿Viste lo que es la fuerza del trabajo?’”.