Ilustración de portada: Ale Sol
Era diciembre de 2023. En El Salvador se realizaba un encuentro regional en el que participaba Pau González, uno de los impulsores del archivo, después de las charlas, en un salón pequeño, entre sillas apiladas y vasos de café frío, Pau vio por primera vez a un hombre trans de más de 70 años. Se llamaba Juani Santos, venía de Cuba y hablaba despacio, como quien carga décadas de paciencia y silencio.
Pau dudó. “No soy periodista, no sé cómo se hace una entrevista. Pero no sé si lo voy a volver a ver, no sé si tendré otra oportunidad.” Entonces, le pidió permiso y encendió la grabadora.
—Cuénteme lo que quiera contar —dijo— que quede para las futuras generaciones.
Tiempo después, para el archivo, Juani lo resumiría así: “Yo nací en un cuerpo equivocado. Tenía cinco o seis años y no resistía nada de mujer. Mi mamá me ponía una bata y yo la rompía.” La historia de Juani, obrero cubano, es conocida en la Isla por ser una de las primeras personas en poder tener un DNI con su nombre autopercibido, en 1997, y por ser la primera persona transexual en visibilizar su historia.
—Ahí empezó a hablar y a contar todos sus desafíos. Y yo dije: esto tiene que quedar, esto tiene que quedar guardado. Nuestras historias tienen que ser registradas, no solo para honrar a quienes vinieron antes de nosotros, sino también para quienes vienen después, para que no tengan que empezar de cero ni preguntarse si “aparecimos” de la nada. No: siempre hemos existido.
Fue ahí, en esa conversación improvisada en El Salvador, escuchando a Juani, donde Pau entendió que estaba frente a un archivo vivo. Una memoria que podía perderse si nadie la registraba. Y comprendió también que esa ausencia no era casual: era el resultado de décadas de borramiento sistemático.
De esa escena nació Vivir y resistir: hombres trans mayores de 40 años abren camino en América Latina, un archivo de memorias transmasculinas que reúne las voces de 17 hombres trans de Centroamérica, Sudamérica y el Caribe. Un proyecto que hoy, en el Día Internacional de la Memoria Trans, se vuelve un acto político urgente: documentar para existir. Archivar para impedir que la historia vuelva a escribirse sin nosotres.

La memoria como contranarrativa
Inspirados en el Archivo de la Memoria Trans Argentina, un grupo de activistas trans comenzó en 2022 a imaginar un ejercicio político urgente: reunir y preservar las memorias transmasculinas de personas mayores de 40 años en América Latina. No solo como homenaje a quienes abrieron camino ni como legado para las generaciones futuras, sino también para responder preguntas clave: ¿qué desafíos enfrentan hoy las transmasculinidades en la región?, ¿qué necesidades siguen sin ser atendidas?, ¿qué historias quedaron fuera del relato oficial?
Tres años después, esa intuición inicial tomó forma en una publicación que ya circula por el continente. El manuscrito Vivir y resistir: hombres trans mayores de 40 años abren camino en América Latina reúne dieciséis historias de vida que trazan un mapa regional de autoreconocimiento, vínculos familiares, identidades laborales, marcos normativos, sexualidades, salud y proyecciones de futuro.
“Crecí sin referencias. No veía a ningún hombre trans adulto en el que pudiera imaginar mi futuro, mi vejez. Eso genera soledad, desinformación, un no saber dónde encajar.” Pau González.
Li Cuéllar, periodista, es quien teje los hilos de estas historias para construir un retrato íntimo y colectivo. Mauro Cabral Grinspan, referente en los movimientos trans e intersex, aporta la perspectiva histórica y una serie de recomendaciones estratégicas para orientar el apoyo de les donantes hacia las comunidades transmasculinas. Y Nikita Simonne Dupuis-Vargas Latorre, también entrevistado, escribió el prólogo desde la experiencia viva de quienes protagonizan este archivo y con un matiz poético que toma toda la publicación.
Las entrevistas realizadas en Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Panamá, Puerto Rico, República Dominicana y Uruguay tienen una perspectiva interseccional que contempla orientación sexual, raza, clase, discapacidad y lugar de origen o crianza. Un gesto fundamental para restituir matices en una región donde las desigualdades estructurales moldean, y muchas veces limitan, la posibilidad de vivir una vida trans en dignidad.

En una región atravesada por discursos antiderechos y de odio contra las identidades LGBTIQ+, sumado al sistemático borramiento de estas historias, surgió la necesidad urgente de construir un archivo propio, una contranarrativa capaz de defender lo que se intentó silenciar: las personas trans siempre existieron. Que hay un linaje. Que la historia trans nunca dejó de escribirse, aunque estuviera fuera de los registros oficiales. Y que no existe una única forma de ser trans: las trayectorias son múltiples, divergentes, esperanzadoras, y sin embargo comparten puntos en común como el abandono sanitario, la precariedad laboral, el rechazo familiar, y que revelan la violencia estructural de los Estados.
“Las personas trans somos convertidas en chivo expiatorio”, señala Félix Endara, uno de los coordinadores de la investigación desde la Fundación para una Sociedad Justa (FJS). Explica que borrar, negar o desconocer la historia trans es una estrategia de los movimientos antiderechos y las derechas neoliberales, que buscan reinstalar una narrativa “muy heteronormativa, muy blanca y muy capitalista” como cultura oficial. En ese escenario, dice, rescatar la memoria es un acto de protesta, de activismo y de incidencia.
¿Cómo envejecer dentro de sistemas sanitarios que no contemplan cuerpos trans? ¿Quién cuidará a quienes fueron históricamente expulsados de sus familias, sus trabajos y sus instituciones? Las respuestas aún no existen, y ese vacío vuelve urgente este registro.
Pau lo piensa desde la biografía: “Crecí sin referencias. No veía a ningún hombre trans adulto en el que pudiera imaginar mi futuro, mi vejez. Eso genera soledad, desinformación, un no saber dónde encajar.” Esa falta se volvió motor, se transformó en urgencia por mapear esas existencias. Con un tono poético, político y pedagógico, el manuscrito apuesta a la memoria colectiva como forma de ternura. Recupera la oralidad como gesto comunitario y deja ver, en palabras de Félix, “sinergias que revelan cómo el archivo se convierte en activismo, preservación cultural y curación colectiva”.
Un mosaico de edades como línea de tiempo
Las entrevistas de la investigación construyen un mapa intergeneracional donde las edades funcionan como archivo vivo. Pol recuerda las trenzas que se sacaba antes de entrar al jardín en México; Leonardo creció en Brasil entre correcciones disciplinarias; Álex inició su transición a los 43 en Guatemala tras un matrimonio impuesto y dos hijos; Eduardo terminó el colegio con su nombre en Honduras pese a que un profesor de derechos humanos se negó a reconocerlo frente a toda la clase.
En casi todas las historias aparece la familia, a veces como límite y otras como sostén inesperado: un abuelo en República Dominicana que regala por primera vez los juguetes que su nieto deseaba; una abuela en Panamá que le dice a Pau que siempre será su nieto “sin importar lo que piensen los demás”; un hermano en Honduras que acompaña a Eduardo sin dudar. Son gestos cotidianos que contrarrestan la violencia institucional, la clandestinidad sanitaria y el miedo a envejecer sin derechos.
Surgió la necesidad urgente de construir un archivo propio, una contranarrativa capaz de defender lo que se intentó silenciar: que las personas trans siempre existieron. Que hay un linaje.
Para Pau, esa dimensión afectiva es parte de la política del archivo: mostrar que la narrativa trans no es únicamente violencia, sino también creatividad, deseo y una red de cuidados que permitió que estas vidas existieran a pesar de todo. Félix lo sintetiza en términos de linaje: afirmar que las infancias trans siempre existieron, que no surgieron “por contagio” o por las redes sociales — dice irónico — sino que hoy pueden reconocerse porque generaciones anteriores abrieron camino, aun sin palabras ni referentes que les nombraran.

Las memorias recuperadas no solo restituyen la presencia de las personas trans mayores de 40 años en la historia latinoamericana: también construyen un horizonte. Uno donde las niñeces trans tengan espejos; donde la transición no dependa de la clandestinidad; donde envejecer como persona trans no sea una amenaza, sino una posibilidad. Un archivo que no mira solo hacia atrás: archiva el futuro.
Salud, precariedad y desigualdades regionales
Uno de los hallazgos más contundentes del archivo es la desigualdad generacional en el acceso a derechos básicos —especialmente salud y trabajo—. Ser una persona trans mayor en América Latina implica haber atravesado décadas sin información médica confiable, sin especialistas, sin acceso seguro a hormonas y sin documentos que permitan ingresar al sistema de salud sin ser violentado. Muchas transiciones empezaron a hacerse posibles o imaginables, a los 30, 40 o 50 años, por falta absoluta de condiciones materiales, médicas y legales. En muchos casos, la posibilidad de iniciar el proceso llegó solo cuando apareció la comunidad y la conversación intergeneracional.
Las escenas se repiten país por país: automedicación ante la falta de endocrinólogos, tratamientos clandestinos, diagnósticos patologizantes, negación de procedimientos preventivos básicos, o la necesidad de migrar para acceder a tratamientos. “En Panamá no encontraba médicos que quisieran atenderme. La salud integral requiere varias especialidades, y por más buena voluntad que tenga un profesional, si no tiene las herramientas ni la actualización necesaria, no puede brindar un servicio de calidad y calidez”, cuenta Pau sobre su recorrido en el sistema de salud de su País, y lo que tardó en encontrar profesionales que puedan escucharlo. ¿Qué pasa cuando no hay recursos económicos? ¿Qué sucede cuando la discriminación se cruza con la pobreza y la racialización?, o incluso en muchos casos en los que no se decide una transición mediada por alguna tecnología, el miedo a no ser lo suficientemente trans o tener que dar explicaciones.
Las memorias recuperadas no solo restituyen la presencia de las personas trans mayores de 40 años en la historia latinoamericana: también construyen un horizonte. Uno donde las niñeces trans tengan espejos.
Los impulsores del proyecto observaron también que, donde existen leyes, hay más tranquilidad para acceder a documentos, a la salud y a ser visibles. Donde no, hay miedo, clandestinidad y violencia institucional: “muchos no se nombran por temor a perder el empleo o a que les nieguen atención médica”. Esa ausencia de políticas genera terror a envejecer sin apoyo, sin salud especializada y sin redes.
En Centroamérica, donde ningún país cuenta con una Ley de Identidad de Género, la precariedad se vuelve norma: sin reconocimiento registral no hay salud, no hay trabajo formal, no hay seguridad social. Pau lo sintetiza así: “Muchos hombres trans trabajan sin parar para financiar su propia salud. Los Estados no cubren lo que deberían garantizar”. Incluso donde existen leyes, persisten barreras absurdas. Félix relata que en Estados Unidos su seguro médico rechazó un examen ginecológico porque “no entendía por qué un hombre necesitaba un Papanicolaou”. “La salud está pensada para documentos, no para cuerpos”, dice. Esa tensión —entre lo administrativo y lo vital— atraviesa casi todas las entrevistas.

El archivo está también marcado por la enorme diversidad de trayectorias. Muchos de quienes participaron fueron pioneros en sus países, fundaron organizaciones, o tuvieron roles importantes en luchas feministas y LGBTQ+. “También surgió mucho el deseo de no reproducir la masculinidad tradicional, sino construir masculinidades sensibles, basadas en la justicia social. Pero esto sigue siendo ampliamente ignorado, incluso dentro del feminismo”, cuestiona Pau.
Por último revela un miedo transversal: la vejez. ¿Cómo envejecer dentro de sistemas sanitarios que no contemplan cuerpos trans? ¿Quién cuidará a quienes fueron históricamente expulsados de sus familias, sus trabajos y sus instituciones? Las respuestas aún no existen, y ese vacío vuelve urgente este registro.
Felix y Pau coinciden en que se trata de un archivo vivo. Existe la voluntad de ampliarlo: sumar más países —especialmente del Caribe—, incorporar voces afrodescendientes, registrar experiencias de migración, construir un capítulo sobre paternidades trans y agregar más materiales visuales. El equipo también proyecta un repositorio digital abierto y un podcast atravesado por humor, política y estrategias cotidianas para sobrevivir al mundo cis. El horizonte es claro: dejar un archivo que permanezca y habilite genealogía. Que no sea un cierre, sino un punto de partida.

Archivar para existir
En una región donde las derechas avanzan sobre los cuerpos que no encajan en la cisheteronorma, construir un archivo no es un ejercicio académico: es una estrategia de supervivencia y resistencia. Es impedir que la historia vuelva a escribirse sin nosotres. Es sostener que hubo hombres trans en todas las épocas; que hubo infancias que resistieron en silencio; que hubo vidas enteras que empujaron el mundo para que hoy existan palabras, leyes y movimientos. Archivar es hacer lugar. Es reparar lo que los Estados borran, lo que muchos gobierno intentan callar, y lo que la sociedad silencia. Es dejar una luz encendida para quienes vienen atrás. Es reclamar una genealogía transmasculina latinoamericana que la historia oficial aún insiste en ignorar, pero que hace años viene tomando forma.
En la introducción del documento, Félix afirma: “Las personas trans siempre fuimos visionarias: vimos antes lo que el resto recién ahora empieza a comprender.” Durante la charla con LatFem aclara que lo dice porque “desde la niñez, a pesar de que a mí me dijeron que yo no era un niño, mi visión era que sí. Y mi visión era futura: antes de hacer mis cirugías o mis hormonas, yo ya veía ese cuerpo y esa personificación del ser ideal, que era un hombre trans. Y aunque no tenía el lenguaje, tenía esa visión. Para mí, todo empieza con el cuerpo, con la identidad personal”. Decirlo es una forma de disputar esos discursos que niegan las existencias trans. “Somos parte de la historia de nuestras sociedades y hemos impulsado cambios sociales clave desde hace décadas; esto es reconocer la valentía, la creatividad y la resiliencia que nos han permitido construir vidas auténticas, incluso en condiciones súper adversas. Eso es un acto de orgullo; es un acto de justicia”.


