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viernes, junio 6, 2025

Hugo Curletto: Reírse de uno mismo

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La comedia es un género complicado. Habitualmente pensado como banal y superficial, suele asociárselo a sus versiones televisivas, que salvo alguna rara excepción es su modelo más pobre, cuando en realidad sus potencialidades son ilimitadas. En efecto, se trata de uno de los géneros más complicados en el arte cinematográfico precisamente por sus posibilidades para ofrecer un acercamiento complejo al mundo y los conflictos de los seres humanos. La buena comedia desestabiliza las certezas más enraizadas en el sentido común de una comunidad, pues su efectividad se juega en la capacidad de desnudar las dimensiones absurdas de aquello que hemos naturalizado en nuestra vida cotidiana. La comedia puede trastocar las jerarquías sociales y desnudar al monarca, puede devolver por un momento el poder al siervo e incluso puede transformar las creencias de sus espectadores, así como también sus estados de ánimo. La comedia es esencialmente liberadora, de ahí su naturaleza política, también las dificultades para abordarla. 

Probablemente nada de esto haya estado en la mente de Hugo Curletto a la hora de pensar “Adiós a Las Lilas”, su nueva película como director que este miércoles se despide del Cineclub Municipal Hugo del Carril (Bv. San Juan 49) para recalar a partir del jueves en el Cine Arte Córdoba (27 de abril 275), el otro gran centro de la cinefilia local. Acaso tampoco haya reparado mucho en los riesgos que implicaba la empresa, pese a que los protagonistas de este “falso documental” son él y su propia familia, en versiones sutilmente distorsionadas para la ficción. Una historia que tiene a su padre como personaje central pese a que don Hugo (padre, mejor conocido como “Chif”) no tiene ninguna vinculación con el cine o la actuación -y aquí debe protagonizar escenas junto a una leyenda del oficio como Jorge Marrale-. Hay valentía en la decisión y el resultado final es notable.

“Adiós a Las Lilas” se inscribe en el subgénero de películas que hacen de su propia realización el tema central. Hugo hijo se interpreta a sí mismo en versión cómica: es “un frustrado director de cine que convence al afamado actor Jorge Marrale para interpretar en una ficción a su padre, un comerciante ludópata que, tras hacer una excursión en ojotas al Gran Cañón del Colorado, supuestamente ha perdido la vida al caer por un acantilado”, según reza la reseña oficial. Sin embargo, se trata apenas del inicio de una película que ostenta un mecanismo de relojería en el montaje para habilitar una serie de posibilidades que la llevarán a lugares impensados: desde una voz en off que irrumpe para narrar los dilemas de Hugo en francés hasta personajes secundarios del equipo técnico que protagonizan sus propias historias o un chamán de “ontología del ser” que termina disfrazado de Batman. Como se dijo, el absurdo como método para desarmar las jerarquías del mundo y exponer la precariedad del ser humano. Pero en medio, está lo central: una disección tan ácida como amorosa de los mitos del acto creativo y de las pequeñas o grandes neurosis de los artistas. Porque si algo tiene en claro Hugo es que el humor también puede ser amoroso. “Uno puede hacer humor riéndose desde un sentimiento de superioridad hacia los otros o puede hacerlo desde una posición de empatía y desde la identificación con lo que nos sucede como personas”, afirma el director.

HDC: Empecemos por el principio, ¿cómo nació la película?

Hugo Curletto (HC): La película nace a partir de una experiencia familiar, un viaje que hicimos con mi padre y mis hermanos a Estados Unidos. Un viaje especial para mi padre, porque creo en parte que él tomaba ese viaje como una especie de desquite de la vida, por no haberlo podido hacer con mi madre. Entonces, a partir de ese material registrado con mi T3i (una cámara muy amateur) en ese viaje, aparece la posibilidad de empezar a pensar en la escritura de esta historia.

HDC: Vos solés hablar de “auto-ficción” ¿Cómo sería este concepto?

HC: Si, es un concepto acuñado por el dramaturgo Sergio Blanco. En esa época yo venía de transitar un par de seminarios y charlas con él en una de sus visitas a Córdoba. Y me sedujo esta idea que la “autoficción” desliza en torno a trabajar a partir de lo propio, pero en un pacto con la mentira, de algún modo hacer pasar la vida por el ejercicio de la invención dramatúrgica.

HDC: ¿Hasta qué punto es una película autorreferencial? ¿Cómo explicarías esta dimensión?

HC: Una de las devoluciones que encuentro recurrente en las proyecciones es que la película es personal, pero no es narcisista. Y un poco esto también se explica en parte porque creo que el foco de la película no está puesto en esa supuesta autorreferencialidad, sino en una historia construida con la materialidad de esos fragmentos autobiográficos, que sin la mediación de la ficción, sin el dispositivo, son los fragmentos de una vida cualquiera. En ese sentido, creo que la película justamente corre el foco y se ríe de esa centralidad o solemnidad que a veces cobran los discursos autorreferenciales.

HDC: Por otro lado, la película es una comedia, acaso el género más complicado, aunque es evidente que aquí funciona muy bien… ¿Cómo te aventuraste a pensar una comedia con tu propia familia como protagonista?

HC: El humor forma parte de mi diario. De mi vida cotidiana. De la manera que tengo de ver las cosas, de hacerle frente al absurdo de que existan los lunes. Que se yo. Lo que sí creo es que lo que representaba una aventura o un desafío tanto para mí como para todo el equipo y para Rodrigo Guerrero (productor ejecutivo y amigo) era hacer que mi familia se animara a jugar, a entrar en el dispositivo de la película -que en ese sentido se configuró de un modo muy singular- y que estuvieran dispuestos a actuar sin ser actores ni actrices.

HDC: En este sentido, me gustaría preguntarte ¿cómo construiste la película? Sé que hubo un guión fuerte, aunque uno de sus puntos claves es que parece que se estuviera haciendo a sí misma sobre la marcha…

HC: Es lindo lo que me preguntás porque un par de personas también se acercaron con esa impresión de que la película parece todo el tiempo estar desarrollándose en la contingencia. Pero lo cierto es que yo necesito apoyarme mucho en el guión, en la estructura. Soy una persona que disfruta de escribir y creo que funciono mejor cuando tengo un texto donde apoyarme. Después claro que la película aparece con las actuaciones, con las decisiones en relación con la puesta en escena. Pero también se configura en esa suma de voluntades de un equipo maravilloso que puso lo mejor desde al arte, la foto, el sonido, la producción…

HDC: Un punto vinculado al anterior tiene que ver con la dimensión narrativa de la película… ¿Hasta qué punto la encontraste en el montaje?

HDC: Un poco la respuesta está en la anterior pregunta. Con sus virtudes y con sus defectos, la película está escrita así ya desde el guión, con todas estas apuestas que por momentos también fueron objeto de dudas, de cuestionamientos en el primer corte. Entonces ahí aparecen cuestiones que uno termina definiendo a veces intuitivamente. Creo que lo que sí terminó de aparecer en el montaje, y que Ramiro Sonzini (montajista) supo encontrar muy bien, fue el pulso de la película, el ritmo.

HDC: ¿Cómo fue trabajar con tu propia familia en la película?

HC: Fue una experiencia con una doble condición. Por momentos de felicidad, por momentos de incertidumbre. No solo en relación al resultado de las escenas, sino también en relación al grado de exposición que se trabaja en un proceso de representación, cuando uno no viene del campo de la actuación. Entonces lo que se me presentó muy claro desde el guión, fue la idea de que yo tenía que escribir esas escenas, teniendo en cuenta lo que yo imaginaba podía encontrar en cada uno de ellos, lo que podían dar y que por contraste el peso del conflicto, la inflexión, la pauta para jugar, los disparadores, tenían que recaer más bien sobre los personajes encarnados por el resto del elenco. Creo que el paisaje que se pudo configurar en ese cruce entre actores y no actores es muy singular, divertido y todos quedamos muy contentos con el resultado.

HDC: La película también es una parodia de los procesos creativos en el cine y de ciertos estereotipos sobre este universo. También aquí hay algo interesante por el tipo de humor que cultivas, que si bien se ríe de los egos de los artistas, lo hace desde un lugar amoroso…

HC: Totalmente, siento que la película en el fondo también se podría leer como una carta de amor por el cine. De como el arte y el cine atraviesan nuestras vidas. Creo en la posibilidad de un mundo más amoroso, donde el “yo” sirva para reflexionar y salir al encuentro. Para reflexionar sobre lo que somos en relación a los otros, a esa otredad que hoy por hoy parece desvanecerse, parece desintegrarse frente a la reaparición de discursos totalitarios que creíamos ya superados.

HDC: ¿Cómo fue dirigir a Jorge Marrale? ¿Cómo se sumó al proyecto y cómo fue ponerlo a actuar junto a personas que no son actores?

HC: Fue una experiencia fantástica. Hablar de una escena, discutir sobre un texto, ensayar un gag con un tipo al que yo veía en la televisión como un actorazo argentino cuando todavía soñaba con hacer cine desde el living de mi casa en Río Cuarto, imagínate que para mí es del orden de lo increíble. Pero no fue difícil, porque yo conocía a Jorge por haber trabajado con él en una serie como apuntador, y sabía que era una bestia en el set, con un sentido de la verdad en escena, con un oficio y una capacidad creadora tremenda. Pero descubrí también que además era un actor humilde, generoso y con una mirada sobre el cine en términos de federalismo que nos conmovió desde un primer momento.

Redacción

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