Médico de familia, viudo y adinerado, el doctor Modest Cuixar i Tàpies decidió edificar un edificio a medida para sus doce nietos, justo detrás de su consulta y vivienda de la calle Tuset 33. Aquel monumento a la familia sigue vivo y está en el número 181 de la calle Balmes. Fue estrenado el año 1925 si bien el doctor Cuixart falleció el 25 de abril y no lo vio terminado, desaparición de la que deja constancia una esquela en la portada de La Vanguardia .
Cien años después, cinco de las doce viviendas siguen ocupadas por los descendientes del doctor, como su nieta Xita Cuixart, una dama de 95 años bien llevados, cuya buena memoria permite recrear la convivencia de las familias.
–Usted lleva viviendo toda su vida aquí. ¿Cómo es posible que en cien años no hubiesen pleitos, rencillas, problemas a medida que los nietos se casaban, tenían hijos, aparecían yernos, cuñados, etcétera?
–Muy fácil. Siempre hubo tolerancia y estima. Nadie se metía en la vida de nadie. Además, todos teníamos mucho que perder…
Xita Cuixart, 95 años, ha vivido toda la vida en el edificio levantado por su abuelo para los doce nietos
Miquel Gonzalez/Shooting
El edificio aún transmite el confort burgués que anhelaba para los suyos el doctor Modest Cuixart, que no reparó en gastos: agua caliente, gas ciudad cocina de leña y carbón en cada piso así como un ascensor –un lujo en la época, que sigue a día de hoy– y amplitud (cada una de las doce viviendas tenía 150 metros cuadrados).
“En este edificio nunca se hizo drama de nada”, señala Xita Cuixart, memoria viva de cien años de convivencia
En 1925, la calle Balmes terminaba en la Diagonal y de allí al Tibidabo un camino de carros. Aparte del edificio del Círculo Ecuestre, la casa de los Cuixart era un presagio solitario de la vertiginosa urbanización de modo que la vida de los niños era feliz, confortable y segura con incluso una gran tortuga centenaria sobre cuyo caparazón saltaban las criaturas.
Y llegó la guerra civil, julio de 1936. Catalanistas y católicos, gente de orden, por el edificio pasaron o mejor dicho se escondieron infinidad de sacerdotes y monjas amigas de la familia, como bien recuerda Xita Cuixart, con ayuda de su hija Anna De Jesús o su sobrina Gemma Ferrer Cuixart, otra inquilina de este edificio muy dominado por médicos y farmacéuticos.
–Éramos católicos y acogimos a muchos sacerdotes amigos, que pasaban días o semanas, siempre de civil, hasta que podían huir, muchos a Mallorca. Si preguntabas, nos decían: son corredores de vino… Incluso hubo un bautizo clandestino.
¿Las bombas? Caían de vez en cuando pero nunca huyeron a sótanos: el edificio tenía un ángulo ideal junto a una pared maestra donde se apiñaban los niños, casi en modo juego.
–En este edificio nunca se hizo un drama de nada.
De la postguerra, no hubo rastro de hambre o penurias. El niño Gustavo Biosca, célebre futbolista, se acercaba a la verja con ganas de participar en los partidos en el jardín pero la verja sólo la abría la portera, la señora Merçe, esposa del señor Antonio, leridanos que vivieron allí décadas hasta la jubilación, de modo que el nene Biosca se quedaba con las ganas.
Además de médicos, farmacéuticos y sanitarios, en la familia y, en consecuencia, en el 181 de Balmes siempre vivió algún Modest hasta hace pocos años. Entre ellos el pintor Modest Cuixart, que se rebeló contra el destino –estudiar Medicina– y se fue a París con el primo Antoni Tápies, donde pasaron cosas que les distanciaron, sin más. Aquí nunca se han montado dramas, sino días de Reyes memorables, ni siquiera cuando el marido de una de las descendientes del patriarca Modest Cuixat se pulió un árbol majestuoso del jardín trasero para hacerse los muebles a medida, sin pedir permiso a nadie.
He aquí algunas claves y rasgos de aquella burguesía barcelonesa del siglo XX. Tolerancia, educación y mirar a otra parte si así convenía. Y si alguien montaba una fiesta, lo último que hacían eran denunciarlo a la Guardia Urbana. ¡Por favor!





