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lunes, noviembre 3, 2025

A un año de la elección de Trump

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El próximo 5 de noviembre se cumple un año de la segunda elección presidencial de Trump en Estados Unidos (EE.UU.), que resultó muy amplia y le permitió a la Casa Blanca disponer de mayorías en ambas Cámaras legislativas.

El vértigo de acciones llevadas adelante en la escena internacional por la administración Trump ha sido tal, que resulta inconcebible que haga solamente un año de su elección. En efecto, en noviembre de 2024 el mundo sufría la situación terrible en Gaza y Medio Oriente; Armenia y Azerbaiyán mantenían un conflicto de larga duración que había dañado fuertemente sobre todo al primero; Tailandia y Camboya estaban en guerra; y hacía más de tres décadas que en el este de la República Democrática del Congo se enfrentaban fuerzas militares regionales por el control de recursos minerales claves, con saldos de millones de muertos.

En todos esos conflictos la administración Trump intervino de manera directa y obtuvo resultados de pacificación extraordinarios. En Medio Oriente, que es el conflicto de mayor resonancia mundial, es sabido que con su apoyo se reconfiguró la escena regional, en particular se quitó fuerza a la potencia desestabilizadora de Irán. En todas partes EE.UU. actuó como el hegemon mundial que efectivamente es, tanto en lo militar como en lo comercial y económico. Al cumplir su papel de gran potencia, logró sacar del atolladero bélico a países que hoy se encaminan en un sentido de desarrollo e inversiones en las que, por cierto, el protagonismo estadounidense estará muy presente.

Muchos críticos de la administración republicana señalan que Trump se ha comportado de manera poco previsible. Ponen por ejemplo su idea de proponer a Groenlandia formar parte de EE.UU., su decisiva intervención en el canal de Panamá de manera de quitar del medio inversiones de infraestructura chinas, y sus amenazas reiteradas a distintos países con aumentos de aranceles que dificultan toda previsibilidad en el comercio mundial.

Quienes así razonan omiten que la política exterior es primero y antes que nada eso: política. EE.UU. no es solamente una potencia económica. Antes que eso, es la primera potencia militar mundial y es el faro más fuerte de la civilización occidental. A partir de allí, claro está, es también el país más rico del mundo. Pero una cosa no puede comprenderse sin las otras.

Por eso, por ejemplo, su lugar de hegemon mundial no puede aceptar que su potencia rival china ocupe un lugar estratégico en el canal centroamericano que permite la unión naval entre un extremo y otro de su territorio continental. Por eso también, por ejemplo, debe prever el enfrentamiento futuro en la región del Ártico, y por tanto con protagonismo de Groenlandia, entorno a recursos naturales muy importantes y con una geopolítica de transporte y comunicaciones que incluye allí, entre otros, a potencias como China o Rusia. Por eso, finalmente, debe enfrentar de una vez por todas el crecimiento económico chino que se ha forjado, por lustros, en base a piraterías industriales que perjudicaron fuertemente a la economía estadounidense.

Es cierto que quedan enormes desafíos pendientes. Terminar con la guerra en Ucrania no es el menor, y para ello la administración Trump, con realismo, avanzó en un diálogo bilateral que reconoce en Moscú a la potencia militar y geopolítica occidental que siempre fue. Hay plena consciencia en Washington de que el rival civilizacional y sistémico del siglo XXI no es Rusia, sino China, y que por tanto hay que cambiar la ecuación heredada en Europa del este a partir de la guerra-invasión rusa en Ucrania de 2022.

Para nuestra región, hay un cambio fenomenal que, si ocurriere, sería del todo histórico: que cayera la narcodictadura venezolana y, tras ella, la tiranía castrista en Cuba. En el frenesí de iniciativas de la administración Trump esta dimensión latinoamericana no es accesoria: el compromiso personal con Cuba de su secretario de estado deja pensar que se trata incluso de un objetivo factible. Por cierto, en estas semanas Washington dejó en claro que Buenos Aires es un aliado de peso en Sudamérica: evitó primero que cayera en el caos político y financiero incitado por el peronismo, y promovió luego corrientes de inversiones para sectores económicos estratégicos de Argentina.

La elección de Trump cambió la política exterior de EE.UU. Sólo un análisis ciego de ideología podría negar los avances concretos de pacificación y estabilización internacionales llevados a cabo por Washington. El mundo, con Trump, cambió.

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Redacción

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