Escribir para Osvaldo Lamborghini era una suerte de mutación. Una pregunta filosófica y psicoanalítica que en él tomaba cuerpo. Cuando Lacan hablaba de la lengua como un parloteo que precede al lenguaje, un puro goce, es difícil no imaginar que mientras el universo psicoanalítico de Buenos Aires estudiaba al maestro francés en los años 60, Osvaldo Lamborghini lo convertía en una escritura desaforada.
Osvaldo Lamborghini en una foto del álbum familiar. Archivo Clarín. El lenguaje era para el autor, que nació en Buenos Aires en 1940, un procedimiento físico o fisiológico, una manera de exaltar y de comprimir cada órgano como si la palabra surgiera después del vómito.
El hombre que murió hace cuarenta años era un personaje de la bohemia porteña y también un alma en pena, un depresivo que conjugó la fatiga de su tristeza en una literatura distorsionada, rabiosa y sexual. El sexo como territorio político.
La esposa encontró a Osvaldo Lamborghini muerto el 18 de noviembre de 1985 en su casa de Barcelona en la misma postura de siempre, petrificado como si su vida se hubiera interrumpido en el momento de escribir.
Transformar la prosa en verso
En su tarea de transformar la prosa en verso y de pensar una escritura cortada, Osvaldo Lamborghini entendía (y llevaba esta idea a una forma gráfica en su escritura) que la literatura argentina se había iniciado en la narrativa de una violación como núcleo dramático, como síntesis de un conflicto que instalaba también las posibilidades de una escritura. Entonces el cuerpo pasa a manifestarse como una escena pornográfica.
El culo es una materia literaria de Osvaldo Lamborghini a Gombrowicz. ¿Cuánto puede un culo? ¿Hay una filosofía en las prácticas que lo tienen como destino, lugar de placer y de humillación? La homosexualidad como mito y la ambigüedad sexual de considerarse “una mujer con pene” sin llegar a travestirse, se parece más a su vida en hoteles (en uno de ellos se peleó sanguinariamente con su hermano Leónidas) que al giro frenético y fanático de Perlongher. El sexo como un estilo literario.
Osvaldo Lamborghini con César Aira. Archivo Clarín. “Primero publicar, después escribir”; tal vez esta frase que sintetizaba su deseo de ocupar un lugar como escritor al mismo tiempo que se mostraba como un personaje lateral de la vida literaria hablaba del orden desacompasado que hacía de su escritura una extensión de la vida (o al revés) de Buenos Aires a Barcelona.
Vamos hacia la orgía en El fiord, uno de los pocos textos publicados en vida por Osvaldo Lamborghini en el año 1969 por una editorial semiclandestina llamada Chinatown. Su amigo Germán García, con quien integraba la redacción de la revista Literal, había sufrido la censura por su novela Nanina y firmó un estudio que acompañaba la publicación con un seudónimo.
El relato es un aria descarriada, de hecho Silvio Lang la llevó a escena en el marco del Festival de Nueva Ópera en 2016. Los grupos revolucionarios, la CGT, Vandor, Isabel Perón y las siglas atoradas por las mil pijas que se encuentran en la marejada de una militancia que ya no está en la plaza sino en el descampado deforme y loco de ese escenario de cuerpos desnudos.
Su pasaje por la militancia lo llevó a ese desgarramiento de las siglas, entendió la política desde un lenguaje saturado, desde las facciones un tanto psicóticas. El sexo en Osvaldo Lamborghini alude siempre a otra cosa, es la señal de una violencia, la construcción de una retórica. Mientras que su hermano Leónidas fue un peronista casi dogmático (en la palabra cotidiana, no así en la escritura), Osvaldo fue un ser de la errancia, contrapunto de un hombre que pasó los últimos diez años de su vida en Barcelona junto a su mujer casi adormecido, dedicado a tomar y escribir, a abandonar cualquier motivación de salir a la calle.
Era también el hombre extirpado de una generación, la pieza perdida entre la revista Literal y su complicidad con Germán García y Luis Guzmán. ¿Cuántas resonancias y diálogos hay entre El frasquito de Guzmán y El fiord de Lamborghini? El espiritismo escatológico de El frasquito (el humano reducido a un líquido: el semen) se une a la escritura de un hombre que no diferenciaba la narrativa del poema.
Hanna Muck, mujer de Osvaldo Lamborghini. Archivo Clarín.El solitario, el hombre que pertenecía y se alejaba de su tiempo, crea una literatura que deja de ser una forma intelectual para encontrarse con su entidad física. Si Alejandra Pizarnik hablaba de escribir con la voz, Lamborghini escribe con el cuerpo (o con el culo) como filosofía de la existencia errante.
Gilles Deleuze proponía un método que implicaba tomar a un autor por atrás y hacerle un hijo (lo decía en estos términos), un procedimiento de sodomización para crear una escritura de engendros. Esta epistemología violenta deja en escena personajes deformes que tienen que vérselas con la palabra, como sucede en Tadeys, la novela publicada póstumamente gracias a César Aira, que fue siempre un promotor y cuidador de su obra, cuando se cumplieron veinte años de la muerte de Osvaldo Lamborghini en el año 2005.
Para los pibitos violentos no hay nada mejor que la terapia del culo. Se los sodomiza hasta que se convierten en mujeres, suerte de cambio de sexo, usurpación de machos sobre cuerpos jóvenes. El poder aparece en la obra de Osvaldo Lamborghini cuando el culo es ofrecido como el soporte filosófico para la letra, donde todo es explícito, donde se domestica hasta que se salen las tripas y la sangre confunde las quejas con alguna fantasía de placer que el macho violador implora.
Lo ideológico se desbanda
En Lamborghini lo ideológico se desbanda en el uso desaforado de la copulación. En El fiord el vértigo del lenguaje tiene que ver con entrarle a la carne para sacarle algo más, una lengua que dice sin pensar. En el abandono de la razón, la barbarie del macho le gana a la inteligencia que uno de sus personajes aprende en los libros.
Osvaldo Lamborghini en una foto del álbum familiar. Archivo Clarín. Este es el procedimiento que Osvaldo Lamborghini realiza con la tradición literaria argentina, su manera de descifrar el conflicto entre civilización y barbarie.
La risa se instala en el lugar incómodo donde la política solo puede ser transitada desde la parodia como el idioma de lo irresuelto, de lo que no se puede desenredar desde la lógica. Si bien Osvaldo no teorizó sobre la parodia como su hermano Leónidas (que hablaba de tomar la distorsión y devolverla multiplicada), se adelantó a la idea de la política traducida como delirio, un código que la vuelve indescifrable e inalcanzable. Se camufla en la feminización como el instrumento que el padre, entendido como el macho que hace de su autoridad una acción, ejerce sobre el cuerpo de sus hijos. Allí descansa una voluntad civilizatoria.
Si El fiord era un desacople de voces que reproducía la yuxtaposición de cuerpos, el encimarse, plegarse, meter la voz en la voz del otro como si la cópula ocurriera en el relato, El niño proletario (1973) muestra la crueldad en la forma de un testimonio porque el autor se reconoce como partícipe de ese acto de despojo y masacre.
Osvaldo Lamborghini en una foto del álbum familiar. Archivo Clarín. Estropeado, el niño proletario no tiene parte en el cuerpo sin ser tajeada y penetrada, todo su cuerpo está marcado por pequeños culos inventados para la muerte. Desde la desazón de la infancia, el ultraje se produce en un territorio de pares. Osvaldo Lamborghini se emparenta con Copi al refundar y reescribir la literatura argentina desde ese sesgo donde la sexualidad puede abarcarlo todo.
Si ya no existen las vanguardias, o si solo son posibles al leer la tradición como vanguardia, la obra de Lamborghini hace de la anécdota una escena explícita y del lenguaje una zona donde la violencia está en ese lugar desplazado, en ese encuentro inconfesable entre mundos que no deberían mezclarse. Una poética furibunda que sucede en el montaje como si se saliera del texto.






