Los grandes desastres suelen sacar a la luz lo mejor y lo peor de gobiernos y gobernantes. Suelen dar ocasión a reflexiones más generales, ora sobre nuestra clase política, ora sobre el carácter nacional. El apagón de hace un mes, el 28 de abril, no ha sido una excepción a esa costumbre. Hoy me atrevo a seguir en la línea de dos ilustres colaboradores de este diario, Ignacio Sánchez-Cuenca (3 de mayo) y Juan-José López Burniol (10 de mayo), pero retrocederé un poco en el pasado para ofrecer una perspectiva más variada sobre las reacciones de diversos gobiernos a catástrofes de distinta índole, a la vez que me abstendré de formular juicio sobre las reacciones al reciente apagón, sobre cuyos orígenes falta aún un diagnóstico fiable.
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