El Teatro Colón abrió su temporada lírica con la reposición de la icónica puesta de Aída producida en 1996 por Roberto Oswald. Como en otras oportunidades, la régie y el vestuario las llevó adelante su colaborador de toda la vida, Aníbal Lápiz, y su discípulo, Christian Prego, repositor de escenografía.
Con la participación de los tres cuerpos estables (orquesta, coro y ballet) en el centenario de su fundación, se continuó la tradición de vincular la ópera de Verdi -especialmente significativa en la historia del Teatro Colón porque inauguró su primera temporada- con las celebraciones más importantes.
Lo que tal vez habría que discontinuar es la reposición de la puesta de Oswald y dejarla descansar. La espectacularidad de una puesta realista, aunque sin pomposidad, sobrevive actualmente por su valor histórico. En su momento logró conectar con la sensibilidad de la época, pero hoy la fuerza expresiva de sus elementos se debilitó, la puesta se volvió menos ágil y difícilmente resuene en las audiencias actuales.
Los elementos que representan un supuesto antiguo Egipto no están ausentes. Lo primero que se ve cuando se abre el telón es la antesala del palacio egipcio, detrás de Ramfis y Radamés, un telón con un bajo relieve iluminado tenuemente deja ver ideogramas y la típica escena amarniense de adoración al Sol. Cuando el bajorrelieve desaparece, se ve el templo con la imagen de fondo de una omnipresente esfinge que acompaña todos los cuadros, con la intervención de la luz para matizar y crear variantes simbólicas.
El vistoso vestuario sigue la línea de la enorme iconografía egipcia. La rivalidad entre Aída y Amneris está subrayada sutilmente con la contraposición de telas coloridas y suaves para la esclava etíope y telas etéreas y brillosas para la temperamental hija del Rey de Egipto.
Es impecable la distribución en cada escena de la enorme cantidad de figurantes, bailarines -el trabajo coreográfico de Lidia Segni aportó dinamismo a algunos cuadros- coro y solistas. La monumentalidad de la escena final del segundo acto, con la procesión de guerreros y prisioneros, está manejada con gran inteligencia.
La genial idea de Oswald de concebir la escenografía como un rompecabezas -el templo, por ejemplo, se arma con las dos esfinges que luego se cubren y se ensamblan; en otra escena se acomodan columnas y escalinatas- tuvo dificultades de realización y resintió la continuidad por la demora del armado entre uno y otro cuadro, los ruidos y las conversaciones detrás de escena llegaron a la platea.
El elenco y una soprano en el más alto nivel
A diferencia del tradicional estreno en la noche del Gran Abono, esta Aída subió un domingo, con el elenco principal, encabezado por la figura de la soprano italiana Carmen Giannattasio. Su Aída alcanzó el mayor punto de rendimiento en el tercer acto. En Oh, patria mía se escuchó un precioso arco ligado, con el tono oscuro y de resignación justo. La soprano creó una sugestiva atmósfera de ensoñación y todas las dificultades vocales que propone la desafiante aria fueron resueltas, como en el desafío siguiente, el dúo con el padre, Ciel, mio padre! exige un cambio casi súbito en el tono expresivo.
Giannattasio también cautivó en el magnífico dúo final, gracias a la credibilidad de su interpretación la escena consiguió una desgarradora intimidad, aun con la dificultosa composición escénica de una cripta tan abierta que no transmitía ninguna sensación de encierro.
La Amneris de Daniela Barcellona fue escalofriante en el cuarto acto, lució su cauce de magnífico timbre y gran solvencia dramática desplegando todos sus sentimientos contradictorios tratando de resistir el destino trágico que ella misma provocó a su amado.
Martín Mühle cantó con fuerza y lirismo. Dio vida a un Radamés contundente en su parte guerrera y también en su lado romántico, como lo demostró con su interpretación en Se quel guerrier io fossi! y Celeste Aída, que se escuchó más como una ensoñación íntima que una una declaración de amor resonante. Mühle se destacó en el dúo final con la melodía subyugante de O terra, addio.
Fuerza y emoción. Lo que transmitió Carmen Giannattasio en la primera función de «Aída». Foto: Prensa Teatro Colón / Lucía RiveroYoungjun Park compuso un Amonasro excepcional con su buen desempeño dramático y vocal.
Por su parte, Simon Lim, Ramfis, y Fernando Radó, el Rey de Egipto, impusieron autoridad vocal sin forzamientos. Ambos proyectaron sus notas más graves sobre la masa orquestal y dieron a sus personajes momentos de gran expresividad dramática, El desempeño de Marina Silva (Sacerdotisa) y Diego Bento (Mensajero) estuvieron a la altura del resto del elenco.
La Orquesta Estable se lució bajo la batuta de Stefano Ranzani. Desde el foso, el director controló todos los planos sonoros y consiguió un logrado equilibrio entre los momentos públicos -con enormes coros patrióticos y la Marcha Triunfal- y los más privados e íntimos. El Coro, bajo la dirección de Miguel Martínez, tuvo un desempeño extraordinario.
Un párrafo aparte merece el gran profesionalismo de Carmen Giannatassio, que subió al escenario para darlo todo en la función de estreno de Aída a pesar de que por la mañana había recibido la triste noticia de la muerte de su padre. Luego de terminar la función, la soprano partió para tomar un vuelo y reunirse con su familia. Esa fue la razón de su saludo prematuro en el escenario, visiblemente emocionada, y su ausencia en la despedida final de conjunto.
Homenaje
La función de Aída estuvo dedicada a la memoria de Enrique Bordolini, maestro de la escenografía e iluminación teatral, dejó un legado valioso en el mundo de las artes escénicas.
Inició su vínculo con el Teatro Colón en 1964 como estudiante del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. Luego fue director escenotécnico y marcó hitos relacionados con la modernización y proyección técnica de los teatros más prestigiosos de América Latina y el mundo. Dejó una huella imborrable en quienes trabajaron con él.
«Aída» tuvo una puesta imponente y la participación de los Cuerpos Estables del Colón. Foto: Prensa Teatro Colón / Carlos VillamayorFicha
Aída
Calificación: Muy buena
Ópera en cuatro actos de Giuseppe Verdi con libreto de Antonio Ghislanzoni Intérpretes: Cuerpos Estables del Teatro Colón: Coro (Dirección: Miguel Martínez). Ballet (Dirección: Julio Bocca) y Orquesta Estable.
Reparto principal: Carmen Giannattasio (Aida), Daniela Barcellona (Amneris), Martin Mühle (Radamés), Youngjun Park (Amonasro), Simon Lim (Ramfis), Fernando Radó (El Rey de Egipto), Marina Silva (Sacerdotisa), Diego Bento (Mensajero) y elencos.
Concepción escénica y escenografía: Roberto Oswald Dirección de escena y diseño de vestuario: Aníbal Lápiz Dirección musical: Stefano Ranzani / Marcelo Ayub Reposición escenográfica: Christian Prego Iluminación: Rubén Conde Coreografía: Lidia Segni. Próximas funciones: 11, 12, 13, 14, 16, 18, 19, 20, 21, 22 de marzo Lugar: Teatro Colón.
