El compositor y acordeonista Raúl Barboza, uno de los máximos referentes del chamamé, falleció este miércoles a los 87 años en París, donde residía hace más de una década.
El deceso fue confirmado por su representante en Argentina, Alberto Felici, en las redes sociales: «¡Hasta siempre, Raúl! En mi carácter de productor artístico de Raúl Barboza, y haciéndome eco de una comunicación telefónica desde París (Francia) por parte de su esposa Olga Bustamante, tengo la triste noticia del fallecimiento del Maestro, sucedida en la tarde de hoy, 27 de agosto de 2025».
Y agregó: «Agradeciendo a cada uno de ustedes el acompañamiento que le han brindado durante toda su actividad profesional, les dejamos un abrazo y seguiremos informando de cualquier novedad, por este medio».

Barboza estaba radicado en Francia desde 1987, pero volvía en forma recurrente a la Argentina para tocar en vivo. Fue reconocido por los franceses como Caballero de las Artes y de las Letras y en Argentina fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional del Nordeste en 2024. También recibió el Grand Prix du disque Accademie Charles de Francia.
Clásico y moderno, compositor e intérprete de un sonido exquisitamente elaborado, con más de 70 años de trayectoria, se caracterizó por seguir cultivando un carácter abierto y flexible a las resonancias de cada época y de ciertas regiones, sin nunca perder el diálogo fecundo con las raíces del Litoral y singularmente con el chamamé, el género que tocó desde su infancia.
Con respecto a la Argentina, declaró: «Siempre late en mi interior. Pero siento que viví otra época en la Argentina, salíamos de noche a tocar y juntarnos con amigos, volvíamos caminando a casa. Hoy hay que estar encerrado, y encima el dólar trepa las nubes. Acá en Paris puedo estar sin trabajo pero tranquilo, vivo bien en la austeridad. En Argentina seguro tendré trabajo, pero andaré estresado».
Una carrera de éxito
Nacido en Buenos Aires en 1938, Raúl Barboza creció en un ambiente musical y su padre, don Adolfo Barboza, pionero del chamamé, le regaló su primer acordeón a los seis años y fue un «niño prodigio».
A los 12 años ya realizaba sus primeras grabaciones con el conjunto correntino Irupé, y por su destreza y virtuosismo fue apodado “Raulito El Mago». A finales de la década del ’50, se integró al trío de Julio Luján y poco después formó su propio conjunto. En 1964, grabó su primer disco y luego fue convocado por Ariel Ramírez para el espectáculo Esto es Folklore y la reconocida Misa Criolla.

Por 20 años, recorrió los principales escenarios de Argentina, Brasil y Paraguay, siendo el primer artista del género en realizar una gira por Japón. En París continuó su exitosa carrera a nivel internacional, compartiendo escenario con figuras de la talla de Mercedes Sosa, Astor Piazzolla, Atahualpa Yupanqui, Jairo, Peter Gabriel y José Carreras.
El escenario consagratorio fue el Trottoirs de Buenos Aires, un reducto tanguero de la bohemia parisina que había sido apadrinado por Julio Cortázar. “Él me dio la oportunidad de que me acepten con mi música, de enseñar el chamamé y expandirlo por Europa”, dijo.
En una entrevista con Clarín contó que los comienzos en Francia no fueron sencillos y que pasó tiempo mostrándose en bares y boliches. “No quería tocar tangos ni valses franceses. Me había ido de Argentina justamente porque rechacé ejecutar la música de moda. Y no claudiqué hasta mostrar mi música, el chamamé”.

A lo largo de su carrera, se destacó por su innovación con el acordeón diatónico de 4 hileras, creando una nueva sonoridad en el chamamé. Uno de sus últimos trabajos discográficos fue en 2023, cuando presentó París Souvenirs latinoamericanos, un álbum que recorre de milonga, el vals y vidala al tango y la cumbia latinoamericana, a dúo con Daniel Díaz.
Hay dos documentales sobre la vida de Raúl Barboza: El sentimiento de abrazar (2017), de Silvia Di Florio, y La voz del viento (2022), de Daniel Gaglianó. Uno de sus últimos conciertos en Argentina fue en marzo de este año, en La Vieja Usina de Paraná, Entre Ríos, acompañado por el quinteto Magma.
“Siempre hice los arreglos de los grupos en los que estuve, pero todo de forma oral, no por escrito –explicó–. He sido un músico de oído, ‘orejeador’. Y aprendí a escribir acá en Francia, casi obligado para poder tocar con músicos de este lado del mundo que no conocían el chamamé”.
Y al recordar sus comienzos contó: «Nunca olvido cuando tenía veinte años y los hermanos Cena me contrataron para una gira. Fuimos por todo el país, conocí a gitanos que vivían en carpas, a indígenas que me hablaban de sus creencias. Después traté con el cacique Catán en el Chaco, me volqué a investigar mis raíces guaraníes, porque mis padres nacieron en Curuzú Cuatiá y yo, de casualidad en Buenos Aires. ¡Y qué decir cuando mis maestros Ernesto Montiel, Damasio Esquivel y Tránsito Cocomarola se congraciaban con mis toques sincopados en temas como Llegando al trotecito y El estibador!. Era un viejo sueño mío que se reconociera el chamamé no sólo como una música de baile, sino también para disfrutar de tan sólo escucharla».