En la fila del supermercado, en una charla con amigos o simplemente al mirar el ticket después de hacer las compras, la sensación se repite: «¡No puede ser que esto haya aumentado tanto!» En Argentina, esa frase se ha vuelto una constante, una suerte de estribillo nacional que refleja una preocupación profunda: el dinero rinde menos, y todo parece más caro.
Desgraciadamente, la inflación parece que ha llegado para quedarse, de hecho, forma parte del paisaje cotidiano desde hace algunos años. La ciudadanía nota que, incluso cuando los economistas dicen que «está bajando», esa baja no se traduce en la vida real. Basta mirar al pasado 2024 tanto los precios de los alimentos como el transporte, los servicios y hasta lo más básico, como el pan o la leche, para ver cómo han seguido subiendo.
¿Y el índice de precios? ¿Nos refleja a todos?
Acá es donde muchos se preguntan: ¿Qué es el IPC? El Índice de Precios al Consumidor es la herramienta utilizada para medir la evolución de los precios de una canasta de bienes y servicios representativos del consumo de los hogares en Argentina. Básicamente, nos dice cuánto más (o menos) cuesta vivir mes a mes. Pero hay una trampa: ese promedio no siempre refleja lo que le pasa a cada familia en particular.
Por ejemplo, si el promedio incluye el precio de vuelos internacionales o servicios que mucha gente no consume regularmente, puede distorsionar la sensación real. En cambio, si vos destinás gran parte de tus ingresos a comprar comida, y justamente los alimentos suben por encima del promedio, vas a sentir la inflación con más fuerza que lo que marcan los informes. En 2024, los alimentos y bebidas aumentaron un 107,2%, y lo peor es que son imposibles de evitar.
El IPC sirve, sí, pero no cuenta toda la historia. No explica por qué una familia de clase media siente que cada mes tiene que hacer más malabares para llegar a fin de mes. No muestra lo que significa tener que elegir entre pagar la luz o comprar la carne, ni refleja el estrés cotidiano de miles de personas que, literalmente, ajustan hasta el último peso.
Llegar a fin de mes, un desafío que se complica cada vez más
Las cifras frías cuentan una parte de la realidad, pero lo que se vive en los hogares argentinos tiene otra dimensión. Para tomar solo un ejemplo: en febrero de 2025, una familia tipo necesitó más de un millón de pesos ($1.057.923) para no ser considerada pobre. Al mismo tiempo, el salario mínimo rondaba los $296.000. ¿Cómo se explica eso?
La distancia entre lo que se gana y lo que cuesta vivir es abismal, y se siente en cada rincón: desde las changas que ya no alcanzan hasta los sueldos en blanco que se estiran como chicle. Las ventas en los supermercados cayeron más de un 10% mensual desde mediados de 2024. ¿La razón? No hace falta un análisis económico complejo: la gente compra menos porque simplemente no le alcanza.
A esto se suma el incremento brutal en los servicios esenciales.
El relato oficial y la vida real
A nivel gubernamental, se insiste con que hay señales positivas: que la inflación está bajando, que el ajuste fiscal está dando resultados, que las expectativas para 2025 son mejores. De hecho, algunas consultoras como Moody’s proyectan que la inflación podría caer al 30% hacia fines de este año.
Ahora bien, ese número sigue siendo altísimo si lo comparamos con cualquier país del mundo, pero, sobre todo, sigue siendo difícil de creer para quien, todos los días, ve cómo se esfuma el sueldo entre las compras más básicas. Porque una cosa es lo que se dice en las conferencias de prensa y otra muy distinta lo que se vive al llenar el changuito con lo justo.
Además, aunque los indicadores macroeconómicos mejoren, eso no significa automáticamente que vos o tu familia lo sientan. El desafío es lograr que esa mejora baje a la calle, al almacén, a la heladera. Que la gente recupere el poder de compra, la previsibilidad y algo tan básico como poder planificar el mes sin sobresaltos.
¿Hay luz al final del túnel?
La gran pregunta que nos hacemos todos es si este proceso de ajuste servirá, al menos, para estabilizar los precios y devolver un poco de respiro al bolsillo. En un país donde el pasado reciente nos ha enseñado a desconfiar de las promesas, la esperanza se mezcla con la cautela.
Mientras tanto, quizás lo más útil sea entender mejor cómo funcionan estos indicadores y cómo nos afectan. Porque comprender qué es el IPC no es solo una cuestión técnica, es también una forma de poner en contexto nuestras propias dificultades, de dejar de pensar que estamos exagerando o que no sabemos manejar la plata.
La realidad es que la plata no alcanza porque las cosas están muy caras. Así de simple. Y si no lo sentimos solo nosotros, si cada vez más personas comparten esa sensación, entonces quizás haya llegado la hora de exigir que las estadísticas se transformen en soluciones concretas. Porque vivir no debería ser tan cuesta arriba.