Durante años, los líderes indiscutibles de la minería de oro en América Latina fueron Perú y Venezuela. Sin embargo, una mina caribeña ha cambiado por completo ese panorama. Pueblo Viejo, en República Dominicana, no solo rivaliza con los titanes mineros de la región: los supera en rentabilidad y proyección global, convirtiéndose en un eje clave de desarrollo económico.
Pueblo Viejo: la joya minera inesperada

Ubicada en la provincia dominicana de Sánchez Ramírez, Pueblo Viejo ha pasado de ser una mina considerada inviable a convertirse en una de las mayores fuentes de oro del planeta. Reactivada en 2001 gracias a la inversión de Barrick Gold Corporation y Goldcorp, hoy es una pieza estratégica para el país y para la industria global.
En menos de una década, sus cifras impresionan: más de 2.600 millones de dólares en aportes fiscales, generación de empleo para más de 4.800 personas, y una contribución estimada del 2 % al PIB nacional. Además, ha impulsado mejoras concretas en salud, educación e infraestructura en las comunidades cercanas. Su impacto va mucho más allá de lo económico.
Comparaciones que marcan una nueva realidad

En el competitivo mundo de la minería, Pueblo Viejo destaca incluso frente a gigantes como Yanacocha, en Perú, que ha producido más de 40 millones de onzas de oro desde 1993, pero que no alcanza la rentabilidad de su par dominicano. Tampoco el Arco Minero del Orinoco, en Venezuela, puede competir debido a problemas estructurales como la minería ilegal y la inestabilidad sociopolítica.
En cambio, la mina dominicana avanza con estándares internacionales, respaldo corporativo y estabilidad institucional. Hoy, República Dominicana no solo recupera su legado minero colonial, sino que lo reinventa con tecnología, inversión extranjera y políticas claras. Pueblo Viejo ya no es solo una mina: es un símbolo de transformación para toda América Latina.