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miércoles, febrero 5, 2025

Antes que nada, también estaba el fútbol

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Portada del libro
Portada del libro «Antes que nada», de Martín Caparrós.

Fue, en realidad, una inversión emocional de cara al futuro. También una herencia. El escritor y periodista argentino Martín Caparrós hizo socio de Boca Juniors a su hijo Juan cuando este apenas tenía seis años. Pensaba —acertadamente— que los caminos de la vida los llevarían por trayectos distintos. E —también acertadamente— que, si aquella afición calaba en el niño, tendrían una pasión común que les haría compartir tiempo, espacio y sensaciones. Años después, Juan participaría en la reedición de Boquita (Debate). Cuando el fútbol enraíza en la esencia de las personas va dejando hitos en sus trayectorias vitales. Suelen estar ligados a la emoción. Puede ser un Mundial ganado por Argentina, un título de Boca, una victoria de un club que no es el tuyo —de aquellos tiempos en los que no pasaba nada por alegrarte de que un compatriota triunfara— o el trayecto cotidiano entre la puerta de acceso al estadio y ese inabarcable instante en el que aparecen el césped y las gradas. Se convierten en constantes de una biografía. El fútbol, con toda su simpleza, toda su complejidad y todas sus contradicciones, siempre está ahí. Como una tierra firme bullanguera e inexplicable.

Así aparece el fútbol —y, más intermitente, la práctica del rugby— en Antes que nada (Random House), el libro en el que Caparrós comparte sus memorias y el avance de la ELA en su cuerpo. “Me dijeron que me voy a morir. Es tonto, no debería necesitar que me lo digan”, son las primeras palabras. Después, centenares de páginas de talento, audacia y brillantez de uno de los grandes nombres de la historia del oficio de contar historias. La suya con el fútbol se inició un día que, de niño, leyó una apasionada crónica sobre un penalti atajado por un tal Antonio Roma. Y empezó a ser de Boca. Descubrió que uno no es hincha de un equipo, sino que se hace de ese equipo. Casi nada. También la fuerza de aquella pasión. Ya en el exilio, en París, tendría que elegir entre sus ideales y seguir la final del mundial de 1978. “¿Saben qué pasa?” —interpeló a sus interlocutores anarquistas— “Que a mí desde chiquito me criaron para que la Argentina gane un mundial. Y si lo gana con estos hijos de puta en el poder, mala suerte, yo igual quiero que gane”. En esa pasión, aplicada con las dosis justas de distancia e ironía en todos los proyectos que emprende, está la victoria de Caparrós.

Redacción

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