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sábado, junio 14, 2025

Un plan para salvar (y aprovechar) la biodiversidad de América Latina y el Caribe

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En América Latina y el Caribe, vivimos en la paradoja de la biodiversidad. Por un lado, custodiamos buena parte de los recursos que alimentan al mundo. Desde los cardúmenes del Pacífico hasta los páramos andinos, albergamos el 60% de las especies del planeta y el 25% de los bosques tropicales, y convivimos con los más exuberantes ecosistemas naturales. Pero, por otro lado, subutilizamos (y hasta olvidamos) el potencial de la biodiversidad. La tenemos aquí, a las puertas de nuestras ciudades, envolviendo a nuestros pueblos con sus procesos naturales, sus colores y sonidos, pero no hemos logrado articular un modelo de desarrollo que la convierta en sustento económico y de innovación para nuestras sociedades.

Las causas de la paradoja latinoamericana son tan profundas y añejas como las raíces de los árboles. Tienen que ver con la falta histórica de financiamiento dirigido a bioeconomías sostenibles y escalables, con la ausencia de una gobernanza transfronteriza que priorice la conservación de ecosistemas, y con la falta de integración entre conocimiento científico y acción política. Por eso, ante esta situación, necesitamos un plan para transformar la biodiversidad en progreso socioeconómico: uno que integre a comunidades locales, sector privado y gobiernos.

José Celestino Mutis (1732-1808), cuyo legado en la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada fue fundamental para el estudio de la naturaleza en América Latina, destacó en la biodiversidad uno de los principales valores de nuestra región.

Teniendo en cuenta este contexto, más de 50 expertos globales participaron en los Diálogos Mutis de la Biodiversidad, organizados por CAF en Madrid, donde plantaron las semillas del plan para convertir a la biodiversidad latinoamericana y caribeña en motor del desarrollo de comunidades locales, de innovación tecnológica y de sectores económicos como el turismo, la farmacéutica basada en recursos naturales o la agricultura. La innovación y la ciencia deben ponerse al servicio de la conservación y de la riqueza natural de América Latina y el Caribe. Algo que también debe suceder de forma inversa, porque está demostrado que la biodiversidad es también un motor de innovación.

La región puede ser un laboratorio global de naturaleza, ciencia, financiación e innovación. Existen casos esperanzadores, como la plataforma de inteligencia artificial cocreada con el Tecnológico de Monterrey para predecir la llegada de sargazo, los drones usados por pescadores en Ecuador para rastrear cardúmenes con criterios de sostenibilidad o los sensores que monitorean el estrés hídrico en cultivos andinos. También tenemos proyectos como la restauración de manglares en Colombia —que combina técnicas coloniales con ingeniería moderna—, las carreteras con corredores biológicos en Bolivia, y el rescate agrotech de cultivos como la quinua y el amaranto (que hoy generan 120 millones de dólares al año).

Otro pilar esencial es la financiación. En la COP16 de Cali, desde CAF anunciamos un fondo de 300 millones de dólares para conservar y restaurar los ecosistemas estratégicos clave de la región, como la Amazonia, los bosques Atlánticos, el Pantanal, el Chaco, la Patagonia, la Antártida y la Corriente de Humboldt, además de la creación del Fondo Multidonante para la Ecorregión del Chocó Biogeográfico, entre otros.

En los próximos años, la región deberá ser creativa para implementar instrumentos de financiación innovadores. Algunas pistas pueden venir de operaciones emblemáticas, replicables en toda la región, que demuestran que la conservación puede ser rentable. Por ejemplo, la conversión de deuda por naturaleza más grande de la historia para la conservación de cuencas, concretamente en la región del Río Lempa (El Salvador), que incluyó la recompra de más de 1.000 millones de dólares de bonos que financiarán la conservación, la seguridad hídrica y la restauración de ecosistemas. O la línea de crédito de CAF con BBVA Colombia por 50 millones de dólares para financiar operaciones locales que vinculen el financiamiento con acciones de conservación.

Estos mecanismos financieros deben complementarse con el posicionamiento de la región en foros globales, como la IV Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo de Sevilla o la COP30 de Brasil, donde América Latina y el Caribe necesita articular una voz consolidada en las mesas de negociación.

Aunque todavía estamos lejos de tener verdaderas sinergias entre biodiversidad, ciencia e innovación, América Latina y el Caribe tiene el potencial necesario para convertirse en un laboratorio de soluciones globales en conservación y preservación de la biodiversidad, y en uso del capital natural para generar progreso socioeconómico. Encuentros como los Diálogos Mutis evidencian que, con voluntad política, cooperación regional y trabajo colaborativo, la región podrá lograr que la biodiversidad sea un verdadero motor económico, social y tecnológico.

Redacción

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