En junio de 1994, Roberto Gómez Bolaños posó para GENTE reposando su 1,62 metro de altura sobre un buzón de cartas. De fondo, una cabina telefónica y el tráfico de la Ciudad de Buenos Aires eran testigos de las confesiones de este intrigante hombre de 64 años.
Él, que a tantas generaciones hizo reír, no reía. Con la comisura de sus labios entornadas hacia abajo y un ‘pucho en la boca’, se dejaba fotografiar casi a desgano. Era un soldado que ya había tenido mil batallas. Y de muchas de ellas quiso hablar con el periodista de GENTE en una conversación en la que ese cigarrillo se fue consumiendo palabra tras palabra.
A continuación, la nota porteña que se entituló «Cuando el chavo no se chispotea».

La entrevista que estuvo en todos los kioscos del país en el invierno del 94′ y que se publicó por primera vez en la web en el invierno del 25′
Roberto Gómez Bolaños pasó por Buenos Aires. El creador de El Chavo y El Chapulín Colorado, aún hoy tocados por la varita del rating, no hizo humor esta vez: habló de su familia, de su mujer (Florinda Mesa), y de cómo el mundo se perdió a otro Maradona.
-En estos tiempos en los que muchos famosos son convencidos de aceptar cargos políticos, no sería raro que le ofrecieran a Roberto Gómez Bolaños una gobernación o una senaduría. ¿O lo habrán tentado ya?
-Sí, pero se dieron cuenta de que conmigo eso no iba…
-¿Por…?
-Mira qué tan fea es la política, que a una palabra tan bella como madre se le añade política y queda “madre política”, o sea: suegra. La política tiene un fundamento, la búsqueda del poder, y a mí no me interesa el poder. Me interesa la libertad, y sobre todo la mía. Sé que el poder es un mal necesario, que hace falta. Deben hacerlo los que tengan facultades. Yo soy, en último caso, artista.

A los 64 años, con dos matrimonios (el segundo, con Florinda Mesa, lleva diecisiete años) y seis hijos, Gómez Bolaños, Chespirito, puede rechazar ese tipo de ofertas y hasta prescindir de El Chavo y de El Chapulín Colorado, dos de sus personajes más celebrados, que no intervienen en sus programas desde hace tres temporadas pero que en la Argentina tienen mucho rating y fascinan al público menudo.
-¿Siempre quiso ser autor y actor, Roberto?
-No. Yo quería jugar fútbol, y tuve que dejarlo, no por mi estatura, que es como la de Maradona, sino porque pesaba 48 kilos. Entonces me puse a estudiar ingeniería y a trabajar en una metalúrgica, donde me aburría a mares. Hasta que un día vi un anuncio de una agencia de publicidad. Pedían un ayudante para guionista y otro ayudante para productor de cine y radio. “¡Productor!”, me dije: “¡Esto es para mí!”. Fui y me encontré con que la fila de postulantes a productor era muy larga, unas cien personas, y la fila de escritores eran cuatro o cinco personas. Así que me puse en la fila más corta y aquí me tienes.
-¿Y cómo nació lo de Chespirito?
-Un director de cine, cuando vio mi primer guión, mi primer libro, me dijo: “Pero… tú eres un Shakespearito… ¿Qué? Un Shakespeare pequeño”. Exageraba, claro, pero me gustó y lo castellanicé en Chespirito.
-¿Su familia apoyó su decisión de dejar de estudiar para escribir para el cine y la radio?
-Mi padre murió cuando yo tenía seis años. Él era actor, pero actuaba a escondidas de sus padres, porque en esa época era una profesión mal vista. Mi padre, Francisco Gómez Linares, era un bohemio, un buen pintor, además. Y mi madre era poetisa, una mujer maravillosa que me apoyó en todo. De ella proviene mi admiración por las mujeres. No soy feminista, vamos, pero tampoco nada machista.
-Hace unos veinte años Quino dijo “¡basta!” y dejó de dibujar a Mafalda porque le parecía que el personaje se había apoderado de él, que era más fuerte que él, y además le hacía pensar que era incapaz de hacer otra cosa. ¿A usted le pasó algo parecido con El Chavo?
-Es una pena que Quino haya hecho eso. Cada vez que vengo a Buenos Aires quiero ver el auto del papá de Mafalda, o espero ver a Mafalda misma en la calle. Quino es, con mucho, lo máximo como humorista. Pero, ¿sabes qué? A El Chavo lo amo, y sé que se ha ganado el cariño de la gente en todo el mundo. Pero no se apoderó de mí, y lo he dejado por otras razones.

-¿Por ejemplo?
-Han pasado muchos años para él y para mí. Necesitaría demasiado maquillaje para hacerlo creíble. Además, en un momento se agota el temario para un contexto cerrado como la vecindad, entonces eso me decidió a darle fin al personaje para dejar un recuerdo agradable. Hay más: un día se fue a trabajar solo Carlos Villagrán (Quico), y se fueron para siempre Angelines Fernández (la Bruja del 71), y Ramón (Don Ramón), y el Chato Padilla, que hacía del cartero. Son demasiadas ausencias, ausencias que duelen, porque se trata de amigos que estuvieron mucho tiempo junto a mí. Y en cuanto a el Chapulín, ya no estoy para hacer alardes físicos, y son necesarios para el personaje. Mirá, me han propuesto hacer una Gira Despedida de El Chavo por toda América y dije que no. Me dejaría mucho dinero, pero ya no están Ramón, ni el Chato ni Angelines, y entonces no es lo mismo: sería hacer otra cosa. Además, no quiero vivir del pasado. Aunque a veces…
-¿A veces…?
-Que a veces mis nietos -tengo nueve nietos y medio- me van descubriendo. La vez pasada, uno de ellos le dijo a mi hija: “Madre, ¿qué crees?: ¡El Chapulín Colorado es mi abuelo!”. Pero no, no lo haré más.
-¿Y entonces?
-Bien, hago el programa, que se llama Chespirito, y ya cumplió veinticuatro años ininterrumpidos en el aire. Están Los Caquitos y La Chimoltrufia, y están Los Chifladitos, y el profesor Chapatín, y hago sátiras históricas… En fin, nos va bien. Y está “11 y 12”, una pieza de teatro que ya lleva dos años en cartel en Ciudad de México, y que pronto va a llegar a las mil representaciones. Es una obra picaresca sobre las relaciones eróticas, para mayores.
-¿Qué hace en la pieza teatral?
-Todo: soy el autor, el director y actúo junto a Florinda y el elenco. Además, vendo tamales a la salida (risas). Y está el proyecto de La Reina Madre… será una comedia musical, en la cual Flor (Florinda Meza) cantará y bailará.

-¿Quién era la Reina Madre?
-La madre de Carlitos Chaplin. La obra es un anecdotario de esa mujer, una mujer que pasó su vida entre el manicomio y el escenario. Es la reina madre porque su hijo ha sido el rey indiscutido, ¿no? pero eso vendrá más adelante. Canta bien y es una buena actriz.
-Y es su mujer. ¿Cómo fue que se conocieron y se casaron?
-Flor entró al Canal 8 cuando comenzaba el programa de Chespirito. Pero yo ponía una barrera con el elenco, entre otras cosas porque era el director, y nunca me han gustado esas personas que se aprovechan de su posición, la de dar trabajo, por ejemplo, para abusar de una mujer. Me parece una actitud cobarde y ruin.
-Pero un día levantó la barrera…
-Digamos que se fue levantando poco a poco —hubo cinco años entre el momento en que nos conocimos y el que nos casamos— y que lamento no haber suprimido la barrera antes. Ahora, no te creas que por ser mi mujer tiene privilegios: la hago trabajar más que a ningún otro actor.
Fotos: Archivo Atlántida
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