“Ahora los veteranos somos descartables. ¿Qué pasó, perros?”

Tengo mis años. Empecé a mentir sobre mi edad hace algunos. Elimino siempre un año (solo eso) porque me gusta desaparecer el año en curso. Me produce cierto placer hablar sobre mi edad y que me digan: ¡Qué bien la llevás! ¡No se te caen las chapas! En fin, esas estupideces humanas.
La cosa es que, de un tiempo a esta parte, crecí, “soy grande”, y no pocas veces me hacen sentir “viejo” los pibes del presente (nunca mis alumnos) que se creen que si no tenés 20 tu vida no vale un pepino: ¡No es así, che! Soy viejo, pero mi mente no está falopa porque pienso bastante más adelante que mucho gurí que anda por allí repitiendo consignas. Mi cabecita es fruto de una construcción diaria que hago de ella: la cultivo como a un jardín, no le hago asco a nada que me cueste pensar y estudiar, así que de viejo no tengo mucho, y el alma, además, la tengo fresca y receptiva (el alma o mi conciencia, que sé yo). Voy a argumentar entonces contra esta vejez imputada por algunos imberbes insolentes. (¡Juaaa!)
En primer lugar, soy frontal y pienso. Me gusta “pensar” mis pasiones, me gusta argumentarlas. No me gusta que por “viejardo” los chicos se crean que tienen algún derecho más que yo. ¡Nada! ¡Los mismos! ¡Yo me rompí el que te dije toda la vida y vamos a ver si estos pibes logran soportar lo que uno vivió y vive! Los espero acá, adorados. Así que no tengo ningún derecho menos que nadie. ¡Y no me traten con respeto! No lo quiero, me lo gano solo; no me cedan el asiento, cédanlo a otros, esa es vuestra obligación; eso sí, no me bardeen que los huelo y sale bramido.
En segundo lugar, elijo —siempre— la trinchera filosófica. ¡Amo la trinchera! Amo las batallas, amo mis causas y las de quienes la representan. No siempre he sido el mismo. Mi cabeza mutó, mis profundidades son otras y dejé en el camino un montón de aperos. Evolucioné. Punto. Gané un montón de descubrimientos y siento que no tengo una vida banal. Soy más liberal en serio, más respetuoso, más pasional y tolerante. Aunque parezca increíble ese combo me funciona y se puede hacer andar. No siempre es fácil, pero se puede.
Pero quiero insistir en esto de que los viejos no estamos para aconsejar o solo dar ideas. No creo en nada de eso. Por cierto, la experiencia me hace ver más cosas y mis últimos 10 años —mucho tiempo afuera del país— me cambiaron el coco. ¡Bueno fuera si continuara pensando lo mismo luego de trabajar en buena parte del continente! Sería un imbécil. Pero me gusta tirar penales. Banco el barro y aguanto los trancazos de la vida. (Yo pongo la plancha también).
Cuando no tenía mi edad actual y miraba a los grandes, el veterano era respetado. Y ahora los veteranos somos descartables. ¿Qué pasó, perros? Lo lamento mucho, pero no es así la cosa; hay viejos que molestamos y que seguiremos molestando en donde sea que estemos. Con la pluma amo molestar, con las redes sociales soy pirómano con lo que siento que debo defender. Eso sí, ahora elijo las batallas y las escenografías pero me prendo con mira telescópica.
Lo único que mata a la vejez es perder la pasión. La pasión no puede ser impostada, tiene que ser de verdad, nunca cínica, nunca frívolamente narcisista, y si se tiene el alma encendida uno puede incendiar praderas cualquier tarde de verano. Así que no me jodan, los viejos son viejos los que quieran serlo: yo me rebelo y sigo pateando. De eso se trata la vida.
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