En medio de un escenario global marcado por disrupciones en las cadenas de suministro, tensiones geopolíticas y la presión de la digitalización, América Latina y el Caribe han demostrado que la resiliencia en comercio exterior y logística no es un concepto abstracto, sino una necesidad estratégica.
Algunos países de la región han dado pasos concretos para consolidarse como referentes en infraestructura portuaria, diversificación de mercados y adaptación tecnológica, factores que les han permitido amortiguar crisis y proyectarse como hubs competitivos. Chile es uno de los casos más destacados. Su amplia red de tratados de libre comercio —que abarca a más de 60 economías—, sumada a la eficiencia de sus puertos en Valparaíso, San Antonio y Antofagasta, lo han convertido en un actor confiable para el comercio transpacifico. Además, su apuesta por la digitalización de trámites aduaneros y el fortalecimiento de la logística asociada a exportaciones clave, como el cobre y las frutas, le ha dado ventajas frente a competidores de la región.
Panamá también ocupa un lugar privilegiado en el mapa logístico. Su canal, pieza central para el tránsito mundial de mercancías, sigue siendo un activo de resiliencia pese a los desafíos hídricos. El país ha invertido en zonas francas, como la de Colón, y en plataformas logísticas que permiten la redistribución eficiente hacia Norteamérica, Europa y Asia. Su estrategia de diversificación lo mantiene en la primera línea de conectividad regional.
México, con su proximidad a Estados Unidos y el renovado T-MEC, ha sabido capitalizar la tendencia del nearshoring. La relocalización de empresas manufactureras hacia su territorio ha dinamizado el comercio exterior y fortalecido su infraestructura logística, en particular en el norte industrial y los puertos del Pacífico, como Manzanillo y Lázaro Cárdenas. Esta capacidad de adaptarse a la nueva configuración de cadenas de valor globales le otorga un papel protagónico en la región.
En el Caribe, República Dominicana ha emergido como un hub estratégico gracias a su ubicación geográfica, sus zonas francas industriales y el impulso a la digitalización portuaria. Su capacidad de conectar con mercados de Estados Unidos, Centroamérica y Europa le ha dado un papel clave en la resiliencia comercial del Caribe. La diversificación en sectores como farmacéuticos, textiles y dispositivos médicos ha sido otro motor para enfrentar disrupciones globales.
Brasil, por su parte, ha mostrado que la escala también es un factor de resiliencia. Como uno de los mayores exportadores agrícolas del mundo, ha invertido en corredores logísticos que conectan el interior productivo con puertos clave como Santos y Paranaguá. Pese a retos de infraestructura, la combinación de inversiones privadas y proyectos de modernización ha reforzado su capacidad de sostener flujos comerciales incluso en escenarios adversos.
La resiliencia en América Latina y el Caribe no es homogénea, pero los países que destacan coinciden en tres factores: diversificación de mercados, inversión en infraestructura logística y apuesta por la digitalización.
En un entorno global donde las interrupciones son cada vez más frecuentes, la región avanza hacia un modelo en el que los más preparados no sólo resisten mejor las crisis, sino que también capitalizan las oportunidades de un comercio exterior en constante transformación.
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