El sufrimiento va asociado al Espanyol. Esa dosis de inquietud, la mezcla de nervios y angustia clasificatoria, fue convocada en la última jornada en el RCDE Stadium, amenazados los pericos por un descenso dramático. Pero la riada blanquiazul horas antes del partido en los aledaños del estadio, aderezada con una alta dosis de confianza en los suyos, dibujaba más bien un ambiente festivo que se confirmó horas después con el pitido final ante el Las Palmas. La definitiva victoria contra los canarios, y también contra la tensión, certificó la permanencia del centenario club catalán en Primera, el lugar que le pertenece por historia. De nada valió el triunfo del Leganés, el equipo que podía arrebatarle a los blanquiazules su sitio en la élite. La celebración, como suele ocurrir con cada éxtasis españolista en casa, se cerró con una invasión de campo, aupados a hombros los protagonistas.
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