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domingo, octubre 5, 2025

Adriana Amante convierte en ficción sus recuerdos de infancia en plena dictadura militar

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“No podría vivir sin dar clases. Es el lugar de mi deseo”. Quien habla, del otro lado del Zoom, es la doctora en Letras Adriana Amante. Desde su casa, rodeada de libros, está feliz por haber lanzado su primera ficción luego de toda una vida dedicada a la docencia, la investigación y la crítica literaria. No parece casual que esta historia, que rondó su mente por más de veinte años, transcurra en un universo escolar.

Adriana Amante es doctora en Letras y profesora e investigadora de literatura argentina del siglo XIX en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Foto: gentileza.Adriana Amante es doctora en Letras y profesora e investigadora de literatura argentina del siglo XIX en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Foto: gentileza.

Las escuelas (Tusquets), cuenta la historia de una niña de trece años que fue la mejor amiga de la hija del director de una escuela de formación de suboficiales de la armada. Todo lo relata una narradora ya adulta que evoca su propio pasado. Lo autobiográfico y la dictadura militar como telón de fondo aparecen en esta novela que surgió en gran medida a partir de las vivencias de la propia amante que fue al colegio Dámaso Centeno –el mismo al que asistió Charly García quien aparece mencionado en el libro–.

Después de tanto tiempo examinando arquitecturas ajenas le llega el turno de forjar la propia aunque advierte, con precisión, que para ella el ensayo y la crítica se construyen del mismo modo. Reivindicando a sus grandes maestros como Molloy, Piglia y Sarlo. Sobre esta última se pronunciará en este diálogo aunque no le interesa que eso sea el principal eje de la conversación. Se la oye apenada luego de que su querida amiga y maestra haya acaparado la atención mediática por cuestiones ligadas a su vida privada y no a su obra. “Creo que a Beatriz le hubiera apenado mucho todo esto”, deduce.

Mientras prepara varios libros de pronta aparición (uno sobre el Sitio Grande de Montevideo, una edición crítica de la Campaña en el ejército grande de Sarmiento y dos sobre Sylvia Molloy, de quien se encargó de organizar su archivo), charló con Clarín acerca del origen de su primera novela, sus gustos, influencias y los vasos comunicantes entre, parafraseando a Piglia, la crítica y la ficción. Resalta: “El ensayo es un género de la literatura y se concibe con los mismos procedimientos de la ficción”.

–¿Cómo surgió Las escuelas?

–Le di vueltas a la idea por lo menos durante veinte años pero paradójicamente, a la vez, fue el libro que más rápido escribí. Una vez que decidí que algo podía haber ahí, lo escribí en poquito menos de un mes. Obviamente me rondaba la posibilidad de esa historia pero pese a la apariencia de que podía preceder al libro, supe que la tenía mientras estaba escribiendo. Hay un referente autobiográfico inevitable, inocultable de algún modo, pero creo que lo que me haya sucedido no garantiza la existencia ni de una historia ni de un texto.

–¿Cómo fue ese paso de la crítica a la ficción?

–Piglia es uno de mis modelos junto con Sylvia Molloy y Pauls. En algunos casos tuve la fortuna de que fueran mis maestros y amigos. Me enseñaron que la crítica no es subsidiaria de la ficción. A veces incluso podía superar al objeto en términos de escritura. Incluso Beatriz Sarlo, ¿no? Que no era una escritora de ficción pero tiene ciertos hitos, como un artículo breve, Tanto con tan poco, sobre un episodio del Facundo de Sarmiento –la Severa Villafañe– que es una maravilla, donde desata su deseo de escritura. Trabajé mucho con cierta introspección. Debía suspender de algún modo una doble vigilancia de mi escritura, evitar, pensar al texto como crítica sino pensarlo como la constructora de ese texto. Debía evitar ciertas cosas que dejaran en evidencia la cosa de manera tal que yo misma ya anticipaba lo que la crítica podría decir.

–¿Por qué decidiste crear esta narradora que recuerda?

–Eso surgió sin pensarlo mucho. Tuve que trabajar el hecho de que la adulta, que recupera la memoria de esta chica de 14 años, no se la comiera. Ahí claramente María Negroni, que fue una de las primeras lectoras y es mi amiga, y David Oubiña, mi marido, y mis hijos, por motivos también que los podían afectar, me ayudaron a identificar dónde Adriana Amante era muy evidente y era mejor que no. Más que control, creo que la adulta es el sostén para que pueda emerger esa voz de la nena que está igual perturbada por los eventuales olvidos de la adulta. Pero ahí es una trampa medio borgiana, como aspiración, a lo Emma Zunz. Hay ciertas deformaciones, que también le gustaban a Molloy, de cómo trabajar los elementos de la autobiografía para convertirlos en ficción. Es rara una memoria que sea perfecta. Ahí soy sarmientina en el sentido de que sus procedimientos de Recuerdos de provincia son imitados por cualquier autobiógrafo, incluso sin saberlo. A la vez, no quería que esto fuera un testimonio. Quería que se sostuviera literariamente.

–Leíste y estudiaste mucho a Sarmiento. ¿Qué pensás sobre su figura, su escritura y los discursos que circulan sobre él que lo han “cancelado”?

–Para mí Sarmiento es el mejor escritor del siglo XIX argentino, lejos y un gran escritor universal. Creo que muchas de las cancelaciones que se le hacen tienen que ver con no haberlo leído. Muchas veces les digo a los estudiantes –porque milito la escritura de Sarmiento directamente; la escritura, no su posición política– que no teman, porque leerlo bien, incluso cuando vuelvan a leer las cosas que los separan de Sarmiento políticamente, no es que los hará caer bajo el embrujo de su ideología sino que van a confirmar pero con mayor argumentación por qué eventualmente se separan de eso. El punto es que no se pierdan la fascinación que puede producir esa escritura. Porque la vigencia eventual de su ideario institucional o de lo que todavía nos puede provocar como amor u odio, tiene que ver con la potencia de su escritura. Pocos escritores son conscientes del poder de una escritura para operar sobre lo real. Es algo que incluso se ha perdido. También es verdad que hay cosas de Sarmiento que no se ven, que son altamente democráticas y que está bueno recuperar, sobre todo en el campo de la educación pública o popular, como él decía, que en general la gente, como no lo lee, lo obtura, lo reduce a que decir que fue pro yanqui.

Adriana Amante es doctora en Letras y profesora e investigadora de literatura argentina del siglo XIX en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Foto: gentileza.Adriana Amante es doctora en Letras y profesora e investigadora de literatura argentina del siglo XIX en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Foto: gentileza.

–Antes nombrabas a Sarlo. ¿Qué significó para vos?

–Así como te decía que milito ciertas escrituras, milito la escritura crítica de Sarlo. En cierto sentido, le pasó parecido a Sarmiento, mucha gente la criticaba sin haberla leído. Tengo una hipótesis en relación con su escritura que puede parecer pedante, pero que en realidad no lo es, porque tengo una admiración por ella: creo que con La máquina cultural (1998), Sarlo aprendió a escribir. Creo que allí donde ella trabaja esos tres episodios: el de la maestra y las cabezas rapadas, el de Víctor Ocampo y el de La noche de las cámaras despiertas, ella experimenta algo diferente. Encuentra algo al soltarse y al probar. En un artículo que escribí sobre ella digo que después de Sarmiento, Sarlo es la más vitruviana de todos los actores culturales de la Argentina. Trabajo mucho con teoría de la arquitectura para pensar la literatura porque creo que los arquitectos han pensado cosas que la literatura necesita y no pensó tanto. Vitruvio proponía todo lo que debe saber un arquitecto para ser bueno (música, por la acústica de la casa; astrología por la orientación y todo se va amalgamando). Sarlo es alguien que ha logrado pensar desde la literatura y entrar a otros campos pero no como una aristócrata que viene a husmear sino como una obrera que se arremanga y estudia los protocolos específicos de las otras áreas para alimentar mejor su metier de base, que era su definición de intelectual.

–Uno de sus últimos libros fue La intimidad pública (2018) y allí analizaba cómo la vida privada de los famosos despertaba fervor. Recientemente, su intimidad cobró notoriedad mediática a raíz de la disputa por su herencia. Vos diste una entrevista sobre el tema. ¿Qué pensás al respecto?

–Ninguno de los allegados somos mediáticos ni nos gusta el escándalo. Los medios son una trituradora. Creo que Beatriz habría estado muy triste con todo a lo que la expusieron y sobre todo también a lo que involuntariamente se nos expuso a sus allegados. Ella nunca estuvo sola. Hubo respeto de muchos periodistas pero también otros dijeron cualquier cosa. Algo que tenía que quedar en el ámbito privado sobre todo por Beatriz. Que se hablara de Beatriz no por su obra sino por esto, que se disparó por algo que en principio es una mala acción de alguien que tocó algo que todavía no se podía tocar y mucho menos venderlo en el mercado de usados. Simplemente eso. Acá no está en juego una propiedad, un departamento: lo que importa es la preservación del archivo y de la privacidad de Beatriz. Eso ya se nos fue un poco de las manos sin querer. Preservación del archivo y preservación de la continuidad de su obra y del manejo de su obra por la gente idónea, autorizada y elegida por Beatriz, en particular Sylvia Saítta. Somos testigos todos los que la rodeamos a Beatriz, que somos las que la asistimos desde hace mucho y que estuvimos todos los días en el sanatorio. Nadie lo sabía porque no lo decíamos ni a nuestros amigos más íntimos para preservar su intimidad y nos reemplazábamos, llegaba yo, venía Gorelik, salía Gorelik, venía David (Oubiña), salía David, venía Sylvia (Saítta). Ahora se hicieron disquisiciones sobre la soledad de los viejos. Eso tiene que ver con una cosa más metafísica. Beatriz no estaba abandonada ni el portero la llevaba al médico sino sus amigos. Todo eso fue incontrolable. No tenía por qué ventilarse. La protegíamos incluso antes, cuando le tocaba el timbre cualquiera, ella lo hacía entrar y le sacaban una foto. De pronto hay fotos que circulan donde está con una bufanda así… Beatriz que era tan coqueta … Desde esas cosas triviales. Acá el punto es preservar y somos testigos que ella siempre dijo: «Sylvia Saítta sabrá qué hacer cuando a mí me pase algo». Fue su editora, su discípula dilecta. Ese era el deseo de Beatriz. Lo más importante es tratar de que eso no quede bajo el control o la indiferencia de cualquiera. Su obra es su máximo legado. Beatriz era una persona muy ética, incluso por las posturas que ella pudiera tener, se hacía cargo de sus decisiones con mucha entereza. Deseábamos que Wanda Nara o la China Suárez colaboraran y esa semana hicieran algo para desviar el foco. Ese libro (La intimidad pública) justamente no es el mejor de Beatriz. Es donde ella toca más de oído. De algún modo, se la fagocitó ese mismo sistema.

Adriana Amante básico

  • Nació en Buenos Aires, en 1965. Es doctora en Letras y profesora e investigadora de literatura argentina del siglo XIX en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Dicta clases en la Maestría de Escritura Creativa de UNTREF y en New York University en Buenos Aires.
  • Publicó Poéticas y políticas del destierro. Argentinos en Brasil en la época de Rosas (2010), coeditó Absurdo Brasil (2000), y dirigió el tomo sobre Sarmiento de la Historia crítica de la literatura argentina (2012).
  • Realizó ediciones de clásicos argentinos (Facundo, Martín Fierro); y tradujo del portugués Memorias póstumas de Bras Cubas, de Machado de Assis, y El banquero anarquista, de Fernando Pessoa.
Adriana Amante es doctora en Letras y profesora e investigadora de literatura argentina del siglo XIX en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Foto: gentileza.Adriana Amante es doctora en Letras y profesora e investigadora de literatura argentina del siglo XIX en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Foto: gentileza.
  • Fue investigadora visitante en NYU y profesora visitante en UC Berkeley. Recibió becas de la UBA, el Fondo Nacional de las Artes, el Instituto Camões y el Ministerio de Cultura de la Nación para estudiar las literaturas argentina y brasileña del siglo XIX; y de NYU y Princeton University para organizar el archivo de la escritora Sylvia Molloy.

Las escuelas, de Adriana Amante (Tusquets).


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