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jueves, septiembre 4, 2025

«Álamo», un grupo folclórico que crece desde la amistad y el diálogo con la tradición musical

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Por Agustina Riera
El apartamento donde ensaya Álamo es amplio y luminoso, con plantas en distintos rincones y un sillón naranja que domina el living. Sobre la mesa, guitarras descansan listas para el próximo acorde. Florencia Nova, Juan Pedro Abella y Felipe Esquibel conversan entre mates y té, en un clima distendido que alterna entre risas, recuerdos y fragmentos de canciones que retoman sin problema si algo se interrumpe. Así es Álamo: un grupo de jóvenes músicos donde la amistad, el folclore rioplatense y la búsqueda de una identidad propia se entrelazan en cada presentación.

Felipe Esquibel llegó al grupo casi sin planearlo. Primero fue un toque, después otro… y cuando quiso acordar, ya formaba parte estable. Con formación en coro y experiencia en murga, carnaval y guitarra, encontró en Álamo un espacio para aportar su voz, su guitarrón y algunas composiciones propias.

Juan Pedro “Juanpe” Abella comenzó a tocar por casualidad, con una guitarra olvidada en la casa de su madre. Estudió guitarra clásica durante ocho años y exploró otros géneros como reggae y jazz. Desde el año pasado vive exclusivamente de la música y en Álamo aporta guitarra con cuerdas de nylon y arreglos.

Florencia Nova empezó a los siete años con la guitarra de su bisabuelo. Su interés por la música creció viendo a su tío payador actuar en reuniones familiares. Canta, compone y estudia Profesorado de Música, además de trabajar en adscripción. En Álamo combina su voz y su presencia escénica con la creación de nuevo repertorio.

En cada ensayo o presentación, la dinámica entre los tres se da de forma natural: comparten ideas, ajustan detalles y se complementan en escena. Reunidos por Sábado Show cuentan la historia de este grupo de tres jóvenes reunidos por un género con enorme tradición regional.

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«Álamo» en la Sala Zitarrosa en 2024.

¿Por qué Álamo?

El nombre no fue casual. Surgió como una manera de condensar en una palabra la identidad del grupo. El álamo, como árbol, tiene raíces firmes y crece alto, adaptándose al entorno sin perder su esencia. Esa imagen de sostenerse en lo tradicional -las raíces- y, al mismo tiempo, proyectarse hacia arriba, se convirtió en una metáfora natural de lo que buscan con su música: tomar el folclore como base y expandirlo hacia nuevas sonoridades y públicos.

“Sobre todo creo que por la figura del árbol y por lo que representa… a nivel de expandirse, creo que eso nos representa a todos en el grupo”, explicó Florencia. Querían que fuera un árbol autóctono, con la fuerza de estar enraizado en la tierra y la capacidad de expandirse, alcanzando todo a su alrededor. “Siempre me llamó la atención… como algo que está enraizado, pero que siempre busca expandirse”, agregó.

La metáfora es clara: sostenerse en lo que los conecta con la tradición y, desde allí, crecer hacia nuevos horizontes musicales.

Para Álamo, el folclore es mucho más que un género musical: es un reflejo vivo de la cultura y las tradiciones. “Folclore significa saber del pueblo”, explicó uno de los integrantes, recordando que no se trata únicamente del campo o de un paisaje rural, sino de algo que está presente tanto en la ciudad como en el interior. En su caso, se reconocen dentro del folclore rioplatense, influenciado por la región del Río de la Plata y sus géneros como la milonga y la zamba, pero abiertos a fusionar y adaptarlo a nuevos públicos.

También destacaron que, en países como Argentina, el folclore se vive como patrimonio cultural de manera más intensa, mientras que en Uruguay la fuerza patrimonial recae muchas veces en el candombe. Sin embargo, aquí también existe una diversidad de estilos regionales -desde el norte con sus chamarritas hasta los ritmos serranos- que demuestran que el folclore es un lenguaje amplio, que trasciende un solo formato musical.

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¿Por qué folclore? Para Juanpe, la respuesta está en el peso emocional que tienen las canciones. “Hay mucho contenido, muchas historias detrás de ciertas letras, de ciertas tradiciones, que son fuertes, que te llaman y que muchas veces te atraviesan”, contó. Le ha pasado que al terminar un show, alguien se le acerque, emocionado, a agradecer porque esa canción la escuchaba de niño, en la radio o en un viejo cassette familiar. “Eso no es al azar, hay mucha poesía y mucho contenido atrás de estas músicas”, agregó.

Florencia, que transitó por varios géneros como la cumbia, coincide: el folclore le ofrece algo más profundo. “Es como decía Juanpe, ese conectar. Fue mi primer acercamiento, y aunque puedo cantar cualquier cosa y divertirme, en el folclore siento que estoy trascendiendo a nivel alma”, explicó, recordando cómo incluso fuera del escenario se vincula con el género, en rituales sencillos como escuchar música un domingo y cebar un mate.

Felipe, en cambio, llegó al folclore por caminos más indirectos. Su puerta de entrada fue la murga, a través del canto colectivo y coral. “En la murga está toda la música, de todos los géneros, y eso me llevó a descubrir repertorios diversos”, contó. El acercamiento más consciente al folclore vino después, como parte de un proceso de exploración que sigue en marcha: “Estamos en medio de una investigación, seleccionando canciones, viendo cómo arreglarlas. Es una búsqueda constante y bastante nueva para nosotros como grupo”.

La autogestión como clave

Álamo se mueve entre dos caminos creativos: la interpretación de canciones propias e inéditas, y la relectura de clásicos del repertorio folclórico. Esa dualidad es parte de su búsqueda de identidad, un proceso que los impulsa a proyectar un futuro donde puedan grabar su propio disco y presentarlo en una sala, con todo lo que eso implica: iluminación, guión y un público que asista exclusivamente a escucharlos.

Como grupo emergente, saben que el camino no siempre es fácil. La mayoría de sus presentaciones son fruto de la autogestión, desde bares con pequeñas salas hasta ciclos y convocatorias que les han abierto puertas a espacios como la Sala Zitarrosa o la Criolla del Prado. “No es común que un grupo emergente sea contratado para un festival grande, pero eso no nos detiene”, comentan, con esa mezcla de realismo y entusiasmo que los caracteriza.

Pero si hay algo que define a Álamo, más allá de su propuesta musical, es la complicidad que se respira entre ellos. No es una química forzada: es el resultado de la amistad, de compartir horas de ensayo, viajes y escenarios. Arriba, esa conexión se traduce en miradas cómplices, en sonrisas que aparecen en medio de una canción, en gestos mínimos que dicen “estamos juntos en esto”. El público lo percibe. “Somos amigos, para mí son mis hermanos -cuenta uno de ellos-, y esa confianza se nota. Nos conocemos, sabemos cuándo el otro necesita un empujón o cuándo dejarlo brillar”.

Esa dinámica también les permite sostener la energía en cada presentación. “Incluso si hay una canción más nostálgica, lo que queremos transmitir es alegría, la misma que sentimos al estar ahí tocando juntos”, explican. Hay un compromiso implícito: si uno llega con poca energía, el resto la empuja para arriba. No se trata solo de tocar bien, sino de compartir algo genuino con el público, algo que va más allá de la música.

Su motor es compartir y fomentar el intercambio con otros artistas. Han participado en ciclos que les han permitido conocer colegas, sumar repertorio y abrirse a nuevos públicos. Al mismo tiempo, tienen claro que visibilizar la música local es una parte central de su camino. “Atrás de los grandes nombres hay un millón de grupos que la remamos en dulce de leche para llenar una sala chica. Por eso es fundamental que la gente se acerque, escuche y apoye”, subrayan.

Si de algo están seguros, es que su música tiene que dejar una huella en quien la escucha. “Queremos que quien lea esta nota se quede con ganas de escucharnos. Que sienta curiosidad, que nos busque, que se dé la oportunidad de descubrir que hay música local que vale tanto como cualquier cosa que venga de afuera”, afirman. Y en ese deseo hay algo más que ambición: hay una convicción profunda de que la cultura se construye también desde esos escenarios pequeños, desde esas canciones que nacen entre amigos y terminan siendo parte de la banda sonora de quien las escucha.

Redacción

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