La idea encierra un fatalismo desarmante. “Tienes que convivir con todo el mundo, con tirios y troyanos, con cabrones y con personas buenas”. Se lo confesó Vicente Fox a Javier Moreno más de una década después de dejar la presidencia de México. Pero este reconocimiento no era una reflexión sobre la tolerancia política, sino una descripción del estamento militar con el que trató entre 2000 y 2006, una institución donde, dijo, “muchos hacen trampa y se asocian con los carteles” para ganar más. Las palabras del exmandatario son solo una pieza que compone el rompecabezas del poder que le tocó ejercer. Al mismo tiempo, son una pista que refuta una serie de lugares comunes sobre las atribuciones de la autoridad presidencial, tanto en México como en buena parte de América Latina.
¿Quién manda aquí? La pregunta que da título al libro de Moreno, exdirector de EL PAÍS y actual director de la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS, es también, como todos los interrogantes de un reportero, una declaración de intenciones. A lo largo de tres décadas visitando y viviendo de forma intermitente en la región, la observación directa, las conversaciones con figuras públicas, el conocimiento de los engranajes institucionales y las charlas con colegas y amigos han dado pie a una tesis sugerente y poco transitada: la impotencia del poder. Esto es, como resume el autor, “la impotencia del Estado para imponerse, para hacerse valer y para hacer valer la ley en todo el territorio”.
La violencia está presente en cualquier debate serio en América Latina porque sus sociedades viven asfixiadas por las consecuencias del crimen organizado. La historia contemporánea del subcontinente es un viaje por las disfunciones de sistemas políticos permeados por la inseguridad y la corrupción, y los intentos por hacerles frente siempre dejan al descubierto el escaso margen de maniobra de los gobiernos. Más de 121.000 personas fueron asesinadas el año pasado, lo que sitúa el índice de homicidios por encima de 20 por cada 100.000 habitantes, según la organización InSight Crime. Más o menos como en 2023. En España, según el INE, ese valor fue de 0,68.
“Lo vemos en las cifras y lo vemos en lo que no son las cifras, en el dolor, lo que es probablemente más grave, en el sentido de que la primera obligación del Estado democrático y de derecho es preservar y proteger la vida de sus ciudadanos. No hay otra obligación mayor que esa. No. Y ahí es donde se ha fracasado de forma estrepitosa”, razona Moreno, quien llegó a Ciudad de México en 1994 como jefe de Redacción de EL PAÍS. Entonces empezó a observar algunas de las dinámicas del poder que relata en el libro (de la editorial Debate), donde la narración de sucesos relevantes se entremezcla con las vivencias, el análisis y los testimonios directos de siete expresidentes. Además de Fox, otro mexicano, Felipe Calderón; los brasileños Fernando Henrique Cardoso y Dilma Rousseff; los colombianos Juan Manuel Santos y César Gaviria, y la chilena Michelle Bachelet.
Todas las voces y las historias del ensayo articulan una hipótesis que desbarata la tradición que concedió a la figura del caudillo un lugar privilegiado en la América Latina de hoy. La idea de la omnipotencia no sirve, según el autor, para explicar los límites y los fracasos del ejercicio del poder. A eso se añade una intuición: explorar por qué suponemos que todo lo que no está en la superficie funciona mejor que la fachada de los políticos y de los Gobiernos, que son la autoridad formal. Es decir, qué papel desempeñan los militares, los presupuestos secretos o los servicios de inteligencia. Y también hay un tercer vector que engarza con los otros: “En los viajes, las estancias largas, los encuentros con amigos, te das cuenta de que pasan los años y sigues hablando de los mismos problemas”.
Ese eterno retorno está poblado de figuras que ilustran la tesis central. Por ejemplo, Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública de Calderón, que durante esos años (2006-2012) se erigió en paladín de la guerra contra las drogas emprendida por el Estado mexicano. Moreno rememora un encuentro con el político en el que este le dijo que el 25% o el 30% de lo que necesitaban sus policías para llegar a fin de mes no lo pagaba él. ¿Quién, entonces? El propio García Luna fue condenado el pasado mes de octubre en Nueva York a 38 años de prisión por colaborar durante décadas con el Cartel de Sinaloa.
La mala gestión del exministro colombiano de Defensa Guillermo Botero es otro de los episodios que muestran, por incompetencia e incapacidad de sobreponerse a las Fuerzas Armadas, el alcance del poder militar en América Latina. Una sucesión de escándalos en 14 meses acabó con la carrera del alto funcionario. Sin embargo, los efectos de la política de hechos consumados del Ejército acabó erosionando al Gobierno de Iván Duque, que como todos los mandatarios latinoamericanos, escribe Moreno, “dependen de ellos, sobre todo del máximo responsable militar, para tener información fiable sobre lo que pasa en el país en general y en el seno de las propias fuerzas de seguridad en particular”.
Además de abordar y diseccionar estos cortocircuitos que se producen en el corazón de los Estados de derecho, el análisis de Moreno deja un aviso. Las consecuencias de la impotencia del poder, latentes ya desde las primeras páginas, son las tentaciones autoritarias. “Nadie quiere ya emular a Nicolás Maduro o a Daniel Ortega. Pero bastantes políticos del continente comienzan a mirarse en el espejo de Bukele”, apunta el autor. Uno de esos imitadores es el presidente ecuatoriano, Daniel Noboa, que el próximo 13 de abril aspira a revalidar su cargo tras ganar por sorpresa las elecciones de 2023 en medio de una crisis de violencia sin precedentes.
Noboa se ha inspirado también en la guerra contra el narcotráfico de Calderón, en una síntesis que no ha logrado acabar con la espiral de violencia a pesar de la militarización del país andino. Bukele ha conseguido, en cambio, contener a las pandillas en El Salvador a costa de un profundo retroceso de las libertades individuales y de violaciones sistemáticas de los derechos humanos. El periodista cita una frase del poeta británico Andrew Marvell sobre Oliver Cromwell. “Si estos son los tiempos, entonces este debe de ser el hombre”. Aplicada a Latinoamérica, la sentencia suena aciaga. Aunque el propósito de pensar la región solo puede ser uno: elaborar un diagnóstico, certero como en ¿Quién manda aquí?, que ayude a despejar el camino hacia la democracia.