Aunque no se puede considerar el más fascinante de los 118 elementos de la tabla periódica, el oro ha causado desde tiempos inmemoriales una atracción casi esotérica. En el antiguo Egipto se consideraba un regalo de los dioses. En la cultura mesopotámica era un símbolo de poder y riqueza. Y ya en la edad media monarcas y elites lo utilizaban para acuñar monedas y financiar guerras. Pero el oro, que químicamente es hasta aburrido porque es que ni siquiera reacciona con otros elementos, es, ha sido y será quizá para siempre la mejor moneda de cambio. En 1870 se estableció su precio en 20,67 dólares por onza (que se mantuvo constante hasta el siglo XX) y su aura de poder escaló sin pausa cuando, en 1933, el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt elevó el valor de la onza hasta los 35 dólares para combatir la deflación.
]]>