
Por las calles frías de Salta, el fuego de la memoria y la lucha volvió a arder. Este martes por la tarde, a diez años de la primera marcha de Ni Una Menos, mujeres, disidencias y organizaciones sociales se reunieron para marchar, resistir y seguir exigiendo justicia. No fueron miles como en aquel junio de 2015, pero sí suficientes para sostener una verdad que el Estado insiste en no escuchar: nos siguen matando.
“Somos la semilla que no pudieron apagar”, gritaron al unísono mientras avanzaban desde Plaza 9 de Julio hacia la Legislatura y la Central de Policía, con paradas de denuncia que apuntaron a la complicidad de los tres poderes.
Las ausencias duelen, pero más duele la impunidad. A pesar del tiempo y los cambios de gobierno, los reclamos siguen siendo los mismos: terminar con los femicidios, la pobreza feminizada, la exclusión racial y de clase, y los discursos de odio.
Desde las comunidades indígenas, la voz de Irene Cari se alzó con firmeza: “Nosotras, las mujeres indígenas, luchamos día a día en defensa de nuestros territorios, del agua, de la vida. No nos representa Milei, no nos representa Sáenz. Nosotras somos el Estado. Somos las hijas de las Madres de Plaza de Mayo, las nietas que no pudieron quemar. Esta noche alzamos la voz para decir: paren de matarnos, paren de excluirnos, queremos vivir con dignidad”.
También se sumó la furia travesti en la voz de Pía Ceballos, exigiendo justicia por Tehuel y reparación histórica para las personas travestis y trans adultas: “No estamos todas, falta Tehuel. Gritamos contra los transfemicidios que la justicia ignora. A este gobierno fascista le decimos que al calabozo no volvemos nunca más”.
Florencia Soraire, desde el colectivo de hogares monomarentales, dio lugar al dolor y la ternura: “¿Quién conoce a una mamá que cría sola? Somos un montón, con la carga económica, emocional y psicológica. Hoy recordamos a Sol, que nos dejó una canción: ‘¡Paga la cuota, papá!’”.
Su canto emocionó, abrazó a las que ya no están, a las que siguen luchando, a las que caminan estas calles con el corazón en la mano.
A diez años, la rabia, la memoria, el amor colectivo y el deseo de una vida vivible siguen marcando el paso de mujeres y disidencias.