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sábado, mayo 31, 2025

Ángeles Caballero: «Se supone que por ser mujer vas a cuidar bien y que te encanta hacerlo»

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“Dónde estaban el Manolo y la Juli que yo recordaba. El padre que se ponía su traje y corbata para comer cigalas y sacaba brillo a su Mercedes Benz era ahora un anciano lleno de dudas y temblores en el cuerpo. La madre que no salía de casa sin pintarse los labios, esa que renegaba de los pantalones y amaba la laca ahora llevaba un chándal, zapatillas de deporte y unos cuantos puntos de sutura en los labios”. Ángeles Caballero Martín narra en Los parques de atracciones también cierran (Arpa) la historia de su familia, pero en particular la del lento declive de los padres, ese proceso natural que los lleva a depender de los hijos, en una inversión de los roles que se interpretaron en la primera parte de la vida.

El libro es tanto una crónica como una serie de memorias. Y tiene, en cierto sentido, una semejanza con la estructura del cuento tal como la teorizó Ricardo Piglia: dos historias presentes, una que se narra y otra que apenas se atisba y que estalla hacia el final.

Cambian los temas, los medicamentos empiezan a ocupar una porción importante de las conversaciones, las internaciones se vuelven frecuentes, hasta se modifica la composición de la heladera, con la insulina en el lugar de los huevos. Sin embargo, el relato de ese naufragio por etapas también tiene mucho humor, con las descripciones de las manías de Juli y Manolo, las escaramuzas familiares y hasta los diálogos luego de diagnósticos médicos. De hecho, Caballero Martín dirá que en la escritura de esta obra ha “llorado más de risa que de pena”.

Nacida en Madrid en 1976, periodista de El País, de Cadena Ser y del canal de televisión La Sexta, ella está ahora en el bar de un hotel de Recoleta, casi en penumbras. Detrás de su silla se notan las luces de las notebooks de dos hombres que escriben sin pausa y hacen videollamadas. La cara ovalada de la autora, su piel muy blanca y los labios rojos contrastan con la oscuridad del lugar. En charla con Clarín,reconstruye la historia familiar, reflexiona sobre un futuro con cada vez menos hijos y más ancianos y plantea los dilemas que aún hoy la raspan cuando piensa en la decisión de internar a su madre en un geriátrico.

–Señalás que tu casa era una en la que “se votaba a la derecha, pero sin alardear ni hacer ruido, que no le prestaba la más mínima atención a Serrat, Aute y la Transición española”. ¿Creés que han sido poco representadas en la literatura española ese tipo de familias?

–Pues mira, para mi desgracia no tengo tanto conocimiento sobre la literatura española como para hacer esa afirmación. Lo que sí creo es que la mirada que se ha destinado a esas familias o a las personas que tenían a esos referentes culturales en la música o en la literatura ha estado mucho mejor valorada que las que tenían a otras figuras más vinculadas a lo popular. A la gente con menos estudios siempre se la ha mirado un poco por encima del hombro. Yo he procurado siempre reivindicar lo popular. De un tiempo a esta parte me atrevería a decir que en España hay una cierta reivindicación de lo popular, que para mí no tiene tanto que ver con reconocer el mérito de una serie de autores o cantantes sino a que la propia intelectualidad ahora ha dado su propio sello de calidad y aval a aquellos. Mi casa ha sido una en la que había muy pocos libros, con padres sin estudios y con una familia que había tanto amor y humor que me apeteció homenajear a ese tipo de familias como la mía y como la de amigas mías que merecen un reconocimiento en la historia de España o de cualquier otro país.

–En el libro recordás como un parteaguas la manera en la que había cambiado la composición de la heladera de la casa de tus padres; más comida precocinada, espacios vacíos, la insulina en el lugar de los huevos. ¿Qué otros cambios notabas en esa vivienda, que indicaban el cambio de época interno?

–Yo con mis padres hasta último momento tenía una relación telefónica de hablar tres o cuatro veces al día. Y una de las señales que una solo detecta ya pasado el tiempo es cómo se dirige la comunicación en esas llamadas. Antes era yo la que llamaba para saber cómo se hacían las cosas, cómo se hacía una receta de cocina. Y de repente era al revés, ellos pidiendo ayuda, sobre “colócame las pastillas en el pastillero” o “ayúdame a interpretar esto del médico”, o algo vinculado a la tecnología. Y hay otra cosa, como yo no tengo carnet de conducir, iba en el tren a verles y era yo quien le llevaba comida a ellos y no al revés. Ahora quienes tenían que ser alimentados y cuidados eran mis padres. Ahora las lentejas y las alubias iban en dirección distinta.

La periodista española Ángeles Caballero en Buenos Aires. Foto: Martín Bonetto.
La periodista española Ángeles Caballero en Buenos Aires. Foto: Martín Bonetto.

–En el libro afirmás que los padres se convierten en hijos, pero a la vez siguen siendo adultos. Esa situación suele generar tensiones. ¿Cómo se procesaban?

–No todos somos padres pero todos somos hijos. Cuando se produce ese cambio de roles en el que el padre y la madre tienen un proceso de deterioro te das cuenta de la enorme resistencia que tienen y he llegado a comprenderla. Ellos se resistían especialmente a lo que consideraban una injerencia en sus competencias. De hecho mi madre decía: “Tú mandas en tu casa, pero en la mía sigo mandando yo”. Hay un no querer reconocer que hay determinadas cosas que ya no las sabes hacer bien o no puedes. Hasta colocar bien las sábanas, habrá veces en la que te dolerá la espalda y habrá alguien que lo pueda hacer mejor que tú. Fueron momentos complicados, de discusiones. La mayoría de las veces yo perdía. Gané muy pocas veces (risas).

–¿Qué fue lo más difícil de asumir para tus padres, en esa cesión de poderes que sucede con el avance de la edad?

–Yo creo que mi padre era una persona que cedía, te dejaba bien claro que le molestaba pero acababa dándose cuenta que había determinadas cosas que sí le ayudaban a estar mejor. Mi padre había trabajado siempre fuera de casa. Para mi madre la casa era su fortaleza, un bunker. Era la Julicracia, mandaba solo ella. Las propias empleadas que trabajaban en casa que tenían que obedecer los diez mandamientos de mi madre. Cuando eres tú la que le tiene que decir que esa cama ya no va, que se va a terminar cayendo o le llevas la comida, todo eso le costó mucho. A veces le decía: “¿Es que te das cuenta mamá que llevamos media hora discutiendo sobre esto?”. Era terca como una mula. Por eso su ingreso en la residencia fue letal emocionalmente. Salió de un sitio donde mandaba todo a uno donde no mandaba a nadie ni tomaba decisiones. Eso he llegado a entender que quizá fue un cambio… no totalmente justo. Eso a veces me hace replantearme un poco el modelo residencial en España. En España son residencias muy grandes, y entras y tienes que asumir que si hasta el día antes de ingresar te gustaba despertarte a las 11 de la mañana, te despertarán a las 8:30, y si no te gusta lo siento mucho. Y si te apetece ver determinado programa de televisión, quizá no lo veas. Eso para ella fue complicado y muy triste, muy triste… muy triste.

–En el libro explicitás la ambivalencia de sentimientos respecto de esa decisión de internar a tu madre en un geriátrico. No es un rasgo frecuente reconocer en público esa sensación…

–No lo he resuelto. Pues mira, es como si tuviera el sistema inmunitario cambiante. Hay veces en las que me pregunto: “¿Hice bien?” El día que estoy optimista respondo: “Tenía que haberlo hecho porque si salía del hospital e iba a casa probablemente habría cogido una botella y se habría caído y fallecido”. También me lo dice gente que me quiere. “Le diste como en una partida de paintball, un juego extra”. Pero es verdad que aunque ella era una mujer muy autoritaria creo que yo también ahí fui autoritaria al tomar esa decisión por ella, y a ingresarla en contra de su voluntad. Para mí no fue fácil. Y mi hermana decidió delegar en mí esa competencia.

–La frase habitual en tu familia era “lo que tú hagas bien hecho está”…

–Lo cual puede considerarse un piropo pero también es un enorme “marrón”, que en España es una enorme responsabilidad que no siempre se resuelve bien. Es como decir: “Bueno, tú haz lo que quieras”. Y ahí recae una enorme responsabilidad, un peso tremendo. Le sigo dando vueltas hasta qué punto tenemos los hijos esa potestad de decidir cómo queremos que sea el final de la vida de nuestros padres. Cualquier respuesta era complicada. Si mi madre volvía a su casa hubiese necesitado un ejército de gente para cuidarla. El alcoholismo de ni madre fue determinante en la decisión. En las mujeres sigue recayendo buena parte del cuidado. Se supone que por ser mujer vas a cuidar muy bien y que te encanta hacerlo. Como un papel que se va heredando, la culpa también y que en realidad nunca lo haces bien del todo. El tiempo así desgasta.

La periodista española Ángeles Caballero en Buenos Aires. Foto: Martín Bonetto. La periodista española Ángeles Caballero en Buenos Aires. Foto: Martín Bonetto.

–Explicás en varias ocasiones cómo tu madre te hace saber en forma directa que no quiere seguir internada en el geriátrico, que quiere que la saques de allí. ¿Cómo fue el momento en que le comunicaste que la ibas a ingresar en esa institución?

–Lo recuerdo porque no se lo comunicamos, la llevamos directamente. Después de una noche con síndrome de abstinencia, el médico me dijo: “Aquí hay dos opciones. Esto que acaba de vivir es el síndrome de abstinencia. O se la llevan a ustedes a casa y tienen que controlar hasta la medida, porque la necesita como la gasolina, o si eliminamos el alcohol hay que darle una serie de tranquilizantes muy fuertes”. Opté por la segunda opción y busque rápidamente una residencia. Cuando les dieron el alta la llevamos y llego prácticamente dormida. Lo complicado fue cuando se despertó… cuando fue consciente, empezó su operación de dejarme claro que…”te has salido con la tuya, esto es lo que querías”. Fue una cosa…muy dura, muy violenta, muy agresiva. Yo me sentí muy respaldada por el personal de la residencia. Yo no me atrevía a enfrentarme a mi madre. El personal se embravecía y le decía: “Te ha traído para cuidarte, si cada vez que viene la insultas de esa manera vas a conseguir que no venga”. Igual eso me colocaba en un lugar incómodo. Yo lo que quería era que mi madre me quisiera. Aunque no aceptara esa decisión, que llegara a entender que era lo mejor que nos podía pasar. A alguien tan rocoso como ella, la enfermedad la terminó amansando. Creo que pudimos construir algo bonito. Mi padre era una persona muy fácil, pero tampoco quiero que quede que mi padre era una santo y mi madre una bruja. Ambos me han dado amor a toneladas.

–Tu madre murió al comenzar la pandemia y el confinamiento dispuesto por las autoridades. ¿Creés que haber atravesado ese tipo de situaciones dejó huellas psíquicas perdurables?

–Total. La pandemia lo cambió todo…no poder despedirte….cada vez me asalta menos esa duda, pero a veces voy al cementerio y digo: “¿Y si en realidad está aquí un señor de Asturias al que le estoy poniendo flores?” Nos ha dejado huellas a todos. ¿Cómo no enloquecimos?

–Cada vez se tienen menos hijos y como la expectativa de vida aumenta, habrá una mayor cantidad de ancianos. ¿Qué implica esa combinación?

–Eso es un polvorín. Mira, me han pasado dos lamentos: uno es de padres que tienen un solo hijo y dicen: “A este pobre la va a caer todo”. Y el otro lamento es la cantidad de amigos sin hijos que con 50 años piensan: “¿Y cuando me enferme?”. Algunos dicen: “Bueno, formemos como una comuna hippie donde vivamos los sin hijos”.

–Mientras escribías este libro, más allá de influencias, ¿se te aparecían en la mente autores y obras relacionados con el tema?

–Cuando tuve la idea de escribirlo, tanto la editorial como amigos me recomendaban libros. “Tienes que leer a tal o cual”, me decían. No les hice caso a ninguno. Mi única diosa de la literatura ha sido es Nora Eprhon, que no tiene que ver en sí con lo que he escrito. Y he llorado de risa más que de pena al escribirlo.

Ángeles Caballero Martín básico

  • Nació en enero de 1976 en Madrid porque no había hospital en su localidad, Getafe. Estudió Periodismo por vocación y ahí sigue, a pesar del desencanto y el cansancio propio de la edad.
  • En el oficio ha hecho un poco de todo: ha redactado decenas de breves y notas de prensa, dado brillo a publirreportajes, ha editado, entrevistado a personas muy variopintas y ha resuelto muchas faenas de aliño.
La periodista española Ángeles Caballero en Buenos Aires. Foto: Martín Bonetto. La periodista española Ángeles Caballero en Buenos Aires. Foto: Martín Bonetto.
  • También recibió un premio de periodismo y ha escrito cosas que su madre, poco dada al halago, calificaría como «resultonas».
  • Dos veces le ofrecieron cargos de responsabilidad: subdirectora de un periódico (a cambio de comprometerse a no tener hijos) y jefa de sección (el mismo día que volvía de su primera baja de maternidad, para lo que tenía que renunciar a la jornada reducida).
  • Actualmente escribe crónica política y social en El País, habla en la Ser y sale en La Sexta.

Los parques de atracciones también cierran, de Ángeles Caballero Martín (Arpa).

Redacción

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