Más allá de las citas regionales y subregionales, o de aquellas en las que participe un grupo concreto de países, América Latina enfrenta entre 2025 y 2026 cuatro grandes Cumbres, en las que a priori se espera una amplia participación gubernamental.
Éstas son: la IV Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo (FFD4), 30 de junio al 3 de julio, Sevilla, la X Cumbre de las Américas, diciembre, República Dominicana, la IV Cumbre Unión Europea – Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (UE CELAC), finales de 2025, Colombia, y la XXX Cumbre Iberoamericana, noviembre 2026, Madrid.
Salvo para la FFD4, las fechas son aproximadas. Solo habrá exclusiones en la Cumbre de las Américas, dado el protagonismo de Estados Unidos y su política hacia Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Por eso será importante la actitud que adopten algunos países, que en otras ocasiones decidieron no acudir en solidaridad con los afectados. Otra cosa son aquellos países que voluntariamente decidan no participar en algunas de ellas por motivos políticos o ideológicos.
Con independencia de las características de cada una de estas reuniones, hay un problema común que afrontará América Latina y es su incapacidad para hablar con una sola voz, lo que afecta directamente los mensajes que quiere transmitir.
Debido a su propia fragmentación, que la atraviesa en múltiples partes carentes de vínculos comunes, y de la pésima relación entre los mandatarios, que recurren con más asiduidad al insulto y al post descalificatorio que a la búsqueda del diálogo y del consenso, resulta difícil avanzar por una senda común.
La cacofonía imperante impide encontrar los más mínimos consensos, tanto en la agenda regional como internacional, de modo que la debilidad latinoamericana se verá incrementada en todos y cada uno de estos encuentros. Si América Latina quiere participar en la conversación global, si quiere insertarse en el mundo en el que habita, debe ser capaz de no ser solo fuente de problemas sino también portadora de soluciones. La época de la América Latina exportadora de crisis, básicamente a las economías emergentes, ya ha pasado, pero todavía no hay una nueva América Latina que ocupe su lugar.
Cada una de estas Cumbres tiene sus especificidades, que condicionan tanto la agenda, como los problemas de cada una y la identidad de los actores participantes. La FFD4 se desarrolla en el marco de Naciones Unidas, apoya la reforma de la arquitectura financiera internacional y tiene como propósito movilizar políticas y recursos para la Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Esto implicará que los gobiernos que en los últimos años se han mostrado abiertamente contrarios a estas metas opten por no acudir a la cita, comenzando por Estados Unidos, y más tras el desmantelamiento de la USAID.
Tanto en la Cumbre de las Américas como en la UE CELAC hay dudas más que razonables de que finalmente se celebren con garantías suficientes. Si bien el secretario de Estado Marco Rubio se comprometió a trabajar para que la Cumbre sea un éxito habrá que ver qué decide Donald Trump, y más con el precedente de su ausencia, a último momento, de la reunión celebrada en Lima en 2018. ¿Qué importancia le dará Trump a América Latina? ¿Viajará a República Dominicana?
La otra incógnita gira en torno a la Cumbre UE CELAC y a la presidencia pro tempore colombiana. ¿Será capaz el presidente Gustavo Petro de restañar las heridas que dividen a la CELAC, agigantadas por la incapacidad de Xiomara Castro, la mandataria hondureña, que con su mala gestión en lugar de sanarlas las profundizó? El último intento de Castro de celebrar una reunión de urgencia de la CELAC para discutir el tema migratorio y las deportaciones del gobierno estadounidense se saldó con su rápida desconvocatoria, tras los anuncios de incomparecencia de varios países miembros.
Finalmente está la XXX Cumbre Iberoamericana de Madrid, que entre sus objetivos está celebrar los 35 años de un sistema, nacido en 1991 en Guadalajara, México. El desafío de la secretaría pro tempore española es mayúsculo, especialmente tras el fiasco de la XXIX Cumbre, en Cuenca, Ecuador. Esta es una oportunidad única para relanzar el sistema y demostrar que Iberoamérica tiene pleno sentido, que más allá de la reunión política de los jefes de Estado y de Gobierno hay todo un mundo que sostiene de forma vigorosa y activa a una potente comunidad.
El sistema iberoamericano funciona sin exclusiones, de ningún tipo. Tampoco nadie se ha sentido tentado para renunciar o irse. En estos 35 años ninguno de los 22 países de lengua española y portuguesa que lo integran ha amenazado, siquiera, con retirarse y es previsible que la mayoría de los presidentes acuda a la cita madrileña. Por algo será.
Pero, si América Latina sigue empeñada en divergir en lugar de converger, si no avanza en la comunicación interpersonal entre los presidentes, que dificulta cooperar, colaborar y coordinar políticas intergubernamentales, los esfuerzos de otros serán en vano.w