El nuevo Plan de Acción China-CELAC 2025-2027 marca un punto de inflexión en las relaciones geopolíticas de América Latina. Con cinco pilares estratégicos, Beijing busca consolidar su presencia en cada esfera: desde la política y la economía, hasta la educación y la cultura. Mientras tanto, Estados Unidos observa cómo su influencia se debilita ante una estrategia china que avanza sin pausa.
Expansión política y económica con rostro amistoso

Presentado por Xi Jinping, el acuerdo se articula en torno a cinco ejes: Solidaridad, Desarrollo, Paz, Civilización y Conectividad. Aunque habla de respeto mutuo, el trasfondo apunta a una inserción estructural de China en el tejido regional. Países como México, Colombia o Brasil ya han mostrado apertura, mientras Beijing cultiva relaciones con futuros líderes a través de visitas oficiales, formación y redes políticas de mediano alcance.
El pilar económico destaca por su pragmatismo: incluye créditos por 9.000 millones de dólares, promoción de comercio en yuanes y proyectos tecnológicos. La creación de “puertos amigos” —como Chancay en Perú— genera preocupación por su posible uso dual (comercial y militar), especialmente en zonas sensibles como el Canal de Panamá.
Seguridad, tecnología y cultura como herramientas de poder

En el terreno de la seguridad, el plan propone conectar equipos nacionales de ciberdefensa y ofrece cooperación en temas como narcotráfico, trata de personas y delitos ambientales. China busca posicionarse como aliado operativo frente a amenazas criminales… pero también gana acceso a redes digitales estratégicas.
Beijing no deja fuera la conquista blanda: miles de becas, libros, intercambios, festivales culturales e Institutos Confucio se suman a la estrategia de poder narrativo. En educación, cine y turismo, China siembra presencia e influencia ideológica, con una profesionalización notable de su intervención cultural.
¿Una nueva hegemonía regional?
Para Estados Unidos, el desafío es evidente. Frente a una estructura institucional como la que propone China, la ayuda esporádica y el discurso simbólico ya no bastan. Si Washington no ofrece una respuesta coherente en infraestructura, tecnología o clima, podría perder no solo la iniciativa, sino la región misma.
Lo que se juega en estos próximos tres años puede definir quién marcará la agenda del continente en las próximas décadas.