Todo comenzó cuando -hablando sobre El Eternauta– llegó una simple pregunta de Revista GENTE que lo trasladó a la adorada profesión. Entonces Ricardo Darin (68), dio pie a uno de esos ida y vuelta que suele protagonizar su pasión, y terminó derivando en el ítem «asignaturas pendientes fuera de la actuación».
La cuestión arrancó así:

-… ¿En serio usted, con tanta experiencia, con tanto rodaje, en su haber, se terminó sorpendiendo?
-Es que todavía no salgo del asombro que me generó pisar al set de aquel hangar gigantesco (4.800 metros cuadrados) en el Polo Industrial de Ezeiza y encontrarme con diecisiete coches, uno encima del otro, un colectivo atravesado, todo nevado. Pararnos frente a semejante enorme muralla a inicios de la filmación fue el primer gran cachetazo que recibimos todos en relación a la escala de producción.
-Siempre se rehusó a tentar suerte en Hollywood. Sin embargo, el producto final de El Eternauta parece extraído de allí. Es imposible no consultarle: ¿Por momentos se sintió en Hollywood?
-Sí, sí. O no, yo sentí que estaba en la Argentina y que en algunos casos acá se puede hacer igual o mejor que afuera, con el agravante de que nosotros le otorgamos una trascendencia a la espectacularidad que ellos, por dinámica y experiencia, ya han perdido. Es muy importante que quede claro este punto. Es decir, no lo hicimos en Hollywood, lo hicimos acá, con gente de acá. Por supuesto que nos hemos nutrido de avances tecnológicos de un lugar y otro -no seamos hipócritas en ese sentido-, pero no quita que yo quedé absolutamente asombrado cuando vi las pantallas con las que teníamos que trabajar, los elementos técnicos a nuestra disposición. Ese fue también otro momento de gran emoción, aunque sin máscara.
-¿Le surge el argentinismo a flor de pie y en el centro del corazón cuando ejerce este tipo de desafíos, Ricardo?
-No, no, no, no. Yo soy muy prudente con los nacionalismos. Históricamente los nacionalismos empujaron a mucha gente a algunas exageraciones. Soy profundamente argentino y amo mi país y a la gente de mi país (hablo en términos generales, por supuesto, porque hay gente que no me cae bien, como de cualquier otra nacionalidad), pero para serte sincero, prefiero ser prudente a la hora de hablar de nacionalismos.

-En 1972 se lo vio por primera vez en una pantalla cinematográfica encarnando al joven Miguel Norati -el mismo rol que interpretaba Arturo Puig de mayor-, en He nacido en la ribera, la cinta del director italiano Catrano Catrani… ¿Imaginaba que más de medio siglo después presentaría una serie que podría verse en un celular o en el mayor de los plasmas?
-¿Quién podía imaginar eso? ¿Quién podía imaginar nomás hace treinta años que nuestra vida, lamentable o afortunadamente, dependería tanto de un adminículo que llevamos encima, con el cual estamos comunicados no sólo con nuestra familia y nuestros amigos, sino con el mundo y que cada vez cobra más y más presencia en cada vida? Nunca se me cruzó por la cabeza. Yo vengo de una familia de actores que trabajaban en teatro, en cine, en radio, en televisión, hacían lo que podían y lo único que querían era estabilidad económica.
-¿Lo personifica en sus padres?
-Tal cual. Hablo de ver felices a mi papá (Ricardo) y mi mamá (Renée) cuando conseguían un trabajo y esa estabilidad, y tristes y angustiados cuando la perdían. Eso a mí, en lo personal, me invalidó la posibilidad de cualquier pretensión hollywoodesca. No había nada más importante que tener trabajo, y lo sigue siendo. Paradójicamente el punto frágil de nuestro oficio, de nuestra profesión, de nuestra vocación, es ése: hay tantas actrices, tantos actores, tantos artistas en general con verdadero talento y capacidades increíbles que no consiguen estabilidad y deben dedicarse a otra cosa, no sólo para sostener a su familia, sino para sostener su vocación, lo cual es un doble o triple trabajo. Pasan los años, pasan están las décadas y seguimos medio dando vueltas alrededor de las mismas cuestiones.
«NO SOY AMIGO DE HACER BALANCES NI DE LA PALABRA ‘SATISFECHO'»

“Actuar”, “actores”, “actrices”, “artistas”, “actuación”, derivados de una sola palabra que suelen brotar asiduamente y no por casualidad de la boca del caballero de los ojos celeste, la leve barba y el cabello gris que estudió en la Escuela Mariano Moreno de Wilde y que desde que a los diez años debutó en teatro junto a sus padres no concibió otra forma de vida, atesorando 36 programas, 54 intervenciones en cine y 15 obras, precedentes que lo han erigido en uno de los grandes intérpretes argentinos desde siempre. “Antes que actor soy un gran espectador de actores”, se define Darin de manera casi existencial, dándonos el pie necesario para, sí, finalmente recalar en sus asignaturas pendientes fuera de la interpretación…

-Si «el eternauta», que en la historia de Héctor Oesterheld era un viajero del tiempo que jugaba entre el pasado y el presente, lo trasladara a usted desde 1957, cuando nació, a los días que corren, y le consultara: «Ricardo Darin, ¿cuál es el balance de tu vida y qué asignaturas pendientes te quedan?»…, ¿qué le contestaría el caballero que tenemos acá, delante nuestro?
-Primero, no me caería bien que me pregunte todo ese tipo de cosas (bromea). No lo sé, la verdad es que yo no soy amigo de hacer balances. Me cuesta, a lo mejor porque me considero melancólico por estructura, y entonces trato de ir poco hacia atrás. Me gusta estar en el aquí y ahora, en el presente. Asignaturas pendientes creo que todos tenemos; de una forma o de otra nos hemos quedado con alguna cosa guardada en la mochila que no pudimos desarrollar. A mí me hubiese gustado tener un poco más de proximidad con la música o la oportunidad de adquirir conocimiento de algún instrumento, eso sí me quedó medio en el tintero. También…
-¿También?
-Me hubiera gustado profundizar en ciertos deportes, sobre todo el tenis. Después, en términos personales, humanos, sería muy injusto de mi parte no estar satisfecho con la suerte que me ha tocado. Soy un privilegiado desde todo punto de vista, por haberme cruzado con la mujer que me crucé en esta vida, por tener la familia y los amigos que tengo y además por haber podido desarrollar mi vocación, mi oficio, mediante tantas oportunidades que se me presentaron, que es lo más difícil para los actores: tener chances. Pero bueno, no sé, al mismo tiempo no soy muy amigo de la palabra «satisfecho».
Fotos: Mariano Landet, Sebastián Arpesella y Marcos Ludevid (Netflix)
Video: Gentileza Netflix
Edición de video: Miranda Lucena
Agradecemos a Agustina Benvenuto (Netflix) y a Camila López (Edelman)