En la Sala de Grandes Juicios del Poder Judicial de Salta, el telón del caso Generación Zoe se alzó una vez más. La audiencia de debate por 118 estafas reiteradas y asociación ilícita contra Leonardo Cositorto, líder de Fundación Zoe, y los responsables de la filial salteña —Ricardo Gabriel Isaac Vilardel, Jorge Federico Vilardel, Ana Lucía de los Ángeles Vilardel y Vilma Griselda Albornoz—, sigue develando el modus operandi de una estructura que prometía ganancias extraordinarias. Ayer, una nueva tanda de damnificados, entre ellos un estudiante universitario, dos agentes del Servicio Penitenciario, una docente jubilada y una empleada minera, compartieron sus experiencias, develando las estrategias de promoción que utilizaba la empresa para atraer y retener inversores.
La promesa sin riesgos: un cebo irresistible
El relato de los denunciantes converge en un punto: la empresa se esmeraba en pintar un panorama de ganancias aseguradas y sin riesgos. Un estudiante universitario, al buscar asesoramiento en las oficinas de Zoe, solo escuchó sobre los jugosos intereses que podía obtener, sin la menor mención a los posibles peligros. La confianza, según su testimonio, se basaba en la supuesta posesión de una mina de oro en Jujuy, inversiones en criptomonedas y diversos emprendimientos comerciales. “Hacían trabajar la plata” era la frase clave para justificar los pagos a los ahorristas.
Sorteos, viajes y el «coach espiritual»: la ingeniería del engaño
Otra damnificada detalló cómo el grupo de WhatsApp de Zoe se convertía en un escaparate de ilusiones. Invitaciones a charlas y capacitaciones, y atractivos flyers sobre sorteos de viajes al Caribe, eran parte de la estrategia para mantener el entusiasmo. La promesa se cimentaba en las supuestas inversiones de Cositorto en minas, equipos de fútbol y hoteles, un respaldo que, a primera vista, hacía parecer factibles las ganancias prometidas.
La seducción iba más allá de lo meramente económico. Una testigo relató cómo, además de invertir, asistió a capacitaciones sobre finanzas ofrecidas por los hermanos Vilardel. «Nos asesoraban para seguir invirtiendo y para acrecentar nuestras ganancias. Ellos aseguraban que habían ganado mucho dinero. Decían, por ejemplo, que íbamos a poder viajar y cambiar el auto”, recordó. La narrativa de la riqueza personal de los referentes era un poderoso anzuelo.
La inmersión en el universo Zoe incluía incluso una «universidad» propia. La misma testigo afirmó haber tomado cursos allí, con Cositorto asumiendo el rol de «coach espiritual», encargado de explicar las intrincadas operaciones financieras que, según él, garantizaban las múltiples ganancias.
El respaldo de los «grandes»
Para dar mayor peso a sus promesas, los referentes de la oficina salteña no dudaban en tejer una red de ficciones de alto impacto. Comentaban que Zoe había prestado dinero al Club River Plate, que tenían inversiones en una mina de oro en Cartagena y que empresas de la talla de Coca Cola estaban interesadas en sumarse a la iniciativa. Declaraciones que, a la luz de las denuncias actuales, suenan a pura fantasía.
Lo más alarmante para algunos de los denunciantes es que las oficinas de Salta continuaron promocionando las operaciones de Zoe incluso después de que las denuncias contra Cositorto en Córdoba trascendieran y él abandonara el país. Los mensajes en el grupo de WhatsApp seguían instando a la confianza, garantizando jugosas rentabilidades.
Finalmente, la compañía anunció un cambio de nombre a Sunrise, prometiendo una nueva plataforma para retirar el dinero o mantener la inversión. Una promesa que, según los damnificados, nunca se materializó. La comunicación se trasladó a Telegram, donde Cositorto siguió publicando videos con sus clases de coaching, manteniendo viva la llama de la esperanza entre los inversores.
