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miércoles, marzo 5, 2025

América Latina como testigo del fin de la hegemonía unipolar

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Por Zhang Lubo, especial para DangDai. Un mes posterior al retorno de Donald Trump a la Casa Blanca se manifestó un caos de dimensiones globales, evidenciando cómo la transición presidencial y los ajustes en las políticas de un único Estado pueden causar tal devastación.

Esta capacidad destructiva se fundamenta en el denominado “orden internacional” instaurado tras la Segunda Guerra Mundial por un reducido grupo de naciones, el cual relegó los intereses globales en favor de objetivos particulares.

Esta configuración, que puede definirse como un “orden internacional defectuoso”, fue concebida por Estados Unidos y se sustenta en la ya imperfecta teoría de la “Estabilidad Hegemónica”. Dicho paradigma indujo al mundo de Occidente a perseguir intereses globales subordinados a un sistema hegemónico de carácter unilateral, lo que conllevó a la fragmentación del derecho a la autodeterminación de los pueblos, al desarrollo global y a los intereses comunes de la humanidad.

En el caso específico de los países de América Latina, cuya proximidad geográfica intensifica su exposición a tales dinámicas, la lógica de la hegemonía unilateral no solo les priva de autonomía y de la posibilidad de alcanzar un desarrollo sostenible, sino que también los obliga a subsistir en medio de las fracturas derivadas de la “dependencia” y la “resistencia”. Este escenario propicia el surgimiento de una clase política caracterizada por un egoísmo deformado y una ecología política oportunista, lo que ha agudizado tanto la injusticia social como el desequilibrio estructural en la región.

I. La trampa de la hegemonía unilateralismo y los defectos inherentes del llamado Orden Internacional desde la postguerra

En el contexto de los escombros dejados por la Segunda Guerra Mundial en 1945, EEUU., adoptando una postura de salvador, procedió a erigir un “orden internacional” que, como una semilla deformada enterrada en tierras devastadas, prometía fomentar la paz a través de reglas y promover el desarrollo mediante instituciones internacional. No obstante, lo que en última instancia ha logrado es la instauración de un sistema caracterizado por una jerarquía más bien feudal, que consolida la distribución del poder mundial y provee la base legítima para la hegemonía unilateralismo.

La “teoría de la estabilidad hegemónica”, inicialmente un modelo simplificado propuesto por Robert Gilpin y otros, fundamentado en la historia particular de Occidente, no obstante fue reinterpretada dentro de la narrativa política  hegemónica, transformándose en un modelo que ignora las condiciones subyacentes, teje supuestos idealizados y reconfigura de manera natural la narrativa histórica. En la Conferencia de Bretton Woods, cuando Harry Dexter White, el representante del imperio capitalista, prevalecieron sobre John M. Keynes y consolidaron la hegemonía del dólar, ya se hizo evidente la esencia del deseo de Estados Unidos de dominar el mundo a través de la hegemonía unilateral, es decir, institucionalizando dicha hegemonía mediante las “reglas”.

Este “orden mundial defectuoso” permitió que los países desarrollados, que representan solo el 15% de la población mundial, consumieran el 60% de la energía y el 50% de los recursos minerales, mientras imponían a los países en vía de desarrollo la obligación de asumir las mismas responsabilidades en la reducción de emisiones. Así, la Corte Internacional de Justicia podía juzgar a los caudillos militares congoleños, pero hacía la vista gorda ante las torturas en la prisión de Guantánamo; el mecanismo de resolución de disputas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) podía sancionar los subsidios a la exportación de banano de Ecuador, pero otorgaba indulgencia a las políticas agrícolas proteccionistas de Estados Unidos.

El dólar, como moneda mundial de facto, y las decisiones de política monetaria de la Reserva Federal tienen un impacto directo en la estabilidad de los mercados financieros globales. Cuando la potencia estadounidense implementa un ajuste monetario o eleva las tasas de interés, puede drenar instantáneamente la liquidez de capital en la mayoría de los países en desarrollo; sin embargo, el país norteamericano no presta nada atención por estas consecuencias económicas, e incluso continúa implementando políticas económicas más severas.

Las multinacionales, respaldadas por Washington, utilizan el “mecanismo de solución de controversias entre inversores y Estados” (ISDS, por sus siglas en inglés) para anular con facilidad las políticas ecológicas y económicas de los países soberanos. Este poder del “Leviatán capitalista” resulta ser incluso más formidable que el de la histórica Compañía de las Indias Orientales.

Bajo el orden internacional unilateral y hegemónico, la situación de los países latinoamericanos se configura como un claro reflejo de la desigualdad global. El “Monroísmo”, este engendro, es en realidad la profunda intervención del gobierno de EE.UU. en los asuntos internos, la diplomacia y el desarrollo social y económico de las naciones de la región, aprovechando su influencia económica, militar y cultural. Ello ha llevado a los países de la región a luchar entre las dinámicas de “dependencia” y “resistencia”, generando una serie de fenómenos políticos y económicos complicados y distorsionados. Como consecuencia, América Latina ha perdido durante largo tiempo su capacidad de autodeterminación nacional, enfrentando una grave injusticia social y un desequilibrio estructural.

II. América Latina: Un reflejo del mundo unilateralismo hegemónico

En América Latina, la dependencia de la hegemonía estadounidense puede brindar, a corto plazo, garantías de seguridad, apoyo económico o asilo político. Sin embargo, este tipo de dependencia, que proporciona beneficios inmediatos, tiene como contraprestación una excesiva subordinación al mercado y al capital procedentes de la superpotencia, lo cual restringe el desarrollo socioeconómico a largo plazo de los países. En aquellos Estados que intentan desafiar dicha hegemonía, se han registrado numerosos ejemplos de inestabilidad política, sanciones económicas e incluso revoluciones de colores. La hegemonía estadounidense ejerce control sobre los “seguidores” a través de diversos mecanismos, mientras que acosa y reprime a los “países desobedientes” con el propósito de disuadir a otros y preservar su posición hegemónica.

Este entorno del dilema ha dado lugar a una gran cantidad de políticos oportunistas. Algunos de estos actores no carecen necesariamente de capacidad o conocimiento, sino que optan por alinearse con intereses políticos, económicos y diplomáticos de corto plazo, dejando de lado el desarrollo estratégico a largo plazo del país. La confrontación entre ellos y estadistas políticos ha generado una situación política caracterizada por la incoherencia en las políticas, e incluso por un vaivén en el ámbito institucional, lo que ha distorsionado las trayectorias del desarrollo social y económico. En bastantes ocasiones, dirigentes que prometen reformas económicas durante las campañas electorales incumplen sus compromisos una vez en el poder, ya sea por presiones externas o por intereses particulares, lo que provoca inestabilidad en las políticas y estancamiento en el progreso económico.

Simultáneamente, el modelo neoliberal diseñado y promovido por economistas estadounidenses se ha constituido en un caldo de cultivo para la injusticia social en los países iberoamericanos. La privatización y la apertura total de los mercados no han traído la prosperidad esperada; por el contrario, han fortalecido a los sectores más poderosos, concentrando la riqueza y los recursos en unas pocas élites, mientras que las inversiones en bienestar social y en servicios públicos han disminuido. Como resultado, la brecha entre ricos y pobres se ha ampliado y las condiciones de vida de los sectores de menores ingresos se han deteriorado.

Adicionalmente, al ejercer control sobre las “cadenas de valor globales” y sobre el sistema financiero capitalista, la administración norteamericana ha mantenido a las economías latinoamericanas atrapadas en la parte inferior de la producción global, obligándolos a depender de la exportación de productos primarios. Esta situación ha dado origen a la denominada “maldición de los recursos” y a una grave división entre ricos y pobres. Mientras tanto, mediante el accionar de las multinacionales, el gobierno de Washington ha obtenido importantes beneficios y ha consolidado aún más su influencia en América del Sur.

Finalmente, la expansión desordenada e inequitativa del capital ha llevado a que los países latinoamericanos, así como a numerosos países en desarrollo, cedan su soberanía económica y sus recursos territoriales en aras de preservar lo que se denomina “soberanía política” y lo que resta de su dignidad. Esta dinámica ha dado lugar a la numerosos “Estados soberanos incompletos”, cuyas economías son frágiles y altamente dependen de factores externos. Ante las fluctuaciones en los precios de las materias primas, estas economías resultan incapaces de absorber el impacto, lo que se traduce en desempleo masivo, disturbios sociales e incluso cambios de régimen. La injusticia social y la dependencia política conforman un ciclo vicioso que origina un sistema cerrado de “pobreza – inestabilidad – intervención”.

En el marco de una respuesta pasiva frente al unilateralismo hegemónico, la corrupción política en países latinoamericanos se ha normalizado e incluso institucionalizado, convirtiéndose en algo común el hecho de que los actores políticos se involucren en la esfera pública motivados por el deseo de poder y riqueza. Entre la corrupción y la dependencia se ha instaurado un ciclo de intercambio de intereses, en el cual dicha superpotencia ha ejercido una influencia e intervencionista integral, que abarca desde el apoyo a las élites y partidos políticos alineados con sus intereses hasta la difusión de sus ideas económicas y políticas a través de la educación y la academia. Dichos políticos oportunistas han consolidado su poder mediante la cooperación con fuerzas externas, dando origen a una nueva clase de actores corruptos que conciben los recursos nacionales como herramientas para beneficio personal, impulsando políticas económicas de corto plazo y de naturaleza especulativa. En consecuencia, la población en general se ha convertido en la principal víctima de esta injusticia estructural, mientras que la pobreza y la desigualdad continúan agravándose.

Este dilema en América Latina constituye un reflejo concreto de la erosión del derecho de autodeterminación y del despojo de la equidad internacional en el marco de un sistema hegemónico unilateral. El ciclo anteriormente descrito no solo ha creado la una ecología política oportunista, sino que también ha sumido a los pueblos latinoamericanos en un abismo de falsedad e injusticia social. Para superar esta situación, ha sido imperativo que los países de la región busquen una cooperación multilateral genuina, rescatando su derecho a la autodeterminación a través del desarrollo autónomo y el fortalecimiento de la cooperación regional.

Actualmente, un número creciente de países rechaza de manera contundente la idea de verse forzados a tomar partido en la disputa entre China o EE.UU., o más bien, la de elegir entre EE.UU. o nadie. Esta sabiduría refleja una creciente oposición al unilateralismo hegemónico y un impulso hacia la instauración de un orden global más justo e inclusivo. Este movimiento resulta fundamental no solo para la independencia y el desarrollo de América Latina, sino también para la configuración de una reflexión colectiva y un esfuerzo por trascender la lógica del unilateralismo hegemónico a nivel global.

III. La “ansiedad de control” de Estados Unidos y el fin de la lógica de la hegemonía unilateralismo

El núcleo de la lógica de la hegemonía unilateral de Washington se fundamenta en la búsqueda de un “privilegio de hacer poco y obtener mucho”, lo que evidencia una conducta autoritaria. En efecto, aspira a la dominación del orden económico y de seguridad global con el fin de consolidar su ventaja y protagonismo, sin asumir las correspondientes responsabilidades globales verdaderas. En este sistema, la soberanía económica de las naciones del Sur Global, América Latina incluida, ha sido sustancialmente vulnerada. Desde la “Doctrina Monroe” hasta los discursos contemporáneos sobre “democracia” y “derechos humanos”, la hegemonía estadounidense, orientada a preservar un orden que favorece intereses particulares, despoja a los países latinoamericanos y a otras naciones en desarrollo de su autonomía y del espacio necesario para su desarrollo.

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, y de forma aún más marcada durante la Guerra Fría, EE.UU. intensificó su intervención en los asuntos de América Latina, utilizando dobles estándares para desacreditar tanto los gobiernos como los modelos de desarrollo económico regionales. Esta estrategia permitió la consolidación de su hegemonía sobre lo que se denomina la “autoridad moral”. Bajo el pretexto de garantizar una “seguridad absoluta”, reprimía aquellos regímenes identificados como “pro-soviéticos” o de izquierda, imponiendo incluso sanciones económicas y ejerciendo una intervención directa en las decisiones soberanas, lo cual facilitó el control sobre los discursos y sistemas políticos e institucionales de la región.

El mecanismo en cuestión ha conducido a la sistemática privación del derecho de otros países a formular políticas económicas autónomas, forzándolos a sacrificar parte de su soberanía en aras de preservar los beneficios derivados de la hegemonía estadounidense, hasta que los intereses del capital prevalecen sobre la soberanía nacional. Un ejemplo paradigmático se observa en cómo, a través de la hegemonía del dólar, el país norteamericano transfiere de forma irrestricta los riesgos a la inflación global, mientras ignora las consecuencias para los países latinoamericanos, tales como la depreciación de sus monedas, la fuga de capitales y las crisis económicas derivadas de las políticas de incremento de tasas de interés de la Reserva Federal.

En este proceso, otras naciones han enfrentado recurrentes crisis económicas y de endeudamiento, ejemplificadas en los casos de México y Argentina, las cuales han estado bajo la influencia de las fluctuaciones en las tasas de interés del dólar, pero con casi nula capacidad para hacer oír su voz. Otro caso ilustrativo es el impacto de la pandemia de COVID-19, cuando la Reserva Federal, en su intento de “reducir el balance” mediante incrementos significativos en las tasas de interés, ha provocado una crisis de liquidez capital a escala global. En este contexto, se evidenció una pronunciada devaluación del peso argentino y una inflación que alcanzó niveles de tres dígitos, mientras la opinión pública, influenciada por algunos medios, dirigió su frustración sobre el gobierno propio castigándolo con “votos punitivos”.

Justo cuando Estados Unidos se embriaga en la ilusión del “fin de la historia” después de la Guerra Fría, su orden unilateralismo que había instaurado ha comenzado a mostrar signos de autodestrucción. La expansión ilimitada de la OTAN y el conflicto ruso-ucraniano resultante son ahora difíciles de resolver; asimismo, el apoyo incondicional a Israel ha mantenido encendidas las guerras regionales. En otro rincón, el intento de excluir a China de la cadena de suministro global, paradójicamente, ha hecho de China el país con la cadena de suministro más completa; mientras que la vulnerabilidad de la alianza entre Estados Unidos y Europa ha demostrado que, ante una verdadera redistribución de intereses, incluso el meticulosamente diseñado principio de “responsabilidades comunes pero diferenciadas” se ve colapsado por la lógica hegemónica unilateralismo, y entre otros casos similares.

El ascenso del Sur Global, mientras la exposición de las tácticas de los monopolios financieros estadounidenses, han hecho que la hegemonía unilateralismo se sienta vulnerable y temerosa, así que incrementa su “ansiedad por controlar el mundo” y motivando a Estados Unidos a propiciar aún más conflictos. No obstante, a medida que el país intensifica sus esfuerzos por sostener este orden hegemónico, se observa una aceleración en su proceso de desintegración.

Con el fortalecimiento de la tendencia hacia la multipolaridad global, el sistema de hegemonía unilateralista enfrenta desafíos sin precedentes. Un claro ejemplo es la tendencia hacia la desdolarización, en la que cada vez más países buscan liberarse de la dependencia del US dólar, así como, Brasil y China han suscrito acuerdos de liquidación en moneda local; y Venezuela ha promovido el comercio petrolero con Rusia e Irán para reducir el uso del dólar. En el ámbito de la cooperación regional, el Mercosur ha firmado acuerdos de libre comercio con la Unión Europea, lo que evidencia el intento de desarticular el orden unilateral predominante mediante la acción colectiva.

Estados Unidos, en su estrategia global, percibe “cualquier fuerza emergente” como una amenaza, lo que en esencia revela su actitud paranoica ante la posibilidad de perder su hegemonía unilateralista. Pese a que, bajo la influencia de la ideología estadounidense, muchos pueblos aún poseen una comprensión parcial e imprecisa de la realidad china, el interés general en la competencia entre Estados Unidos y China se radica en el hecho de que el imperialismo unilateral ha perdido el respaldo tanto de la comunidad internacional como de su propia sociedad.

La multipolaridad global se configura, por tanto, como una tendencia inevitable, lo que hace que la disolución de la hegemonía unilateral resulte igualmente inminente. En el futuro, el verdadero multilateralismo se erige como el único camino viable para que las naciones de América Latina y otros países del Tercer Mundo avancen hacia un desarrollo autónomo, equitativo y pacífico. La reestructuración del orden global deberá basarse en la deshegemonización para la construcción de un nuevo sistema de cooperación basado en la justicia.

IV. La práctica de China: la multipolaridad es la negación más fundamental de la hegemonía

La contención de China por parte de Estados Unidos se cimienta, en esencia, en el temor a la “ineficacia del orden basado en un unilateralismo hegemónico”. Incluso muchos académicos estadounidenses han reconocido que China no busca dominar el orbe ni constituye una amenaza para la seguridad de Estados Unidos, mientras tanto, la administración estadounidense persiste en sus esfuerzos por socavar la posición china. A pesar de las reiteradas declaraciones de Beijing en las que se afirma que “nunca se buscará la hegemonía”, Washington continúa enmarcando las relaciones bilaterales bajo la narrativa de la “trampa de Tucídides”, extendiendo dicho discurso a las relaciones de China con Occidente en general, y etiquetando a la potencia asiática como una “amenaza sistémica” que se difunde tanto en los medios de comunicación como en el ámbito académico en todo el mundo.

El origen de este temor se puede atribuir a dos factores fundamentales. En primer lugar, el modelo de desarrollo de China desmitifica la “teoría del centrismo occidental”, enfatizando que los países pueden, mediante estrategias autónomas e independientes, romper el control ejercido por el Occidente sobre la cadena industrial global. En segundo lugar, la defensa de la multipolaridad desafía de manera directa la legitimidad del denominado “prerrogativa estadounidense”.

Desde el inicio de la guerra comercial entre los dos gigantes, Washington ha intensificado sus medidas; sin embargo, al enfrentarse a China, cuyo enfoque es completamente diferente al occidental, tales métodos han evidenciado su ineficacia. En respuesta a las presiones ejercidas, el ministro de Asuntos Exteriores de China, Wang Yi, expresó: “Por fuerte que seas, la suave brisa no deja de acariciar las crestas de montañas; por feroz que seas, la brillante luna ilumina el río caudaloso”. Esta respuesta subraya que, frente a la contención y represión, este antiguo país sigue eligiendo la apertura y la cooperación en lugar de la confrontación, promoviendo la estabilidad y la prosperidad tanto regional como global, defendiendo la soberanía de los países en desarrollo y contribuyendo a avanzar hacia un orden económico y político global más pacífico, justo y sostenible. Asimismo, ello refleja el firme compromiso con la multipolaridad y la democratización de las relaciones internacionales.

El apoyo de multipolaridad significa el rechazo a “hegemonía alternativa”, abogando verdaderamente por diálogo equitativo y cooperación mutuamente beneficiosa entre los países, en la que la resolución de conflictos se base en la coordinación oponiéndose a la concentración de poder en un único actor en la esfera internacional. En este contexto, China ha invertido en infraestructuras, energía y transporte en América Latina, África y Asia, sin condicionar estas inversiones o ayuda a cambios en las posturas diplomáticas de los países receptores, sino respeta su autonomía en la toma de decisiones. Este modelo de cooperación ha sido continuamente adoptado por numerosas naciones en desarrollo como nueva vía para alcanzar un desarrollo sostenible, liberándose de las ataduras económicas bajo la “dependencia de occidental”.

A través de sus prácticas, China ha demostrado de manera consistente su firme voluntad de no buscar la hegemonía. Para disipar cualquier duda, es pertinente recordar las palabras declaradas por Deng Xiaoping en la Sexta Sesión Especial de la Asamblea General de la ONU en 1974: «Si algún día China cambia de color, busca el imperialismo y se convierte en un rey del mundo, oprimiendo, invadiendo y explotando a otros países, entonces todos los pueblos del mundo deberán denunciarla, oponerse a ella y, junto con el pueblo chino, derribarla». Estas palabras no solo constituye una voz de alerta sobre sí misma, sino que también han constituido la base a largo plazo de su política exterior china.

Deconstruir el viejo orden no implica negar el orden en sí mismo, sino propiciar el surgimiento de un auténtico multilateralismo a partir de los escombros de un déficit democrático y de una opresión jerárquica. En consecuencia, la comunidad internacional debe trascender la lógica hegemónica, promoviendo la participación equitativa de los países del Sur y del Norte en un sistema de gobernanza multilateral. Sólo cuando la hegemonía deje de ser la opción predeterminada en la política global, el curso del desarrollo de la historia y la civilización podrá seguir un rumbo verdadero y equitativo.

(*) Investigador Asociado del Instituto en Estudios de la Cuenca del Mediterráneo de Universidad de Estudios Internacionales de Zhejiang, y Subdirector del Centro en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Lenguas Extranjeras de Guangxi

Redacción

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