
Alim Aliyev lleva en su historia personal las huellas de un siglo de represión soviética y rusa. Nacido hace 37 años en Uzbekistán, donde su familia tártara de Crimea había sido deportada en 1944 —en una operación que Ucrania considera un genocidio—, este periodista de formación y activista de derechos humanos ocupa desde 2020 el cargo de subdirector general del Instituto Ucraniano, la institución creada por Kiev en 2017 para proyectar su cultura en el mundo.
Durante su visita esta semana en Buenos Aires como parte de la estrategia para afianzar la presencia ucraniana en América Latina, Aliyev desgranó los pilares de su filosofía: la cultura como herramienta de resistencia. Su perspectiva única —la de un tártaro de Crimea que defiende la integridad de Ucrania— le permite entender la guerra actual como un episodio más de un proceso colonizador que comenzó hace tres siglos.
“Esta guerra no es sobre territorios. Ni siquiera es entre Ucrania y Rusia. Es una guerra entre dos sistemas —el democrático y el autocrático— y, en última instancia, entre el pasado y el futuro”, explica a Infobae. Una pugna que para los tártaros de Crimea, cuya situación bajo la ocupación rusa también aborda, trasciende lo político: “No es una cuestión de sentimientos o de razones políticas. Es una cuestión existencial”, sentencia.
—¿Cuál es la misión del Instituto Ucraniano y cómo funciona la diplomacia cultural en tiempos de guerra?
—Somos una institución “post-Maidán”, fundada después de la Revolución de la Dignidad [las protestas pro UE que culminaron con la destitución del presidente Viktor Yanukovich]. Dependemos del Ministerio de Exteriores y funcionamos como los principales institutos culturales a nivel internacional. Nuestra misión es acercar Ucrania a diferentes países y construir puentes entre sociedades. Porque la confianza se construye cuando entiendes mejor al otro, cuando tienes comunicación. Por eso realizamos colaboraciones entre artistas, universidades, centros de pensamiento. No solo presentamos la cultura ucraniana, sino que creamos proyectos que representen dos culturas, como hicimos con la colaboración entre [el cuarteto ucraniano] DakhaBrakha y [el acordeonista de chamamé argentino] Chango Spasiuk aquí en Buenos Aires.
—¿Por qué América Latina es importante en su estrategia?
—Seré honesto: como Ucrania, no nos habíamos comunicado sistemáticamente con América Latina durante los últimos 30 años. Después de la invasión a gran escala, entendimos que necesitábamos tener nuestra propia voz en estos países. Sobre nosotros hablaba Rusia, explicaban Ucrania a través de mirada rusa. Geográficamente estamos muy lejos, pero cuando empezamos a cooperar, vemos muchas cosas en común: desde el comportamiento humano hasta perspectivas culturales. La gente en América Latina es muy abierta y emocional, se parece mucho a nosotros.

—¿Cómo compiten con la fuerza del poder blando ruso, que tiene décadas de presencia y muchos más recursos?
—No podemos competir porque Rusia tiene mucho dinero, propaganda y desinformación. Por eso nosotros construimos nuestras relaciones sobre valores. Nunca construiremos relaciones con regímenes autocráticos, nunca basadas en mentiras y desinformación. Comenzamos a encontrar socios locales y trabajamos en dos direcciones: no solo nos representamos a nosotros, sino que buscamos entender mejor las sociedades con las que trabajamos. No es un camino rápido, es una perspectiva a medio y largo plazo, pero se trata de construir confianza.
—Qué relación existe entre cultura y seguridad nacional en el contexto de la guerra?
—Es importante entender que esta guerra no es sobre territorios. Ni siquiera es entre Ucrania y Rusia. Esta es una guerra entre dos sistemas: democrático y autocrático. Pero también es una guerra entre el pasado y el futuro. Para Rusia, la identidad ucraniana es uno de los principales desencadenantes de esta guerra porque Putin y la élite rusa dicen que Ucrania como nación no existe, que el idioma ucraniano es parte del ruso. La cultura es parte fundamental de la seguridad nacional porque si preservamos nuestra identidad, podremos existir como sociedad ucraniana.
—¿Putin está intentando borrar la identidad ucraniana?
—Sí. Soy miembro de PEN Club Ucrania y hacemos viajes voluntarios al frente. Una cosa importante que hacemos es llevar libros en ucraniano, porque cuando los rusos llegan a una ciudad, queman los libros en ucraniano. ¿Por qué? Porque es un imperio que trata de recuperar su antigua colonia. En el imperio ruso debes tener solo un idioma principal: el ruso. Si tienes artistas brillantes, lo llamarán “artista ruso”, como hicieron con [el pintor] Kazimir Malevich. Es apropiación cultural.
—¿Percibe fatiga en la opinión pública internacional hacia la guerra? ¿Cómo mantienen el interés en medio de tantas otras crisis?
—Lo primero es no victimizarnos. No somos víctimas, somos luchadores. Si eres una víctima, otras sociedades te compadecen y te conviertes en un objeto de esta guerra. Para nosotros es fundamental ser sujetos de esta guerra. Rusia no acepta a Ucrania como sujeto; prefiere que seamos un objeto. Por eso tratamos de explicar Ucrania de diferentes maneras, no solo en las relaciones internacionales. Respondemos a una pregunta muy fácil pero, por otro lado, muy difícil: ¿quiénes somos?. Además, muchas crisis actuales son resultado de la invasión rusa: la interferencia en elecciones europeas, por ejemplo. Si observamos el patrón de Moscú —Georgia en 2008, Transnistria en Moldavia—, veremos una línea constante: un cerco de puntos de conflicto y ocupación. La estrategia es apropiarse de tu cultura e historia, o destruirlas.
—Como tártaro de Crimea nacido en el exilio, ¿cómo vive esta doble identidad?
—Yo no soy ucraniano étnico, soy tártaro de Crimea, pueblo indígena de Ucrania, pero políticamente soy ciudadano ucraniano. Nunca he tenido conflicto interno con estas identidades. Nací en Uzbekistán por el genocidio soviético de 1944. Cuando regresamos a Crimea, toda la vida política tártara giraba alrededor del Mejilis y del Qurultai, nuestras instituciones representativas. Pero políticamente, en cada etapa de la independencia ucraniana, los tártaros de Crimea apoyamos el movimiento democrático nacional. Era tradición cooperar con disidentes ucranianos desde los tiempos soviéticos.
—¿Qué está ocurriendo con los tártaros de Crimea después de la anexión de la península en 2014?
—Tengo amigos en prisión, como [el defensor de los derechos humanos] Serwer Mustafayev. No es solo ocupación, es recolonización. Antes de la primera colonización rusa en 1783, el 95% de la población crimea éramos tártaros. Ahora somos el 15%. Hubo una segunda colonización soviética, y ahora tenemos esta tercera. Se trata de militarizar las conciencias, no solo la península. El Mejilis [el máximo órgano ejecutivo tártaro] está prohibido como “organización extremista”. Los medios independientes están prohibidos. Durante estos 11 años, 70.000-80.000 habitantes dejaron Crimea, pero llegaron 800.000 nuevos colonos rusos y de otros territorios ocupados de Ucrania.

—¿El idioma tártaro sobrevive bajo ocupación?
—En las escuelas lo puedes estudiar después de las 15:00 horas. Imagina a un niño que quiere aprender su lengua materna solo después del horario escolar: es prácticamente imposible. Por eso los tártaros organizamos escuelas en casa, como en tiempos soviéticos. Nuestro idioma está en la lista de la UNESCO como lengua en peligro de extinción.
—¿Los tártaros están huyendo o resistiendo?
—Para nosotros, una de las principales cuestiones es permanecer en Crimea, porque es uno de nuestros traumas históricos: Rusia siempre trata de hacernos huir. En tártaro de Crimea tenemos una frase: quedarse y vivir en Crimea si es posible para ti y tu familia. Muchos de mis familiares y amigos permanecen allí, viviendo en una realidad paralela. Si dijera que no tenemos colaboradores, mentiría, pero es cerca del 1% de la población tártara. Somos una sociedad tradicional donde la opinión pública es valiosa. Significa que si en tu comunidad la regla no escrita es que apoyamos a Ucrania y estamos esperando el fin de la ocupación, eso se convierte en el principio que hay que seguir.
—¿Confían en recuperar Crimea?
—Tengo 37 años. Cuando Crimea fue ocupada tenía 25. He dedicado esta parte de mi vida a luchar por Crimea. Para los tártaros de Crimea es una cuestión de existencia. No creo que podamos existir como nación en el marco ruso. Perderíamos nuestra identidad y nos convertiríamos en población rusa ordinaria. Solo hay una manera: los tártaros de Crimea pueden desarrollar su instituciones, identidad y nación solo en una Ucrania democrática.
La proyección de Ucrania en América Latina, una región donde la narrativa rusa ha predominado durante décadas, se basa en una diplomacia cultural que prioriza la autenticidad por sobre la propaganda. “Nuestra estrategia no es competir con la desinformación rusa, sino construir confianza a largo plazo a través de valores y colaboraciones genuinas”, explica Alim Aliyev durante la conversación con Infobae.
El plan se articula en varios frentes. El más inmediato es la cultura: “El valor principal no es solo traer artistas ucranios, sino crear proyectos conjuntos, como el de DakhaBrakha con Los Changos. De esa fusión nace algo nuevo que es comprensible para ambas sociedades”, destaca Aliyev. El objetivo es que el ciudadano local, no solo la diáspora, pueda acercarse a Ucrania.
A mediano plazo, la clave está en la academia. “En el mundo, los estudios eslavos solían ser estudios rusos. Ahora es vital que se estudie a Ucrania por sí misma”, afirma. Para ello, impulsan la Coalición Global de Estudios Ucranianos y acaban de lanzar un curso online en español sobre la plataforma Udemy. “Es crucial hablar en el idioma de la gente del lugar”, insiste.
¿La meta final? Tener una sede física en la región. “Es un deseo, pero hoy es una cuestión de recursos. Mientras tanto, trabajamos con instituciones locales sólidas, como la Usina del Arte de Buenos Aires, que han sido muy receptivas”, concluye Aliyev, convencido de que el camino para contrarrestar la influencia rusa es la paciencia y la construcción de puentes reales.