
Cuadernos del GESCAL. Año 1, No 1, Agosto de 2013 Algunas reflexiones sobre la historiografía actual de América Latina Ernesto Bohoslavsky Universidad Nacional de General Sarmiento, Argentina Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
Leandro A. Morgenfeld
Relaciones Internacionales Vol 32 –Nº 65/2023 2. Antecedente inmediato: Estados Unidos y la dictadura argentina, de Carter a Reagan
Durante la presidencia del demócrata James Carter (1977-1981), uno de los ejes de su política exterior fue denunciar el no respeto de los derechos humanos en determinados países. Claro que había al menos una doble vara. Mientras se sancionaba la violación de los mismos en Argentina, no se hacía lo propio con la dictadura de Augusto Pinochet en Chile, ni había una condena al Plan Cóndor, impulsado por la propia CIA. Como consecuencia de este rasgo de la política exterior de su Administración, la relación con los militares argentinos atravesó distintas fricciones.
El sustento material de los roces bilaterales debe comprenderse a la luz del nuevo triángulo económico con Estados Unidos y la Unión Soviética. El primer país era el abastecedor principal de las importaciones argentinas y sostenía financieramente el espiral de endeudamiento requerido por la política de dólar barato y la tablita de Martínez de Hoz. La Unión Soviética y los países de Europa del Este, por su parte, fueron el destino privilegiado de los cereales y las carnes argentinas. Este sorprendente vínculo con Moscú y sus satélites, que se remontaba a la etapa de Lanusse, no hizo sino profundizarse desde 1979, cuando tras la invasión soviética a Afganistán, Estados Unidos lanzó un embargo comercial contra su rival. La guerra fría registraba una nueva escalada, y el tándem Videla-Viola la aprove-
chaba para favorecer a la reprimarización de la economía alentada por los grandes productores agropecuarios.
La negativa argentina a participar en el embargo contra la Unión Soviética, sumada a las acusaciones por violación de los derechos humanos y a la negativa a apoyar la política de Washington de no proliferación nuclear en América Latina tensaron las relaciones con la Casa Blanca. Carter ejerció presión sobre Videla de distintas formas: no vendiendo armamentos, limitando la provisión de bienes estratégicos e impulsando una misión de la OEA que llegó al país a recoger acusaciones sobre el terrorismo de Estado. Hubo una negociación entre el gobierno argentino y el Departamento de Estado para aceptar la llegada de esta misión a cambio de que no realizara un informe demasiado duro contra la Junta Militar encabezada por Videla. Sin embargo, el informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) dejó muy mal parado al gobierno e incrementó las presiones externas e internas. De todas formas, la gran banca privada, liderada por David Rockefeller, siguió financiando a la Junta, y lo propio ocurrió con el Tesoro estadounidense. De esta forma, continuaron fluyendo los créditos hacia Argentina. Los contactos de Martínez de Hoz con el gran capital estadounidense, entonces, limitaron las sanciones esbozadas por Carter. Además, en 1979 triunfó en Nicaragua la Revolución Sandinista, con lo cual Washington incrementó la
política dura de combate contra el comunismo en América. En consecuencia, se fortalecieron las críticas estadounidenses al énfasis de Carter en el tema de las violaciones de los derechos humanos por parte de las dictaduras aliadas.
En enero de 1981 hubo un nuevo cambio de signo en la Casa Blanca. La asunción del republicano Ronald Reagan (1981-1989) reencauzó la relación bilateral. Planteó una nueva estrategia para contener al comunismo y al “imperio del mal”, o sea la Unión Soviética. El respeto o no de los derechos humanos, en esta flamante concepción, pasaba a ser totalmente secundario. Había que reforzar los vínculos con los gobiernos militares de la región, entre ellos el de Alfonsín y Reagan: diferencias políticas y necesidades económicas DOSSIER: La Politica Exterior Argentina en 40 años de democracia Videla-Viola. Para el Departamento de Estado, la crisis en América Central era la principal preo-
cupación en las relaciones interamericanas, fundamentalmente después del triunfo sandinista en 1979. La CIA comenzó a trabajar en secreto con las fuerzas armadas argentinas en operaciones en Nicaragua. El apoyo a los “contras”, por parte de los militares argentinos, se intensificó desde la llegada al poder de Galtieri (1981). La dictadura local pasaba a ser una aliada clave de Washington en la lucha contrarrevolucionaria en toda América.
Tras la vuelta a la Casa Blanca de los republicanos, estos criticaron el supuesto oprobio al que Carter había sometido a la Junta Militar argentina. Durante el gobierno de Reagan el tema de los derechos humanos volvería al terreno de la quiet diplomacy que había cultivado Henry Kissinger: las “observaciones” sobre esta temática sensible debían plantearse a través de canales reservados, no públicos. Dos meses después de asumir, Reagan anunció planes para convencer a los legisladores de derogar la prohibición de vender armamentos y suplementos militares a la Argentina, y en julio se terminó con la política de votar en contra de los créditos solicitados por la Casa Rosada en las instituciones financieras internacionales, basada en el tema de los derechos humanos.
Desde el año 1980 Argentina se involucró más en los conflictos del continente. Colaboró con el golpe de Estado de Luis García Meza en Bolivia, participó en la lucha antisandinista en Nicaragua y profundizó los operativos en el marco del Plan Cóndor (coordinación entre las dictaduras latinoamericanas y la CIA para la persecución y el exterminio de miles de dirigentes políticos y sociales). En los seis meses que Galtieri ocupó la Casa Rosada, la relación con Washington atravesó dos etapas. La primera, desde diciembre de 1981 hasta el 2 de abril de 1982, se caracterizó por una fuerte cooperación bilateral y una acción conjunta en la lucha contra las fuerzas revolucionarias en América Central. La estrategia del canciller Nicanor Costa Méndez fue mostrar la sintonía entre la adscripción occidental y anticomunista de su jefe y la orientación conservadora de Reagan. La mejora en las relaciones con la Casa Blanca, en función de las necesidades estratégicas del Departamento de Estado, llevó erróneamente a creer que estas afinidades podrían ayudar al gobierno militar para buscar una solución diplomática una vez que se recuperaron por la fuerza las Islas Malvinas.
Las pretensiones de Galtieri chocaron contra la histórica alianza Washington-Londres. La OTAN, y no el TIAR, fue la esperable elección de Estados Unidos. Galtieri no pudo contar con el apoyo de Reagan, quien intentó disuadirlo el 1 de abril para que no ocupara las Malvinas, y debió sobreactuar una política tercermundista, que no hizo sino profundizar las tensiones con Washington, hasta el final de la guerra y su renuncia, en junio de 1982. El estallido del
conflicto bélico con Gran Bretaña cerró la etapa de acercamiento bilateral iniciada a principios de los años ochenta2.
El período de Reynaldo Bignone (1982-1983) y la transición hasta el final de la dictadura dieron lugar a una distensión en el vínculo bilateral. La Junta, debilitada militar, económica y políticamente, debió bajar el perfil de su política exterior. Reagan, por su parte, adoptó una actitud de cautela ya que intentaba mejorar la relación con América Latina, de2 Para la versión oficial, véase la entrevista al canciller Nicanor Costa Méndez, realizada en 1988 (Rapoport, 2016: 491-510). Para el análisis del conflicto, véase, entre otros, Cardoso, Kirchbaum y Van Der Kooy (1984).
https://ri.conicet.gov.ar/bitstream/handle/11336/3742/reflexiones%20America%20Latina.pdf