Por Gabriel Alejandro López
Twitter: @cololopez74
Hizo el bolso y partió a otra dimensión, a ese más allá que nadie sabe. Se llamaba Eduardo Víctor Domínguez, eso figuró en el documento, clase 1936, pero no define eso al ser humano que supo vivir simple y silencioso, con la virtud de estar contento. Eso sí, el calladito hacía gritar a las tribunas de los estadios de fútbol. Jugó para los dos cuadros de su ciudad adoptiva, La Plata. En Gimnasia (le hizo 6 goles a Estudiantes) y en Estudiantes (cantó 3 frente a Gimnasia). En el rubro rompe-redes «Monono» está segundo en el historial del clásico; dos goles más que él solo hizo Manuel Pellegrina, «El Payo» para los albirrojos.
Había nacido en la provincia de San Juan por una casualidad, ya que su padre trabajaba en Vialidad y allá se trasladaron unos años.
El oficio por el que se brindó fue el de delantero, de las décadas del cincuenta y sesenta, futbolista que entonces se conocía yendo a la cancha o venía en figuritas, porque no existían programas de televisión, ni mucho menos internet.
Murió el cuerpo de “Monono” Domínguez, pero el alma se fue por el túnel sagrado que encontrará el Paraíso, para los creyentes cristianos.
Cuentan que a este sutil centroforward le hubiese venido muy bien la prensa de hoy, porque condiciones le sobraban, pero no hizo una diferencia económica.
Tenía 19 cumplidos cuando llegó el debut de titular: 4/12/1955 Gimnasia-San Lorenzo.
A la fecha siguiente, una friolera de goles triperos a Boca, dos despachados por “Monono” y hay que sumar al pase gol a Loiácono para abrir la cuenta en 60 y 118. Fue fiesta, 4 a 1.
La fiesta de esos campeonatos eran las goleadas de cada fecha, todavía sin esquemas, sin cerrojos, sin demasiada preparación física, y cada vez con menos «pisadas», «amasadas». Se destacó en la convergencia de los años cincuenta con los sesenta. La camiseta 9, que él usaba, tenía referentes en otros equipos como el brasileño Valentín, en Boca; Sanfilippo, en San Lorenzo; Artime, en Atlanta; y en Estudiantes, Infante, que también probará su clase en la otra vereda platense.
Los clásicos empezaron a tener en 1956 la característica del apellido Domínguez entre los anotadores. En el Bosque, “Monono” elude a dos y convirtió el primero de su cosecha a los 21 del segundo tiempo. Finalizaron 2 a 2. Otro tanto a Estudiantes en el mismo terreno tripero, pero no alcanzó, 1-2, el domingo 1/11/1958.
El cabezazo fue su arte infernal, pelota por el aire y adentro, a Vélez, a San Lorenzo, a Tigre, a Independiente, a Racing (todos de local), doblete a Boca y a Central en Arroyito (cuando no era el Gigante), a River (en La Herradura, que después fue el Monumental), a Racing (en el Cilindro), a San Lorenzo (en el Gasómetro). Una lluvia de goles protagonizaron La Academia y Gimnasia (antes de ser El Lobo), 5 a 5, convirtiendo el quinto tanto albiazul Eduardo Domínguez.
“Pasaron muchos años aunque todavía recuerdo las cosas lindas y también las que no fueron buenas. Los clásicos de aquella época eran un poco más tranquilos, pero con la misma necesidad de ganar» (respuesta de Domínguez a este periodista, en la previa de un Estudiantes-Gimnasia que se disputaría en el moderno Estadio Ciudad de La Plata en 2013, ya techado).
El domingo 28 de mayo de 1959, por la quinta fecha, sus ojos no querían ver lo que a todos les dolió y sembró pánico, angustia. Gimnasia ganaba 1 a 0 a los treinta minutos cuando se derrumbó una tribuna donde estaban los hinchas de Estudiantes; aquel sector, del lateral de avenida 60, la actual platea Basile. Numerosos heridos de gravedad. “No sabes lo que fue ver eso… ¡De golpe desapareció la tribuna visitante!”, le contaba a sus amigos y a aquellos que le preguntaban por las vivencias dentro de un campo. El partido continuó tiempo después en Quilmes, imponiéndose Gimnasia por 2 a 1.
En 1960 jugó dos clásicos más con esa camiseta donde sacó chapa de ídolo popular.
En 1 y 57, el 14 de agosto, anotó de cabeza en una victoria tripera por 2 a 0.
En 60 y 118, el 20 de noviembre, fue un rayo en el segundo tiempo, convirtiendo en los minutos 10 y 37. Daniel Bayo lo lleva patente en su memoria, «fue mi primer clásico en Primera y Monono estuvo terrible; era goleador y de calidad; además de hacerte ganar partidos te hacía ganar plata”. Fue la despedida perfecta con la franja azul, ya que una semana después jugó por última vez: 107 partidos, 46 gritos.
Fue dos veces tapa de la revista El Gráfico, la publicación de mayor tirada en América Latina y con la que muchos aprendían a leer. En la portada de 1958 está como actor secundario, con una camiseta celeste que lució Gimnasia, en el Bosque, encimando a Malazzo, de River. Pero en 1960 fue “Monono” solo nomás, en primerísimo plano, dribbleando como un bailarín.
De Gimnasia fue transferido a Huracán en 1961 donde juega una veintena de encuentros. Siguió en 1962 hacia Villa Crespo, formando en el equipo de Osvaldo Zubeldía, Atlanta, aunque se alistó en Primera en 9 fechas.
“Tenemos dos vidas, y la segunda comienza cuando te das cuenta que tenes una…” reflexionó ayer ante la desaparición física de su amigo, el crack Carlos Daniel Bayo (nivel de Selección, finales de Libertadores en River, compañero de “Monono” en Gimnasia). Y lo catalogó como “un jugador de cabeza levantada, las condiciones que atesoraba como deportista y humano eran excelsas, pero nunca hizo alarde de nada”.
En 1963 Domínguez regresa a La Plata pero a jugar por Estudiantes. Los Albirrojos con problemas en la tabla de los promedios, casi condenados al descenso, cambiaron prácticamente a los once jugadores. Llegó el arquero ucraniano Tarnawsky (San Lorenzo), Nardiello (Boca), Madero (Huracán), Prospitti, Biagioli. Se iban del club tres caudillos, Albrecht, Koroch, Rulli.
“En esa época venía de un año muy malo en Atlanta. Me vino a ver Poroto Abadie, a quien ya conocía del Jockey Club, me convenció y me llevó a Estudiantes”, reconoció en aquella entrevista.
En la fecha inaugural, en Banfield, empezó a dejar su sello: 2 a 0, goles de Avelino y Domínguez.
Ya en la segunda fecha vivió un momento especial, el clásico local después de haber estado en los dos vestuarios. Su casa de calle 40 y 18 pasó unas semanas de nervios, por el qué dirán, por el resultado final, pero a “Monono” los goles le daban de morfar, era su único trabajo. Y quedó registrado el 5 de mayo de 1963, con 16.101 entradas vendidas, que Domínguez gritó a los 8 minutos y repitió a los 23 del primer tiempo. Enel segundo tiempo, a los 12 minutos achicó la diferencia Diego “Paco” Bayo (debutaron juntos en 1955). “Nacimos en Gimnasia, desde la Novena, y tuvo que ponerse la rojiblanca, pero supo manejarse bien con la gente de los dos clubes. Fue uno de esos amigos fieles”.
En 1963, el equipo estudiantil terminó noveno, pero finalizó último en el promedio y se salvó porque se suprimieron los descensos hasta 1966. ¡Se salvó Estudiates! Y con «Monono» entre los muchachos.
Roberto Cicora evocó un pasaje de su carrera en Estudiantes, en 1964, segundo y último año de «Monono» en el mundo pincharrata. “Yo tenía veinte años, lo veía como un jugador con buena técnica y buen cabeceador. Y mucha humidad, buen compañero. La delantera era Nardiello, Domínguez, Leeb, Yudica y Bielli”.
La primera fecha de 1964 fueron a Huracán. Un hincha que estuvo en la tribuna, Raúl Di Cola, guarda una anécdota riquísima que lo unió para siempre en el afecto con el crack. “Yo nunca me voy a olvidar de usted, por dos cosas (le dijo en una fiesta donde lo tuvo mano a mano). Fue la primera vez que fui a ver un partido de visitante, empatamos 1 a 1 y el gol lo hizo usted de chilena”. Di Cola, quien jugó en las divisiones juveniles albirrojas, llevó el orgullo de por vida de ser primo de Francisco «Pancho» Varallo, leyenda de la Selección Argentina en el primer Mundial.
Cuando «Monono» hacía goles, el público adicto al fútbol se volcaba a la cancha y a la radio. En esas transmisiones luego de los goles, el locutor acotaba: “El arquero no la pudo detener porque justo en ese momento iba a tomar Ginebra Bols”. Y Domínguez siguió emborrachando a los arqueros. En Rosario, metió una tricota ante Newell’s, 4-1 (tres de Domínguez y uno de “Motoneta” Nardiello). Con la camiseta de Estudiantes vinieron más emociones lindas ante San Lorenzo, Boca, otro más a Gimnasia (derrota 2-5) y el último fue en el estadio de Atlanta, el 18 de octubre de 1964, en movido empate 2 a 2 (Puntorero y J. Fernández; Bielli y E. Domínguez). Fueron 46 presentaciones y 13 conquistas.
Se fue del país, la última venta, al Uruguay. “¡Hay más informaciones, para este boletín!”, solía decir Ariel Delgado, relator y encargado del informativo de radio Colonia de aquellos años. “Monono” se retiró en un gigante de América, Peñarol de Montevideo, pero sin tanta estridencia en lo personal.
No fue de selección, pero en la vida lo seleccionaron los amigos de ayer, hoy y siempre. Los últimos 35 años fue habitué a un club de amigos, Gonnet Paleta Club, que funciona en la casa del doctor Ricardo Emmerich.
“Yo soy del 45 y cuando tenía trece años vendía turrones en la cancha de Gimnasia. ¡Era un nene cuando lo conocí! Monono era admirable, paraba la pelota con el pecho y se peinaba para atrás, bien pintón”, describe con su sonrisa paternalista el famoso pediatra (autor de un libro con las vivencias de todos los ídolos que fueron invitados al Gonnet).
Vivía solo, dejó el legado divino de dos hijos, Marcelo y Alejandro, cinco nietos y dos bisnietos. Tenía un kiosquito, donde sufrió un asalto.
Pero siguió cantando y lo hacía muy bien. Los tangos iban a la par del espíritu futbolero, pero sin fanatismos, sin grietas, era muy noble y leal a todos los amigos, que lo bautizaron “Agustín Magaldi”, por su similitud en la voz.
«Cuando pasé a Estudiantes, la gente no me quería porque yo me formé en Gimnasia; tuve mucha contra. El primer clásico se jugó en la cancha de Estudiantes e hice los dos goles, y ahí si me querían (risas)”.
Los que quedan (luego de que pase el duelo) sabrán honrar como tantas veces la partida de un ser querido, un amigo del viejo fútbol argentino. Gambeteando la amargura, volverán a juntarse, entre guitarreadas, asados y ping pong. El fuego, que sabe a purificación de todas las penas, volverá a traer sonrisas. Y se reencontrarán en la letra de una canción, de un tango fatal o de un animado “Azúcar, pimienta y sal”. A la hora de la charla del fútbol, siempre que un clásico esté próximo en el calendario, «Monono» volverá en sueños, como los que buscan esta nueva generación de jugadores, a los que les será imposible llegar a su récord. Parece que está prohibido jugar en una vereda y después cruzarse a la ota.
¿Cuántos goles metió en los clásicos?
Nueve, con la apreciable distinción de meterla en los dos…
En su cuna, Gimnasia, entonó la gola seis veces ante Estudiantes. Y ahí, en Estudiantes, donde jugó menos y lo terminaron queriendo, su estribillo del gol hizo sonar tres veces el arco de los vecinos.
Adiós, «Monono». ¿Se llevó las camisetas? Las dos las tenía bien puestas.