Estamos habituados a evaluar las guerras en términos de personas muertas, heridas y desaparecidas. Sin duda, los datos cuantitativos sobre la vida de los seres humanos son importantes. Pero debajo de los números, aparecen otras realidades, como la destrucción de los vínculos comunitarios, la desaparición de las organizaciones populares y el empobrecimiento generalizado de los pueblos originarios.
En Guatemala la antropóloga social y periodista Irma Alicia Velásquez, maya quiché del altiplano, pudo hilvanar un análisis en el cual aparecen las comunidades en un primer plano, destacando las consecuencias que tuvo la larga guerra en sus vidas cotidianas.
El conflicto armado guatemalteco se inició en 1960, pero los pueblos originarios plantean que la guerra se inició en 1954 con la invasión de Estados Unidos para derrocar al gobierno de Jacobo Árbenz. “Ahí es cuando empieza la persecución a los campesinos organizados en los comités de acceso a tierras, pero también criminalizan a todos los que se organizaron en torno a la reforma agraria y habían obtenido algunas tierras”, sostiene Velásquez.
Los pueblos indígenas intentaron hacer frente a la confrontación de los de arriba. “En ese momento, a pesar de la pobreza y la desigualdad las comunidades indígenas eran autosostenibles, porque no había otro modo de sobrevivir a 300 años de Colonia y casi un siglo de República. Producían sus alimentos, tenían agua de los ríos, animales y lo que hoy conocemos como emprendimientos.”
En las comunidades había trapiches para hacer melaza y preparar endulzantes para las poblaciones, había producción de atole, de café y cultivaban una serie de productos que podían colocar en los mercados locales cuando había excedentes. Sólo compraban la sal y el aceite, y habían logrado cierto equilibrio, “cierta autonomía que los alejaba totalmente del Estado”.
Con la guerra todo eso se tambalea, en particular cuando el Estado decide empezar su campaña para arrasar las comunidades hacia 1975, cuando se inicia la construcción de la represa Chixoy, en ese momento la mayor de Centroamérica. Esto significó el desplazamiento de 33 pueblos mayas y achíes, y las reubicaciones forzadas por el gobierno dieron lugar a las masacres de Río Negro, que causaron hasta 5 mil muertes entre 1980 y 1982.
“Como los pueblos indígenas no aceptaban esos procesos de negociación con pérdida de territorio, empieza la represión y ya luego se va ampliando a otras regiones como el Quiché y Huehuetenango”, sostiene Velásquez.
Ya en la década de los 80, con el gobierno de Efraín Ríos Montt, se comete genocidio contra los pueblos con la política de “tierra arrasada”. Más de un millón salen para México, donde los reciben las comunidades mayas; otros migran a la capital.
Velásquez desgrana: “Ahí se desestructuraron las comunidades. Matan a la mayoría de los hombres y se quedan sólo las mujeres, que tratan de proteger a los hijos pequeños porque a los mayores los matan también, y ellas huyen a las montañas, lo que creó niveles de pobreza enormes. Dejan su tierra, ya no pueden sembrar y producir sus alimentos, ya no pueden tejer las mujeres, no tienen huipiles, ya no hay animales, empieza a caer la dieta, se vuelven muy pobres y [se registran] altos niveles de desnutrición. Muchos mueren de hambre y de sed en las montañas”.
El resultado es que la guerra empobrece a los pueblos. “ Las mujeres que se van a la montaña bajan tres o cuatro años después, con la misma ropa con la que se fueron que eran puros harapos, los niños crecen desnudos. Algunos sobrevivientes que entrevisté me dijeron que cuando miembros de Naciones Unidas fueron a ver las comunidades de población en resistencia, muchos no quisieron asomarse y se escondían porque estaban desnudos, no tenían nada con que taparse”.
Como sucedió en otros países de la región que sufrieron guerras, la organización comunitaria se debilitó enormemente, los movimientos sociales se desorganizaron y la resistencia al sistema debió recomenzar casi desde cero. Pero los estados se fortalecieron, así como las fuerzas armadas y las clases dominantes que siempre salen indemnes de las guerras, con más poder ante los pueblos.
Pese a todo esto, no existe una verdadera autocrítica sobre los caminos emprendidos por las vanguardias revolucionarias. Siempre se achaca toda la responsabilidad a los militares, el imperialismo y las burguesías locales. Sin duda son los perpetradores de los genocidios y masacres. Eso no excluye, sin embargo, que entre las fuerzas guerrilleras no exista ninguna responsabilidad sobre las estrategias que se tomaron, sin consultar a los pueblos.
Por lo que veo, solamente el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) ha hecho una lectura justa de los daños que provocan las guerras a los pueblos y ha decidido el camino de la resistencia civil pacífica. Las guerras centroamericanas son un buen ejemplo de lo que no deben hacer las vanguardias, más allá del heroísmo de muchos revolucionarios. Por eso el EZLN es una referencia ineludible.