Sobre las paredes del edificio de la AMIA, ubicada en Pasteur 633, se encuentra uno de los murales más imponentes de Buenos Aires. Una magistral tertulia de color que transformó la fachada de la institución con el deseo de sintetizar sus valores e identidad, consiguiendo que quienes pasen por allí ya no vean al mundo con los mismo ojos. Esa sensación de transformación es una de las cualidades más potentes del arte urbano en general y del trabajo de David Petroni en particular, que se ha convertido en uno de los grande referentes de su generación a nivel mundial.
Petroni impacta con pocos recursos que sabe manejar a la perfección y que traslada a diferentes tamaños y formatos como grabado, pintura, muralismo, diseño e indumentaria. Por esa razón su obra puede encontrarse en una galería y al mismo tiempo en la vidriera de un local ropa como el de Ana Forster, con quién colaboró para crear la colección de su última temporada. En ese tipo de experiencias, David descubrió aspectos y cualidades que podía tdaladar a sus obras, como las veladuras o la sutileza y liviandad de la tela que contrasta poderosamente con las fachadas imposibles de atravesar.

Estas nuevas expresiones se destacan en El ojo y la tempestad, la muestra que presenta en Ungallery, con una puesta impactante y sutil, donde crea un vaivén entre la monumentalidad y la pequeñez. Como explica el artista, para esta exposición se propuso trasladar algunos aspectos de la experiencia cromática a gran escala y llevarlos a un espacio cerrado para compartir desde otro ángulo lo que sucede en el ámbito público.
«Creo que aquí la imagen penetra de una manera mucho más sensorial en el espectador. El recurso de la tela y el formato grande aparecieron a partir del proyecto de indumentaria que realicé hace unos meses cuando comprendí que en esas telas se estaban condensados muchos de los conceptos que investigo, como por ejemplo la potencia del color, lo etéreo, lo translúcido, lo cinético y lo óptico, lo monumental y lo leve; opuestos que siempre me interesaron” comparte.

A pesar de su pluralidad, los escenarios, espacios y posibilidades que el artista abarca siempre estuvieron conectados por el color. Por eso para David, nunca existió una división entre el trabajo de estudio y lo que sucede en el medio urbano, sino que comprende a un universo como complementario del otro y lo mismo sucede con los soportes. «El estudio lo planteo como un espacio de experimentación de ideas, de generar procesos y mecanismos para el estudio de lo visual, mientras que la calle es un espacio más físico donde dialogo con el contexto y el entorno que siempre es dinámico. Es algo así como un mundo interior y otro exterior» explica.
En esas intersecciones también aparece la experiencia cromática que Petroni maneja con extremo detalle, no solo en los murales y las obras de estudio sino también en serigrafías, donde la especificidad en los detalles le da al trabajo un sello distintivo y difícil de encontrar. Para esta muestra, ese «wow factor» tan habitual en su hacer se planta en el centro de la sala pero de una manera diferente, como una instalación que invita a meterse y habitar más que contemplar mientras que el color, el factor esencial en el hacer de David, se convierte en «un lenguaje en sí mismo, misterioso y arquetípico», absolutamente democrático si se piensa en términos de comunicación y abierto no sólo a la interpretación de cada uno sino a lo que vibra en nuestros cuerpos y miradas.
«Desde pequeños nos conectamos con el color de la misma manera que hacemos con la música instrumental que se relaciona con la frecuencia más profunda de nuestra sensibilidad».

Otra cosa que se distingue en El ojo y la tempestad es la composición de las obras, alejadas de los límites geométricos y las figuras de bordes delimitados, permitiendo que las paletas se fusionen y se vuelvan más sueltas y etéreas. Sobre eso David aclara que si bien muchas veces ordena la obra mediante estructuras, en otras permite una relación más anárquica para experimentar «con la luz dentro del color y el color como luz reflejada para transmitir emociones, que aunque suene un poco genérico, es una de las funciones del arte» y expresar aquello que no encuentran una definición en palabras.
«Mientras que en mí estudio trabajo armando procesos y explorando las posibilidades que cada herramienta me da para esta experiencia el aerógrafo y la pistola de aire me sirvieron para explotar todas las posibilidades y generar distintos tipos de granos y pasajes de color, algo más difícil de lograr en las paredes por factores climáticos como el viento por ejemplo, razón por la cual uso las estructuras geométricas para ordenar. Sin embargo, el ámbito urbano también es el terreno dónde descubro una idea o proceso que luego desarrollo en el taller hasta que se convierte en algo nuevo, como sucedió en este caso» concluye David.