Comienza la segunda mitad del mandato de Milei en una coyuntura muy diferente a la del inicio de su presidencia. ¿Mantendrá el respaldo popular o la dureza del ajuste cambiará el ánimo social?
Después del inesperado triunfo de La Libertad Avanza (LLA), el partido del presidente Javier Milei, en las elecciones legislativas de medio término, todo indicaba que el futuro era sumamente prometedor para el oficialismo argentino. La idea se asentó en la creencia de que se había producido una victoria arrolladora, aunque el 41% del voto popular de 2025 dista bastante del 56% con el que fue elegido presidente en segunda vuelta hace dos años. En esta ocasión, el respaldo popular a su gestión había sido previamente condicionado por el apoyo irrestricto de Donald Trump y del Departamento del Tesoro –a modo de swap (intercambio de divisas)– por el considerable valor de 20.000 millones de dólares.
El desenlace de la última jornada electoral, junto al rescate exterior, abrieron la posibilidad de recomponer la alianza política informal que había acompañado al presidente en sus primeros meses en el poder y que le permitió alcanzar importantes objetivos tanto políticos como económicos. Así, Milei parecía estar en excelentes condiciones para ser reelecto en 2027 y liderar una transformación profunda del Estado argentino. Sin embargo, pronto se hizo evidente el riesgo de que su arrogancia e intolerancia libertaria, acompañadas de una buena carga ideológica, volvieran a dominar la escena política. El país podría volver a situarse ante el precipicio, abriendo las puertas a un nuevo fracaso político. Nuevamente se ha vuelto a confirmar, como ya ha ocurrido en otros momentos de sus dos años en el poder, que el peor enemigo de Javier Milei es el propio Javier Milei.
Una de las condiciones que puso el “amigo americano” de la Casa Blanca para respaldar de forma contundente la gestión del gobierno argentino fue que recompusiera el diálogo con los gobernadores y con los dirigentes políticos de los partidos afines, especialmente con el PRO del expresidente Mauricio Macri. Se pedía a gritos que, ante tanta crispación y descontrol, hubiera un adulto en la habitación que pusiera orden ante tanto caos. Pero las expectativas iniciales de una rectificación del rumbo gubernamental comenzaron a desvanecerse a medida que se iba conociendo la contundencia del triunfo oficialista y las primeras reacciones del círculo más próximo al mandatario.
Una vez recuperada y reforzada la autoestima de Milei, todo indica que su gobierno ha vuelto a transitar por derroteros conocidos, tanto en lo que respecta a su política de nombramientos (véase lo ocurrido con el nuevo jefe de gabinete y el nuevo ministro del Interior) como en el sesgo y alcance que se le quiere dar a los pactos que han comenzado a negociarse. La idea predominante en las filas de LLA es que cualquier concesión en favor de sus enemigos ideológicos, comenzando por el kirchnerismo, sería más una claudicación al programa libertario y a las señas de identidad propias que un compromiso político necesario que, eventualmente, le permita al oficialismo obtener logros mayores.
La no sintonía entre Milei y Macri
Una semana después del domingo electoral, una cena en la residencia presidencial entre Milei y el expresidente Macri terminó como el Rosario de la Aurora. El final del encuentro coincidió con el anuncio de la salida del gobierno del jefe de gabinete, Guillermo Francos, y su reemplazo por quien hasta ahora había sido el portavoz presidencial, Manuel Adorni. La medida fue muy mal recibida por Macri, que esperaba que la negociación con Milei le permitiera renovar su apoyo, dando lugar a un equipo más técnico, más profesional y menos ideologizado que los gabinetes que acompañaron la gestión del presidente en todo este tiempo.
Para colmo, los últimos meses se habían caracterizado por una intensa lucha interna entre las principales facciones que respaldaban al oficialismo, especialmente entre aquellas más próximas a la cúpula del poder. Los dos grupos más importantes son los liderados por Karina Milei, la hermanísima o “el Jefe”, que está al frente de la Secretaría General de la Presidencia, y por Santiago Caputo, el asesor especial de Milei.
Karina Milei, que fue descrita por el Financial Times como “guardiana” y “protectora extrema” de su hermano, se ha rodeado de los primos Eduardo “Lule” Menem y Martín Menem, sobrinos del expresidente del mismo apellido y actualmente a cargo de la Subsecretaría de Gestión Institucional en la Secretaría General de la Presidencia y de la presidencia de la Cámara de Diputados respectivamente. Ambos son destacados miembros de la “casta”, en un gobierno que teóricamente reniega de ella.
«Las duras disputas por el más mínimo espacio de poder han sido de una intensidad y violencia extremas»
El otro grupo está encabezado por Santiago Caputo, primo del ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo. El apodado “monje negro” o el “mago del Kremlin” es un asesor personal del presidente, que en estos dos años no ha ejercido ningún cargo oficial. Caputo es el dinamizador y principal referente de las “fuerzas del cielo”, grupos de choque con fuerte presencia en las redes sociales y con referentes claramente identificables como el “gordo Dan” (Daniel Parisini) y otros belicosos influencers.
Las duras disputas por el más mínimo espacio de poder han sido de una intensidad y violencia extremas y han dejado en evidencia muchas de las contradicciones y limitaciones del gobierno, comenzando por su destacado amateurismo político. Las rencillas se agravaron por la intensificación del deterioro de la gestión, los primeros reveses políticos y económicos y el estallido de algunos escándalos de corrupción. Pese a los destacados e innegables éxitos económicos, como la reducción de la inflación, la contención del déficit fiscal o el descenso del riesgo país, comenzaron a aflorar algunos problemas.
Más allá de la dureza del ajuste y de la motosierra, del esfuerzo extremo demandado a buena parte de la población y al número creciente de gente que no llega a fin de mes, Milei ha logrado mantener unos índices de aprobación inusualmente altos y su labor al frente de la Casa Rosada sigue siendo muy bien valorada. De todos modos, su estilo confrontacional, caracterizado por permanentes descalificaciones de grueso calibre –incluso escatológicas y de una grosería extrema–, comenzó a ser objeto de desaprobación entre importantes sectores sociales y reflejado sistemáticamente por las encuestas. Los grupos más golpeados fueron la prensa y el mundo político en general, mayormente sus potenciales aliados y no sus enemigos.
Los escándalos más impactantes y que más afectaron la imagen del gobierno fueron el de las criptomonedas $Libra, que golpeó directamente al presidente, y el de los sobreprecios de las medicinas destinadas a los discapacitados, en el cual se involucró a Karina Milei y a los primos Menem. A esto se sumó la dura derrota electoral en unas elecciones locales y provinciales en la provincia de Buenos Aires, celebradas el 7 de septiembre de este año. Si bien se trataba de unos comicios de carácter menor, los resultados fueron nacionalizados y magnificados por el propio Milei en su intento de enterrar definitivamente al kirchnerismo en su principal feudo electoral.
De este modo, las repercusiones políticas y económicas, tanto nacionales como internacionales, se sobredimensionaron de un modo inesperado. Al resultado se sumaron unas medidas de política monetaria impulsadas por el presidente, que llevaron al Banco Central a vender una cantidad importante de sus reservas en dólares para sostener el valor de la moneda y evitar una fuerte devaluación. Todo ello colocó al gobierno al pie del abismo, una situación en la que se mantuvo hasta que llegó el inédito salvamento de Estados Unidos.
Con estos antecedentes, cabe preguntarse por la evolución a corto y medio plazo de la actual coyuntura, tanto por los desafíos a los que se expone el gobierno de Javier Milei, como por el futuro de la oposición peronista/kirchnerista, que afectará el desenlace del conflicto entre los dos bandos en lucha, bien en su formato kirchnerismo/antikirchnerismo o mileísmo/antimileísmo.
El presidente debe elegir si insiste en el mantenimiento a ultranza de sus objetivos iniciales o rebaja sus metas con la expectativa de alcanzar un resultado más inclinado al compromiso y la negociación. El problema es que si Milei no encuentra un fuerte incentivo para cambiar, las constantes vitales del enfermo permanecerán inalterables y con escasas perspectivas de mejora.

