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martes, octubre 28, 2025

Adiós «infinito» para Emilio de Ípola, el intelectual que siguió el camino de Gramsci y Althusser y asesoró a Alfonsín

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El buenb humor lo acompañó gran parte de su vida. Su ex esposa, la politóloga Claudia Hilb lo despidió subrayando el mérito de ese chiste casi permanente. Irónico y mordaz, dejaba esa marca en libros, conversaciones y situaciones extremas. Secuestrado en abril del 76 por la dictadura Emilio de Ípola fue trasladado y torturado aunque le decían que era un “perejil”. Sin embargo, en un interrogatorio le recriminaron el programa de estudios con el que daba clases en la Universidad: “¡Ningún argentino, ningún nacionalista enseñabas! ¡Todos alemanes o zainos!”. Le echaban en cara: “¿No hablabas del Che, de Fidel, o de algún otro, más cercano?”. De Ípola: “Contesté que mi asignatura era téorica, con pocos nombres, abstracta…” Como respuesta, lo introdujeron de nuevo en el agua… Volvía a ese momento terrorífico con un chiste sutil.

Emilio de Ípola. Detrás, se ubica Vicente Palermo.  Foto: Martín Bonetto.Emilio de Ípola. Detrás, se ubica Vicente Palermo. Foto: Martín Bonetto.

El domingo a la noche murió De Ípola, licenciado en Filosofía y Doctor de Estado en Ciencias Sociales de la Universidad de París, poseedor de muchos otros méritos, libros y reconocimientos de aquí y de allá por su carrera intelectual. Nació en 1939, fue discípulo de Louis Althusser en la Universidad de París, luego se convirtió en un destacado intérprete de su obra en Argentina y en 2007, publicó Althusser, el infinito adiós. Tuvo un papel clave en la conformación del Club de Cultura Socialista, fue crítico del populismo y debatió con Ernesto Laclau. Su experiencia de cárcel y exilio implicó que su trabajo teórico no estuviera separado de los avatares políticos: la sociología como vivencia, como testimonio. En México escribía en la revista Controversia donde compartió discusiones intelectuales con Juan Carlos Portantiero y José “Pancho” Aricó. En la cárcel escribió el borrador de La bemba (reeditado por Siglo XXI), un “testimonio ordenado” sobre la circulación de los rumores en la cárcel.

Después de un exilio francés y mexicano, De Ípola volvió a la Argentina en democracia, hacia 1985. Se rencontró con el politólogo Juan Carlos Portantiero y ambos fueron convocados a participar del Grupo Esmeralda, esa usina orgánica de ideas para el presidente Raúl Alfonsín, en la que se destacaba, entre otros, el joven politólogo Fabián Bosoer. Momento en el que un espíritu neogramsciano sobrevolaba la cabeza del líder radical. Hacia 1985 el grupo sumó a estos dos intelectuales fundamentales del panorama local que hacía poco tiempo que habían retornado del exilio mexicano. Ambos trabajaron en conjunto para la elaboración de un discurso histórico que Alfonsín iba a leer en Parque Norte y que iba a ser conocido con ese nombre. En él, el presidente iba a exhibir el espíritu de su intencionalidad política, los deseos y las aristas de su proyecto político.

Juan Carlos Portantiero. Archivo Clarín. Juan Carlos Portantiero. Archivo Clarín.

En una mañana de otoño de 2010, en su casa, De Ipola recordó su llegada al grupo: “Yo estaba escribiendo un artículo que habíamos empezado yo en México y Portantiero en Buenos Aires por carta. Se llamaba “Ciencias Sociales y pacto democrático”, que terminamos acá un poco apresurado y que salió en la revista Punto de Vista. Ese artículo nos sirvió para lo que iba a ser el discurso de Parque Norte, sobre todo. Porque nos plagiábamos a nosotros mismos. Cuando salía la versión final corregíamos los plagios muy evidentes”.

Con el «Negro» Portantiero empezaron a frecuentar la oficina de “los intelectuales de Alfonsín”: “No se sabía bien que era el Grupo. Había un local en la calle Esmeralda, de ahí el nombre, y un grupo que dirigía un psicoanalista y no sabíamos qué diablos íbamos a hacer. No entendíamos. El psicoanalista a cargo del grupo me hacía escribir cosas, páginas de Habermas. Hasta que lo puenteábamos un poco a él, Portantiero y yo, y creamos departamentos de medios, otros de cuentas cualitativas y cuantitativas, también había un periodista que escribía y otro que pensaba ideas”.

Las expresiones “pacto democrático”; “pacto social” y “proyecto de país” entre muchas otras empezaron a inundar el discurso de Alfonsín. Surgían de la letra de Portantiero y de De Ipola. “De repente, empezamos a escuchar que nuestras palabras aparecían en los discursos de Alfonsín, párrafos que venían de Esmeralda, hasta que nos invitó una vez a conocerlo”, recordaba De Ípola y agregaba: “Ahí se nos ocurrió a Portantiero y a mí que había que hacer un discurso bien polenta, medio teórico y con ideas innovadoras para que asestara a los otros partidos. Portantiero le dijo entonces: lo hacemos nosotros. Y Alfonsín se prendió y dijo bueno fenómeno, así que estuvimos trabajando tres meses más o menos. De ahí salió el discurso de Parque Norte que Alfonsín hábilmente leyó cuando se cerraba la convención de la UCR un domingo a la mañana y salió en televisión y en todos los diarios».

–¿Qué impacto tuvo ese discurso?

–Sinceramente no tuvo muchas consecuencias reales, salvo para pensar, para los intelectuales, para discutir ciertas cosas, pero lo que se proponía era de muy difícil concreción como la convergencia de partidos. Era una buena noticia que existiera la renovación peronista, pero la renovación era demás un adversario político. A Cafiero no le interesaba acercarse a un proyecto político. El problema de Alfonsín era que estaba por arriba, se ponía por arriba como haciendo un metadiscurso, pero de hecho también formaba parte de la discusión política y se lo tomó como un discurso político. Le criticaron que no hubiera un enemigo, pero nosotros protestamos que si llamábamos a una convergencia no podíamos hablar de enemigo. Por lo menos trajo la posibilidad de discutir algunas cosas, pero más de ahí no pasó.

Emilio de Ípola en 2010. Foto: Martín Bonetto Emilio de Ípola en 2010. Foto: Martín Bonetto

-¿Cómo era para los ustedes trabajar con un presidente que también se percibía como un intelectual más?

-Puede ser que la relación haya servido allí donde el papel de los intelectuales no se volvía excesivamente intelectual y lo que hacía simplemente era poner en claro o dar fundamento a ciertas intuiciones o a ciertos razonamientos suyos. El también se sentía hasta cierto punto intelectual. Leía todo el tiempo. En un momento dado yo creo que pudo haber tenido una influencia diría negativa, pero un aspecto de eso; una influencia negativa. Yo le oía decir que «este gobierno sigue las directivas de Huntington, de Leo Strauss…». El tenía esa intuición propia, del político: acriollaba todo lo que nosotros le decíamos en términos intelectuales, y creo que hacía bien; aunque deformara totalmente el sentido. Hacía bien, porque así se entendía.

El velatorio de Emilio de Ípola se realizará este martes, de 18 a 22, en Malabia 1662, y sus restos serán trasladados al Parque Memorial de Pilar al día siguiente.

Redacción

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