
Al referirse a la dinámica de la maquinaria agrícola, Santiago comenta que “exige que la logística interna responda en menos de 24 horas en cualquier punto del país”. En esta entrevista, repasa la complejidad del transporte sobredimensionado, la apertura de mercados y la llegada de la agricultura digital 4.0.
Si me permitís, primero me gustaría hablar del sector, porque soy un apasionado, y después de los desafíos. En el mundo hay escasez de tierras productivas, y América Latina tiene un combo único: agua, sol y tierra fértil. Eso hace que el agro sea el sustento principal de muchas economías de la región.
Si miramos los últimos 25 años, pasamos de 72 millones de hectáreas sembradas en el año 2000 a más de 125 millones hoy. Argentina creció de 26 a 38 millones de hectáreas, pero el caso más notable es Brasil, que pasó de 37 a 82 millones. En paralelo, la producción regional de cereales saltó de 170 millones de toneladas a más de 515 millones. Muy pocos lugares del mundo muestran un crecimiento tan explosivo.
América Latina es hoy un “player” global de primera línea. Somos número uno en producción y exportación de soja, con un 55% del total mundial entre Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia. También somos líderes en caña de azúcar, café, limones y etanol, además de estar entre los principales productores de maíz y carne bovina.
Este potencial se explica por el proceso natural de fotosíntesis: tenemos sol, agua y lluvias regulares, lo que nos hace sumamente competitivos frente a Europa o Estados Unidos, donde gran parte del territorio tiene nieve y menos posibilidades de doble cultivo.
El primero es el uso intensivo. Una cosechadora en la región puede trabajar 1.000 horas al año, mientras que en Europa o Estados Unidos apenas llega a 300. Eso genera un desgaste enorme.
En Argentina tenemos además la figura del contratista, que recorre el país haciendo picado de forraje o cosecha. Es un modelo único que demanda movilidad constante. Otro desafío es la falta de operadores capacitados: máquinas que valen hasta un millón de dólares son manejadas por personas con poca instrucción técnica, lo que impide aprovechar toda su tecnología.
Y está también el problema del transporte interno. Mover estas máquinas por rutas y caminos implica permisos, licencias y regulaciones distintas en cada provincia, lo que vuelve la logística muy compleja.
Muy compleja. Las ventanas de siembra, pulverización o cosecha son cada vez más cortas, y la única forma de producir más en menos tiempo es con máquinas más grandes. Eso genera desafíos de seguridad vial, transporte sobredimensionado y burocracia, tanto en Argentina como en la región.
El contratista que empieza en el norte y baja hasta el sur del país, recorriendo miles de kilómetros con su equipo, enfrenta un verdadero desafío logístico que requiere carretones, planificación y permisos constantes. La tendencia es clara: cada vez máquinas más grandes y más pesadas para sostener el crecimiento de la producción.
Soy un convencido de la importancia de la apertura económica. Las regulaciones del pasado —licencias, cepo cambiario, restricciones de pago— solo trajeron complicaciones y aumentaron los precios. Hoy, con más libertad, se puede planificar mejor qué tecnologías traer y cómo comercializarlas.
Además, un “farmer” eficiente necesita producir más con menores costos. Antes la inflación tapaba ineficiencias; ahora, con un escenario más estable, se exige eficiencia real. Eso nos obliga a pensar en tasas de interés, capacidad de trabajo de las máquinas y modelos de negocio más predecibles. Lamentablemente, comparados con Brasil, Paraguay o Uruguay, Argentina se ha quedado atrás en crecimiento.

Veo un futuro grande, pero estamos estancados. Argentina pasó de 26 a 38 millones de hectáreas en 25 años, pero lleva tiempo sin superar la franja de 130 a 140 millones de toneladas de grano, cuando podríamos llegar a 180 o 200 millones.
La estructura impositiva es una barrera, pero si se da más libertad al productor, el salto es posible. En el escenario global, la disputa entre China y Estados Unidos nos abre una oportunidad única: los chinos van a importar más de 110 millones de toneladas de soja este año. Para aprovechar eso, necesitamos confiabilidad logística, evitar paros en puertos y bloqueos que nos hagan perder credibilidad frente a socios internacionales.
Central. La maquinaria agrícola está entrando en la era de la agricultura digital 4.0. Los productores piden tres cosas:
- Autonomía: que la máquina se maneje sola. En el campo esto es más viable que en una ciudad, porque no hay tránsito ni peatones.
- Conectividad: poder controlar la máquina desde el celular, incluso a cientos de kilómetros.
- Datos útiles: usar los sensores para que la máquina se autorregule y para que el fabricante pueda ofrecer un mantenimiento predictivo.
Esto cambia todo. Los hijos de los productores, que antes se iban a la ciudad y no volvían, hoy regresan porque el campo se transformó en un entorno dinámico y tecnológico. La agricultura volvió a ser atractiva, no solo como negocio, sino como estilo de vida innovador.
Son desafíos enormes. Las máquinas trabajan tres veces más que en Europa y se rompen en plena campaña. Eso exige que la logística interna responda en menos de 24 horas en cualquier punto del país.
En comercio exterior, hablamos de un mercado regional que llegó a vender casi 10.000 cosechadoras y 100.000 tractores en un solo año, además de sembradoras y pulverizadores. Todo eso demanda coordinación de navíos, planificación con fábricas y una logística internacional bien aceitada.
En resumen: sin logística confiable ni comercio exterior organizado, es imposible sostener la competitividad de la maquinaria agrícola en América Latina.