El océano ruge sin gritar, no necesita hacerlo. Está ahí, abarcándolo todo, invisible para muchos, vital para el mundo. En el mapa satelital, la costa argentina y el Atlántico Sur Occidental se tiñen de verdes y azules intensos. Son los colores de la clorofila, esos pigmentos invisibles que marcan la productividad de las aguas. En este rincón del planeta, el mar bulle de vida. “Es una de las áreas más productivas del hemisferio sur”, afirma la bióloga Valeria Falabella, directora de Conservación Costero Marina de la Wildlife Conservation Society (WCS).
Hoy 8 de junio, es el Día Mundial de los Océanos, y Falabella pone palabras al valor de conservar el mar. Lo hace desmenuzando ese término “valor” como si fuera un coral que se observa con lupa: “Valor desde su importancia, su belleza, desde la valentía que requiere defenderlo y también desde los valores humanos, que hoy están relegados”.
La fecha fue designada oficialmente por la ONU en 2008, aunque su origen se remonta a la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, en 1992. Desde entonces, cada año se repite como un mantra que el océano regula el clima, alimenta al planeta, capta carbono, absorbe calor y sostiene sistemas de vida enteros.
“El océano empieza mucho antes de la playa. Sostiene nuestra vida en todos los sentidos que podamos imaginar”, enfatiza Falabella. La plataforma marina de la Patagonia es única: extensa, robusta, resiliente. Sus acantilados, como los de Península Valdés o Las Grutas, son apenas la piel visible de un fondo marino que vibra.
Ahí abajo, corrientes como la de Malvinas, una de las más potentes del planeta, transportan nutrientes que se mezclan con la luz solar y disparan el milagro: frentes de alta productividad donde proliferan algas, peces, aves marinas. “Estos son los supermercados del mar”, dice Falabella, como si hablara de una góndola viva que da de comer al mundo. Pero los supermercados también pueden vaciarse.
En ese mismo mar donde se aparean las ballenas, anidan pingüinos y migran aves costeras, también se proyectan monoboyas para la exportación de hidrocarburos. La voz de alarma suena con fuerza ahora en el Golfo San Matías, una zona “singular en términos de espectáculos naturales y biodiversidad”, subraya Falabella.
Amenazas en el mar Argentino
Falabella expresó una de las principales preocupaciones actuales en torno al mar argentino: “tiene que ver con el Golfo San Matías y las nuevas iniciativas de exportación de gas y petróleo a partir de distintos emprendimientos que se van a llevar a cabo y donde la intensidad de la actividad humana tendrá potenciales impactos que no hubiésemos querido nunca”.
La advertencia se da justo en vísperas del Día Mundial de los Océanos, y su tono es claro: “Hoy es una obra que ya está en marcha, pero quiero destacar que el transformar determinadas áreas oceánicas de alta diversidad en zonas de sacrificio son decisiones tristes y poco inteligentes”.
El mar no solo resiste: también sufre. El norte del Atlántico Sur, que abarca aguas de Argentina, Uruguay y Brasil, fue definido en estudios científicos como una de las siete “zonas hot spot” de cambio climático marino del planeta, con un aumento de temperatura superior al promedio mundial.
Y las especies lo sienten. Los tiburones y las rayas están en riesgo y por eso, desde WCS, junto a investigadores de CONICET, CENPAT, Universidades y un foro de más de 30 organizaciones, trabajan en la protección de especies y el cuidado de la biodiversidad.
Pero no alcanza con proteger especies: hay que proteger áreas. La pesca de arrastre de fondo es una de las prácticas más agresivas que se ejercen sobre el océano: enormes redes son arrastradas por el lecho marino, barren todo a su paso, destruye ecosistemas enteros, como los arrecifes de coral, y provoca la muerte incidental de aves y mamíferos marinos que quedan enmallados.
Frente a este escenario, organizaciones ambientales plantean la necesidad urgente de crear el Área Marina Protegida Agujero Azul. Se trata de un refugio de vida marina, hoy expuesta a la presión de flotas pesqueras internacionales que operan sin control más allá de las 200 millas. El año pasado la propuesta llegó al Senado, pero perdió estado parlamentario.
Sostienen que un océano saludable es el principal aliado frente a la amenaza del cambio climático: absorbe el 90% del exceso de calor atmosférico y capta el 30% de las emisiones de CO2 de la atmósfera. Y las Áreas Marinas Protegidas son una herramienta indispensable para conservar la biodiversidad, restaurar ambientes y poblaciones, y generar espacios libres de amenazas humanas.
Pero Falabella no se queda solo con los datos: “Hay una crisis ambiental, climática, de valores, y los valores son fundamentales. Está la posibilidad de hacerse el desentendido, de mirar para otro lado o de recordar que coexistimos con los ecosistemas que queremos cuidar y comprometernos”.
La preocupación por el Golfo de San Matías
Desde Wildlife Conservation Society (WCS) destacan que el Golfo San Matías es “bastante prístino” y que, como todos los golfos, posee “características oceanográficas diferentes”. Explican que se trata de un sistema semicerrado, con particularidades en el recambio y evaporación del agua, lo que le confiere una salinidad superior al promedio.
“Eso hace que sus especies, su biodiversidad y procesos sean especiales”, señala la bióloga que también es miembro de la Comisión Mundial de Áreas Protegidas (CMAP) . Como ejemplo, menciona la llegada de colonias de pingüinos que migran desde el sur hacia esta zona: “Lo que demuestra que está ofreciendo alimento diferencial a esos individuos que dependen del mar”.
El proyecto prevé la instalación de dos monoboyas para la carga de gas, lo que implicará un intenso tránsito de grandes embarcaciones. “Es muy alarmante”, advierte Falabella, y suma otro dato: los monitoreos realizados en otras zonas donde ya se operan instalaciones similares muestran “contaminaciones crónicas”, es decir, pérdidas pequeñas pero constantes que a lo largo del tiempo que alteran las características del agua.
“La contaminación crónica, al menos en Argentina, es casi una norma”, afirma y suma que eso, sin contar con la posibilidad de un accidente o una falla técnica. “Eso sería una catástrofe, porque están Península Valdés, Islote Lobos muy cerca, dos áreas que son nuestro orgullo desde la conservación”.
También alerta sobre el impacto de los barcos de licuefacción que se espera reciban en la Bahía de San Antonio. “Toman agua del mar para el enfriamiento y la devuelven al mar, depende de la literatura, se dice que entre 3 y 7 grados más caliente. Pongamos 5 grados. Va a haber monitoreo para controlar el impacto que genera, pero de que va a haber cambios, no cabe duda. Esto sin pensar en un accidente”.
