A la casa de Lorenzo Castillo en el centro de Madrid se accede a través de un frontón de hierro que conduce a un patio donde Tana, una perrita adoptada, recibe con muchos aspavientos al intruso. Nada anuncia lo que hay una vez que se sube por la escalera señorial a la primera planta. El diseñador ha sabido dosificar la experiencia de recibir en su casa, una de las siete que ha comprado en los últimos años, y quizá la más querida, donde ha desplegado toda su sabiduría de artista, historiador y anticuario.
]]>





