Cada vez que nos llega la información de que un tribunal o una corte de los Estados Unidos bloquea o suspende una ley del gobierno Trump hay mucha gente que, comprensiblemente, muestra su alegría. Se comenta la noticia con más o menos pasión y conocimiento demostrando aquella expresión también norteamericana de que “las opiniones son como el trasero: todo el mundo tiene uno”.
Una imagen de Consell de Cent
Àlex Garcia / Propias
Si analizamos las reacciones en clave barcelonesa, para otros muchos se activa además el subconsciente que dice “esto, a menor escala, ya lo hemos vivido”. Entonces es inevitable pensar en la reforma de la calle Consell de Cent, que la alcaldesa Ada Colau llevó a cabo, según confirmó el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, de forma contraria a la legalidad vigente. Aquí es significativo ver cómo aquellos que llenaron biliares páginas sentenciando a la entidad denunciante han callado y no han reconocido que no se llevó a tribunales el qué sino el cómo.
La denostada política sigue siendo capaz de renovarse, aunque no sea del agrado de todos
Si seguimos con los paralelismos entre Donald Trump y Ada Colau vemos que los dos llegaron a los gobiernos desde posiciones infinitamente distantes pero presumiendo de no tener un origen político, algo que, en cierta medida, resulta hasta admirable. Aunque también ambos acabaron usando algún partido político existente para alcanzar sus objetivos. Esto podría parecer una incoherencia, pero demuestra que la denostada política sigue siendo capaz de renovarse, aunque no sea del agrado de todos.
Y nos debe hacer ver que, nos gusten más o menos unos y otros, los políticos son indispensables. Cuando un regidor visita cinco barrios en dos días, sea gobierno u oposición, está haciendo política. Cuando unos vecinos hacen una propuesta que finalmente se aprueba en un plenario, son los políticos quienes la negocian. Se dirá que es lo que les toca, que a veces complican lo que es sencillo y mil verdades más. Pero no dejan de ser la representación popular y, a menudo, criticamos en ellos lo que no tenemos valor de ver en nosotros mismos.
El reto que debe asumir ahora la clase política es higienizarse y convencer, sobre todo a los jóvenes, de que es resolutiva, demostrándoles que sus necesidades y preocupaciones van a ser atendidas. Existe una juventud tentada en caer en alternativas dictatoriales que les explica algún abuelito maniqueo o, peor aún, deslumbrada por espejismos autocráticos. A esta generación, les propongo un ejercicio de libertad, aunque parezca estéril.
Consiste en entrar en un bar de cualquier capital de España, Francia o del Reino Unido y criticar en voz alta al presidente o al primer ministro. Después, si pueden, ir a Pekín o Moscú y hacer lo mismo. Cuando logren salir de la comisaría o de la cárcel, que vuelvan y expliquen la diferencia. Remedando a Josep Pla, por no repetir a Winston Churchill, y a pesar de reiterados casos de corrupción, insultos y cloacas, al final solo la democracia admite escándalos.
