Ana María Picchio volvió a la escena este miércoles con El secreto, una obra que muestra cómo los secretos -valga la redundancia- familiares pueden cambiar por completo la vida de quienes parecen tenerlo todo. A sus 79 años, la actriz cuenta cómo se mantiene activa y conectada con la vida a través de la lectura, el yoga y la experiencia artística, y reflexiona sobre el paso del tiempo.
En diálogo con Revista GENTE, resalta el valor que tienen este tipo de piezas teatrales en los personajes y en el público: «La obra tiene varias cosas para que la gente le interese. Primero que es una familia divina, una familia como puede ser la tuya, la mía, donde no hay ningún problema. Somos todos amorosos, con un padre divertido, una madre copada… Hasta que alguien abre la boca un día y dice algo, todo eso se modifica».
«Hay secretos y secretos… esos que te modifican la vida, te mueven la estantería. Entonces, ¿qué pasa ahí? El lindo de ver porque te saca de esa tranquilidad que te estaba dando la familia y empezás a ver qué feo, qué triste, ¿no? Que es cuando uno se le cae un piano en la cabeza y todo se va a la mierda. Qué triste», agrega.
Picchio se queda pensando y remata: «Entonces es muy bueno lo que pasa porque como esos personajes que eran tan felices a los dos minutos, se terminó la vida en un punto, ¿no? Lo que creía que era… es lindo desde la actuación».
-¿Y a vos te pasó de tener una situación así en la familia?
–Gracias a Dios una cosa tan fuerte no.
-Hay muchas propuestas teatrales en el circuito de la avenida Corrientes, ¿cómo se hace para no saturar y atrapar al público?
–Es un misterio eso. En un momento donde están las cosas como están, donde todo está deshumanizado, el teatro sirve mucho. Pero las entradas están caras. ¿Qué pasa con eso? ¿Cómo hace la gente para poder pagarlas? Siempre estamos hablando de lo mismo. Los que vienen al teatro no son los que sufren (la crisis económica).
-Pero, a pesar de todo, hay una gran cantidad de público interesada por tener un momento de distracción.
-Sí. La gente tiene mucha necesidad de sentir cosas, de que alguien los golpee, de que les modifique algo. De apagar el cerebro… ¡y el celular! Hay dos lugares en el presente en donde nos desconectamos: el teatro y el cine. Aunque las películas que venían antes ya no vienen. Yo antes me colgaba viendo dos o tres películas por día en el cine, ahora no tengo nada para ver.
-Pero hay plataformas.
-No, yo no veo Netflix. Tampoco consumo series. No tengo plataformas. O voy al cine, o espero que vengan las películas en algún canal de televisión. O cuando viajo, que tampoco es que me está pasando tan seguido, veo algo. Pero también te puedo decir que antes me encontraba con ciertas joyas que ahora ya no ves. Entonces, ¿cómo me alimento? ¿Cómo me pongo feliz? ¿Cómo sobrevivo?
-¿Y qué respuesta encontras a esas preguntas?
–Yendo al teatro, leyendo, conversando, y leyendo aún más. Yo creo que la lectura es lo que pone las pilas. Ahora no porque estoy repasando el guión de esta obra, pero en el bache de tres meses que tuve entre esta obra y Perdidamente me puse a leer mucho y me acordé de lo tanto que me gustaba.
-¿Qué lees?
-Obras de Antón Chéjov, León Tolstói, todas las cosas que me habían movilizado cuando era más joven.
-¿Qué otras actividades sentís que te rejuvenecen?
-No voy al gimnasio porque tengo un pequeño gimnasio en mi casa para hacer algunas actividades. También me gusta hacer yoga y ejercito mucho mi mente recordando cosas. El otro día estaba recordando una película maravillosa de La Coixet que se llama «Un Amor”. No tengo una especie de conducta porque hace muchos años que trabajo y no paré, y como tengo una buena formación que fue el conservatorio, entonces nunca estoy al pedo.
-¿Cómo llevás el paso del tiempo? ¿Te pesa la edad?
– Para respuesta tengo una frase de Chéjov que dice un personaje: «Qué bien estaba todo antes, ¿se acuerda?». Y es así, antes estaba mejor. Pero la frase vale para todos igual porque yo lo puedo decir también y lo puede decir cualquiera.
-¿Sos coqueta?
-Me gustan las cosas que le gustan a los jóvenes, no me gustan las cosas que le gustan a las viejas. No, no me gusta. ¡De ninguna manera! Yo cuando salgo a comprarme algo, que no me compro casi nunca porque todo es carísimo, no miro las cosas que estarían catalogadas como para una mujer de mi edad. Cuando me visto no siento la edad, sólo siento por ahí la edad cuando me junto con mis nietos. Ahí me doy cuenta de que la estoy jugando de atrás. Vamos caminando y me dicen «¡Espérenme, espérenme!», porque tienen una velocidad para todo que es tremenda: para recordar, para abreviar, para simplificar. Bien rapidito.
