El bibliómano, “un egocéntrico que se pasa la vida desempolvando libros”, dice el ensayista y traductor italiano Antonio Castronuovo, nacido en Acerenza en 1954, un pueblo del sur peninsular. Él, que se confiesa “enfermo de la bibliofilia” y que ha recibido premios como el Cesare Pavese , el Manara Valgimigli y el Nacional de Traducción del Ministerio de Cultura de Italia, acaba de publicar en castellano Diccionario del bibliómano (Edhasa), con traducción de Diego Bigongiari.
En más de 120 entradas construidas con erudición y humor, se relatan historias de obsesos por los libros, características de las bibliotecas de las casas de campo, una falsa subasta de un catálogo imaginario en la Bélgica de 1840 y la pasión libresca del dictador chileno Augusto Pinochet, que llegó a acumular 55 mil volúmenes.
Vía email, Castronuovo, traductor de Irene Némirovsky, y autor de obras sobre Camus y Baudelaire entre otros trabajos, respondió a las inquietudes de Clarín sobre patologías, amores desenfrenados, tics y rituales que se despliegan en bibliotecas, estantes, mesitas de luz y alfombras, para horror de quienes tienen que convivir con aquellas personas poseídas, en distinto grado, por ese abanico de “condiciones”, como se dice en la jerga eufemística actual.
–¿Ha padecido o padece algunas de las bibliopatías, males del libro u otras afecciones equivalentes, que señala en su Diccionario del bibliómano?
–Soy un enfermo de la bibliofilia, del amor por los libros. Son mis mejores amigos, los que no te traicionan nunca. Llevo siempre un libro en el bolsillo, a cualquier parte que vaya. Y estoy convencido de que el amor por los libros es la pasión más hermosa que existe. En mi vida también he sido bibliómano (acumulé miles de libros), pero ahora, a medida que envejezco, me he calmado… Solo me queda una obsesión: no soporto que alguien toque mis libros, así que no invito más a nadie a casa.
–En la entrada “Altarcito de cenizas” recuerda el intento de reconstrucción de la biblioteca paterna por parte de Gesualdo Bufalino. ¿En qué consistía la biblioteca paterna o materna de usted? ¿La intentó reconstruir?
–Mis padres pertenecían a una generación que, para trabajar, tenía que emigrar de una región de Italia a otra. Algunos parientes de mi madre incluso emigraron a Argentina… Entonces, no existía una biblioteca familiar: fui el primero en llevar libros a casa y enseguida comencé a exagerar. Pero sucedió algo inesperado: viendo los libros, mi madre comenzó al leerme alguno y le gustaban. Así que fui yo quien despertó un poco la bibliofilia en mi madre…
–En “Diez libros”, menciona a las encuestas que proponen “diez libros para rescatar de una catástrofe planetaria”, sondeo que Internet ha multiplicado y que suele evidenciar títulos de moda en el momento en que aquel fue realizado. En el plano de las arbitrariedades numéricas, pero no ya ante una “catástrofe planetaria”, ¿qué dos libros (no diez ni uno) querría que sus herederos no destruyan, vendan o regalen?
–Si se le pregunta a un verdadero bibliófilo qué libros le gustaría llevarse a una isla desierta, respondería que se llevaría toda la biblioteca en un barco. De hecho, no es posible separarse de los propios libros; más bien, uno preferiría arder junto a ellos (como en el caso de Auto de fe, la novela de Canetti). Pero si debo responder en serio, pues bien, diré a mi hijo heredero: “Querido Niccolò (ese es su nombre), cuando ya no esté, te ruego que no destruyas el libro que más amo: Ficciones, de Borges, el libro que hace amar a los demás libros. Y después, por favor, salva también mi Diccionario del bibliómano, que ha sido traducido en el país más encantador que existe, Argentina”.

–Aparecen en el libro distintos bibliómanos y bibliófilos, muchos célebres, desde Petrarca hasta Borges, pasando por Umberto Eco y Alberto Manguel, entre otros. De los nombres citados menos conocidos para el gran público, como los de Antoine-Marie-Henri Boulard, Richard de Bury Emmanuel Pierrat, Thomas Frognall Dibdin y Richard Herber, ¿cuál le parece que tiene la historia más relevante para usted?
–Entre estos autores hay uno que me ha abierto los ojos al mundo de la bibliomanía: Thomas Frognall Dibdin. Su obra Bibliomania, or Book Madness, aunque sea un libro de principios del siglo XIX, sigue siendo una fuente de datos interesantes y curiosos. Me gusta también Dibdin porque es parte de esos locos que, con un esfuerzo enorme, han catalogado la biblioteca propia, que al final ha terminado dispersa: he aquí el esfuerzo inútil de los bibliómanos…
–Nuevas categorías de “patologías librescas”, como las de biblioaforismia, bibliopepsia, biblioorfandad e ebookmanía, que tienen en común una lectura en papel fragmentaria o discontinuada, ¿han avanzado en estos últimos años, dada la creciente digitalización de las actividades?
–Creo que sí: el nacimiento de los soportes electrónicos es la causa de una lectura más superficial y apresurada. Creo que el libro de papel es un objeto que se adapta bien a nuestro cuerpo, como si fuera parte de él, y que permite una lectura tranquila y meditada. Cuando a la noche me voy a la cama con un libro (tengo treinta sobre la mesa de luz), me gusta mucho hojear las páginas de papel, leer con calma y dormirme. En ese momento prefiero que caiga sobre mi rostro un libro de bolsillo en lugar de una tableta electrónica.
–En la entrada “Ratones emparedados y gatos enterrados” recuerda los felinos de distintos escritores. Y hay casi un “subgénero” de textos de autores sobre sus mascotas gatunas, o sobre los gatos en general. ¿Por qué se ha dado este fenómeno de asociación entre estos animales y los escritores?
–El escritor es una persona que en general ama los animales. Nunca conocí a alguno que los odie. Por eso es fácil que un perro o un gato termine en su hogar. Sin embargo, creo que el gato tiene ventaja, porque en el fondo se parece más al escritor: un animal que tiende a aislarse y a mirar el mundo con cierto desapego. A veces el escritor es un poco así, aunque nunca tanto como el bibliómano: un egocéntrico que se pasa la vida desempolvando libros.

- Nació en Acerenza, en 1954 y es ensayista y traductor.
- Entre sus libros se encuentran Suicidi d’autore (2003 y 2019), Macchine fantastiche (2007), Alfabeto Camus (2011), Ossa, cervelli, mummie e capelli (2016), Il male dei Fiori: Baudelaire a processo (2023), entre otros.
- Ha recibido un gran número de premios, entre los que destacan el Cesare Pavese (1985), el Premio Nacional de Traducción del Ministerio de Cultura (2022) y el Manara Valgimigli por el conjunto de su actividad editorial e intelectual.
Diccionario del bibliómano, de Antonio Castronuovo (Edhasa).